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pasaba las hojas, escritas con una letra estilizada y abigarrada, y llegaba hasta otras, con una caligrafía más diminuta y estrecha. Su abuelo había regentado un pequeño negocio de calzado durante muchos años. Pensó en si su dedicación y fascinación por los diferentes estilos de zapatos tendría algo que ver con que su madre hubiera poseído unos mágicos. Se detuvo ante unas frases que llamaron su atención. Su abuelo estaba tratando de dominar las artes mágicas con un sombrero.

      El entrenamiento con Fitz casi acaba con mi vida hoy. Se ha empecinado en que debo también dominar su sombrero, pero para mí es imposible. Yo no soy un mago, sino un artesano. Pero él parece no entenderlo. Está obsesionado con volver a Silbriar. No se conforma con lo que yo le cuento, quiere verlo con sus propios ojos.

      Valeria se revolvió en la silla y le preguntó extrañada a su padre, quien regresaba de la cocina con una botella de agua en las manos:

      —Papá, ¿quién es Fitz? ¿Era el maestro del abuelo?

      —No, no. Fitz era... el hijo de Ela. —Hizo una mueca mientras se rascaba la nuca—. Tu madre lo conoció como su abuelo, pero en realidad llevaba más tiempo en la familia.

      —Yo no entiendo nada —intervino Nico antes de darle un gran bocado a su tortilla.

      —Ela hizo que su hijo Fitz se refugiara en la Tierra cuando presintió que las cosas iban a ponerse feas en Silbriar. Él viajó hasta aquí con su sombrero. Era un mago de la realeza; pero, bueno, siempre un mago... Por lo que pudimos averiguar tu madre y yo después, él intentó llevar aquí una vida de humano. Se casó, formó una familia, pero se dio cuenta de que la mayoría de sus hijos morían poco tiempo después. Creemos que su esposa se suicidó porque se culpaba por no ser capaz de engendrar un hijo sano. Descubrimos fotos antiguas donde Fitz parecía no envejecer. Ya sabéis que los magos en Silbriar pueden llegar a tener cientos de años, y digamos que, aquí, para Fitz, el tiempo pasaba demasiado despacio. Incluso supusimos que se pintaba las canas para parecer más viejo. Sabemos que tenía una vida errante, y después de años ausente, volvió a casa, dispuesto a entrenar a sus descendientes. Quería volver a Silbriar, su hogar. Pero sabía que solo podría hacerlo cuando los tres dones estuvieran en funcionamiento, así que trató de que tu abuelo y su hermana dominaran las tres artes. Pensaba que podría regresar si lo conseguía, pero eso nunca sucedió.

      —¿Cómo es que no lo conocí? ¿Cómo es que mamá no nombró nunca al abuelo Fitz?

      —Valeria, yo tampoco lo conocí —le respondió él, dedicándole una sonrisa tierna—. Fitz volvió a irse años después. Estuvo presente mientras tu madre fue una niña, nada más. Para ella fue otro abuelo más, ¡tu bisabuelo! Puede que ya haya muerto. Los magos tampoco son eternos.

      —¿Y mamá nunca sospechó que se tratase del hijo de Ela? ¿Ni siquiera el abuelo?

      —Tu madre no supo nada hasta que se reunió con Bibolum. Fue a su regreso cuando empezamos a atar cabos. Pero tanto tu abuelo como ella pensaban que se trataba de otro guardián de la familia. Cuando Fitz se presentó a tu abuelo, lo hizo como un tío lejano que quería ayudarlos.

      Valeria negó con la cabeza y volvió a enterrar su rostro entre las páginas escondidas que sus antepasados escribieron esperando que en algún momento sus aventuras fueran leídas, revelando así los secretos que un día decidieron callar. En cuanto sus manos se posaron sobre las letras redondeadas de su madre, su corazón palpitó y una punzada aguda atravesó su estómago, dejándola unos instantes petrificada ante el texto. Sus labios temblaban, y tuvo que humedecerlos para frenar en varias ocasiones su creciente ansiedad. La mano de Daniel se posó sobre la de ella, calmándola, invitándola a continuar, a resolver los intrincados enigmas que había ocultado su familia durante demasiados años. Estaba convencida de que su madre tenía la llave, la pieza fundamental para armar el puzle, y que podría arrojar respuestas para cerrar las brechas que habían rasgado su universo. Tragó saliva, y obviando las primeras páginas, que se centraban en cómo había hallado su objeto mágico, se detuvo en aquellas que relataban sus hazañas en Silbriar.

      Comenzó a leer con el alma atragantada, en un silencio discreto, mientras sus amigos disfrutaban de un banquete improvisado por su padre. Estaban famélicos después de la larga travesía por el desierto y de la desesperada huida tras el infructuoso rescate de su hermana. Ella, en cambio, no tenía apetito, y a pesar de encontrarse debilitada, prefirió centrarse en el diario mágico de su familia.

      La estancia en los Valles Infinitos, hogar de los magos más prestigiosos y lugar de nacimiento de mi querido maestro, llega a su fin. Zacarías me ha informado de que pronto partiremos hacia Tirme, morada de las grandes sacerdotisas y fuente indiscutible de sabiduría. Después de intensos meses conviviendo con los magos de esta comarca, se me hace difícil la despedida. De ellos he aprendido la eficacia de la disciplina y la concentración, pero también que hay que ser agradecido con los dones que se nos ofrecen. La magia del Valle está muy vinculada a la naturaleza, y por eso su adiestramiento consiste en dominar los elementos. Mi maestro es un reconocido mago del aire. Es capaz de crear torbellinos con su varita o de asestar golpes con el viento racheado. He disfrutado con las demostraciones que han realizado los pupilos de la escuela: la nueva generación de magos de Silbriar. La mayoría de estos prescinden de sus varitas y ejecutan sus hechizos a través del movimiento de las manos, algo que ha indignado a muchos maestros, ya que uno de los emblemas del Valle es la varita como extensión del cuerpo. Para mí ha sido un honor convivir con estos nuevos genios del aire, fuego, tierra y agua. ¡Quién sabe si algún día sus nombres se grabarán en la historia de este mundo! Jersen, Peval y Hanis, gracias por esas noches de campamento.

      Valeria dio un respingo y se detuvo en los nombres de los magos que su madre había citado. Había uno que le resultaba familiar.

      —¿Peval? ¿No era este el enemigo de Aldin? —soltó, concentrada en los golpecitos que su dedo profería sobre el nombre del mago oscuro.

      —Sí, el maestro de los mellizos —precisó Daniel—. ¿Qué has encontrado?

      —Nada que sea importante —puntualizó ella, dejando escapar un suspiro de resignación—. Mi madre conoció a ese brujo. Era de los Valles Infinitos, como su maestro Zacarías... ¡Peval! Un mago que dominaba el elemento de la tierra. Por eso me lanzó del tejado usando kilos de arena.

      —¿Dice algo sobre el señor Moné? —le preguntó Daniel, clavando su mirada en la página que leía ella—. Aldin nos contó que antes de convertirse en un hechicero oscuro fue su amigo.

      —No lo menciona. —Negó con la cabeza—. Puede que porque fuera un mestizo. Las leyes de la época prohibían que estos entrasen en academias de magos. Además, ni siquiera sabemos si el señor Moné es natural de los Valles Infinitos. Aldin no me parece un mago de los elementos.

      —No lo es —intervino Nico, categórico—. ¿Acaso lo habéis visto conjurar al fuego o al agua? Es evidente que no nació en ese Valle, y más si las relaciones entre especies estaban prohibidas por aquella época. Pero lo que sí sabemos es que fue un protegido de Bibolum. Tuvo que entrar en una academia, pero quizá fuese en otra. —Bostezó, evidenciando su cansancio—. Lo siento, chicos, necesito dormir. Ahora mismo siento envidia de Érika.

      —Sí, sí, descansa. —Valeria arrugó el entrecejo y miró de reojo el libro—. Esto no está llevándonos a nada.

      —Val, deberías comer algo —le sugirió su padre—. Esta noche va a ser muy larga, y si no vas a dormir, al menos tendrías que reponer energías. ¿Te preparo un café con leche?

      Ella asintió levemente y posó su mirada en los ojos cansados de Jonay. Este se había sentado frente a ella y había recostado la cabeza sobre los brazos, cruzados en la mesa.

      —Por mí puedes seguir leyendo —dijo él mientras se acomodaba—. Puedo hacer dos cosas a la vez: descansar y escucharte.

      Ella deslizó el dedo índice sobre el texto de su madre y, adelantándose varios párrafos, buscó hechos o nombres que pudieran llamar su atención. No disponían de mucho tiempo, y mantenía la esperanza puesta en algún dato que pudiera revelarle

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