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hasta un punto en que el daño ocasionado fuese irreversible. Se masajeó la nuca, buscando un alivio que no encontraba, mientras Daniel y Jonay se enzarzaban en una discusión sobre cuál era la mejor forma de proceder. Se levantó, se acercó a la ventana y se atrevió a mirar el cielo. El sol trataba de alzarse para recuperar sus dominios, pero la noche parecía burlarse de él desprendiendo unos rayos naranjas que lo eclipsaban. Apenas se apreciaban ya las estrellas. Su brillo había sido mitigado por las brechas que centelleaban orgullosas ante su indiscutible poderío.

      De repente, un haz de luz azafranado la obligó a cerrar los ojos unos segundos, los suficientes para que sus oídos escuchasen el estallido de las alarmas de los coches casi al unísono y apreciasen los gritos de confusión de las personas que continuaban en la calle. Con el corazón desbocado y la respiración agitada, anduvo unos pasos a tientas, hasta que poco a poco fue recuperando el control de sí misma. Al entreabrir de nuevo los párpados, apreció la silueta de su hermana, que se enroscaba como una serpiente alrededor del cuerpo enjuto de su padre. Después observó a Nico, desorientado, quien caminaba a cuatro patas por la sala. Finalmente, se acercó a los dos guardianes, que custodiaban la mesa como si de un tesoro se tratase. Mantenían sus manos clavadas sobre los dibujos de su madre, temiendo que alguno pudiera desvanecerse tras el fogonazo.

      —¿Qué demonios ha sido eso? —dejó escapar Daniel entre dientes.

      —La señal que nos advierte de que no contamos con mucho tiempo —le contestó el guardián de Pan, sin relajar ninguno de sus músculos.

      —¿Todos bien? —escuchó preguntar a su padre.

      Valeria se apoyó en la madera y, sin percatarse, tiró de uno de los dibujos de su madre, el cual cayó al suelo con rapidez. Se agachó para recogerlo, y entonces reparó en unas diminutas letras que apenas sobresalían del borde inferior de la capa retratada. Atrajo hacia ella el bosquejo y, entrecerrando los ojos, se detuvo en esa misteriosa inscripción.

      —ISN —leyó en voz alta al mismo tiempo que todo el vello de su piel se erizaba—. ¡Oh, Dios mío! ¡ISN! ¡Las manchas negras del mapa!

      —¿Las islas de los enanos? —Jonay la miró extrañado y sin comprender.

      Daniel le arrebató la ilustración de las manos y constató por sí mismo la veracidad de la anotación.

      —Puede que sea la pista más fiable que tengamos —concluyó, todavía atónito—. Podemos equivocarnos y lanzarnos a una misión suicida. Pero tal vez tu madre haya escondido la ubicación de la capa en este dibujo.

      —¡Es una locura! —exclamó Jonay, agrandando sus ojos verdes.

      —¿Qué ha pasado? —Nico se aproximó tambaleándose—. ¿Ha llegado ya el apocalipsis?

      Daniel lo recriminó con la mirada.

      —Los jinetes se hacen más fuertes —lanzó Luis, dejando escapar una profunda exhalación—. En cualquier momento pueden atravesar las últimas barreras.

      —Es hora de que nos pongamos en marcha —anunció Valeria, decidida—. Esta vez nos las arreglaremos con las provisiones que podamos coger: agua, frutos secos, galletas, linternas, pilas...

      —¡Qué bien! De guardianes a boys scouts —ironizó Jonay.

      —Voy a buscar algo más cómodo —dijo ella, ignorando el comentario del chico—. ¡A saber lo que nos encontramos esta vez!

      —¿Y adónde vamos? ¿A la tienda? —le preguntó Daniel, otorgándole la autoridad de un líder.

      —Es la mejor opción —contestó Jonay en su lugar—. La última vez que Lorius inició una guerra, todos los portales mágicos se sellaron automáticamente al sentir que la magia negra crecía. No sabemos en qué estado se encuentra Silbriar ahora mismo, pero los portales pueden cerrarse en cualquier momento. ¡Ni mi gorra sería capaz de atravesarlos!

      —¿Es por eso por lo que Lorius quería el espejo de Silona? ¿Por los portales? —le preguntó Nico, despistado.

      —¿En qué mundo vives? —le reprochó Jonay con enojo—. Silona era la llave. Ella podía abrir esos portales que lo habrían traído derechito a este mundo y a saber a cuántos más.

      —Vaya, me alegra saber que los magos no nos engañaron cuando nos enviaron a su rescate, ya que, según tú, los portales estaban cerrados.

      —¡Claro que lo estaban! ¿O crees que el resto de nosotros no habríamos ido a salvarte el culo?

      —¡O a clavarme un puñal por la espada! Dado que los guardianes nos odian ahora mismo.

      Valeria no quiso entrar en la discusión de ambos muchachos y subió las escaleras de dos en dos, evitando pensar en las implicaciones de un nuevo viaje a Silbriar. Pero su mente jugaba con ella al despiste, y cuando conseguía hacerla callar, de nuevo vociferaba para que todos sus demonios internos explotaran, sumergiendo su cerebro en una vorágine de sentimientos encontrados. Tenía que regresar. Y esta vez no podían dejar que Lorius escapase. Sus jinetes revoloteaban en el firmamento, esperando el momento oportuno para lanzarse sobre la Tierra sin miramientos. Este mundo, su mundo, corría peligro. Y eso la abocaba hacia un nuevo precipicio: Lidia. No podía ser blanda con ella. No esta vez. Era hora de enfrentarse a la decisión más dura que jamás se había visto obligada a tomar. No le había dejado otra opción. Eran galaxias invadidas por la oscuridad o la supervivencia de su mundo. Era el mal o el bien. Era su hermana o ella.

      Registros

      Un alba tardía comenzó a despuntar tras los edificios, los cuales, inquietos, querían desprenderse de la multitud de sombras que los habían invadido. Un endeble alivio reavivó la esperanza de los ciudadanos, quienes comprobaban animados que el sol seguía vivo y que la Tierra continuaba girando alrededor de él como cada mañana, aunque esta se hubiera hecho esperar tras una noche longeva, agónica para todos los seres que habitaban en el planeta. Esa calma quebradiza alentó a muchos a abandonar sus hogares y buscar respuestas.

      Unos se agolpaban en las comisarías de policía exigiendo explicaciones. Tampoco las oficinas centrales de los medios de comunicación se libraban de las decenas de curiosos deseosos de conocer las últimas noticias de primera mano mientras otros se reunían de forma espontánea en las iglesias. Algunos, simplemente, se marchaban de la ciudad pensando que todo lo que sucedía era el grito de la naturaleza clamando justicia por la creciente y desmesurada contaminación en el mundo.

      Y justo por todo esto, el tráfico era imposible ese miércoles cualquiera. Demasiadas bocinas, numerosos desesperados al volante, niños que lloraban en los asientos traseros sin obtener consuelo... Habían avanzado unos kilómetros cuando el vehículo de Luis fue engullido por el atasco. Este resopló, soltó el volante y se recostó en el asiento, admitiendo así que su aventura llegaba a su fin. Nadie se movía. La entrada a Madrid Central estaba congestionada. Bajó del coche y analizó la magnitud del caos. Se trataba de un colapso sin precedentes. Los policías trataban de dirigir a cientos de vehículos, sin fortuna. Entonces, advirtió cómo numerosas gotas comenzaban a empapar su rostro. A pocos días de la entrada del invierno, una llovizna absurda hacía su aparición. Introdujo la cabeza dentro del Nissan y apreció los ojos temerosos de Valeria, quien sostenía a su hermana con garra.

      —¿Podemos sortear la cola?, ¿coger algún atajo? —le preguntó Daniel desde el asiento del copiloto.

      Él negó repetidas veces mientras entraba de nuevo en el coche. Las calles adyacentes se encontraban en la misma situación. No había salida. Y aunque se resistía a abandonar el vehículo, pensaba que quizá esa fuese la única opción viable si querían llegar a su destino. Debían continuar la travesía a pie.

      —No llegaríamos nunca —objetó desesperado Daniel, arrugando el rostro—. Tiene que haber otra forma.

      —Tardaríamos horas caminando —sentenció Jonay—. No sabemos cuántos guardianes han despertado ni si Prigmar puede hacer algo por ellos.

      —¿Cuántos

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