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por su vida y él habló con su padre. ¡Por eso está usted vivo! ¡No todo en esta vida es blanco o negro! Eso me enseñó mi padre. Hay un abanico de colores ahí fuera. Y aunque usted no pueda verlo, Kirko no es oscuro.

      El señor Moné apartó la bandeja y clavó sus ojos olivastros en el rostro afectado de la muchacha.

      —Tienes razón. —Asintió con una tranquilidad pasmosa—. No todo es blanco y negro, existen los matices, y nosotros somos los primeros responsables de nuestras elecciones. Pero, en la magia, todo es diferente. Jugar con los grises puede conducirte a las sombras.

      —No sé si entiendo lo que quiere decirme.

      —Querida niña, voy a confesarte algo que me inquieta. —Se acercó de nuevo a ella y le tendió la mano a través de los barrotes. Ella dudó un instante, pero después la aceptó de buen grado—. Estoy vivo. No porque hayas intercedido por mí, no porque ellos hayan querido concederte ese deseo. Lo estoy porque están esperando a que mi verdugo se presente. ¡Y esa, mi valiente alumna, eres tú!

      Espantada, retiró la mano y retrocedió unos pasos.

      —¿Qué? —soltó de forma autómata.

      —Lidia, para que el vínculo sea indestructible, tienes que romper su último sello. Ya has entregado tu corazón, pero Lorius necesita tu alma. ¡Una auténtica transformación! Para ello, debes ser tú la que acabe con mi vida.

      —¡Eso no es verdad! ¡Está mintiéndome! —le reprochó afectada.

      —Mi niña, sabes que no. Yo no te mentiría jamás. —Aldin observó el disgusto que apareció en su rostro y se compadeció de ella—. ¿Por qué insistes en venir a verme, en traerme casi a diario la comida, si ya has tomado una decisión? ¿No es eso lo que me has dicho? ¿Que tu destino está junto a Kirko? Para conseguirlo, debes cometer un acto vil. ¡Tú tienes que ejecutarme!

      Ella se llevó la mano al vientre y lo presionó para mitigar el dolor punzante que de repente brotó de él. No lo soportaba. Un inmenso agujero se abría en su estómago y no lo aguantaba más. Apenas la dejaba respirar. Tenía que retomar el control de su cuerpo como fuese. Se apoyó en la celda que estaba a su espalda y se aferró a los barrotes para no caer. ¿Por qué el señor Moné estaba manipulándola? ¿Por qué le contaba esas mentiras? Ella había cuidado de él desde el primer momento que fue encerrado. Le ofrecía libros para que no se aburriera, procuraba ser ella la que le llevase la comida, y por todo eso arriesgaba su vida. ¿Acaso el mago no valoraba su constante sacrificio? Cada vez que iba a visitarlo, debía comprobar primero que tanto Moria como Lorius estuviesen inmersos en sus tareas, y despistaba a Kirko diciéndole que necesitaba estar a solas. ¿Por qué el señor Moné estaba siendo tan cruel con ella? ¿Es que no conocía las profecías? ¡Su corazón pertenecía a Kirko! Y aunque luchó contra ese sentimiento durante mucho tiempo, tuvo que rendirse. ¡Su amor ya estaba escrito incluso antes de que ella naciera!

      —Yo no... —Se esforzaba en emitir algún sonido, pero la voz se le quebraba en cuanto una palabra conseguía abandonar sus labios—. Las profecías...

      —Las profecías solo son una orientación, no una realidad —le explicó con tono benévolo—. Por eso, por cada anunciamiento oscuro que florece, hay uno blanco que puede contrarrestarlo. Tú eres muy inteligente, Lidia. Y me lo has recordado antes con astucia. ¡Nosotros tomamos nuestras propias decisiones, y son estas las que inclinan la balanza hacia un lado u otro! —Ella lo miraba con ojos húmedos—. De entre todas las frutas que había en el cesto, tú escogiste la manzana. En el poblado de los gnomos, Kirko pudo matarte, pero decidió darte un beso. Y cuando tuviste la oportunidad, tú optaste por no matarlo. Es más, pudiste volver con tus hermanas, pero elegiste quedarte con él. ¿No lo ves, mi niña? Tus elecciones han hecho que la balanza se incline a favor de Lorius. ¿Y piensas que esto no trae consecuencias? ¿Qué crees que pasará cuando la bruja y ese demente lleguen a la capital? ¿De verdad supones que meterá a Bibolum, a Libélula y a todos los que han luchado por un Silbriar libre en la cárcel, como a mí? ¿Y que así tú podrás tener esa casa junto al lago con Kirko, alejados de la guerra? ¿Cerrarás los ojos cuando exterminen a cientos de inocentes? ¿Te taparás los oídos cuando escuches los lamentos? ¿Seguirás diciéndome entonces que todo es por amor?

      —¡¡Baaastaaa!! —gritó desesperada mientras rompía a llorar.

      Aldin sintió lástima por ella y, aunque quiso abrazarla, la dejó marcharse acompañada de su dolor. Él volvió a tumbarse en el camastro y, tras un prolongado suspiro, continuó la lectura por la página que había marcado con anterioridad.

      Tras permitir que la costurera de la bruja le hilvanase los bajos de su túnica, Lorius se acercó a la ventana, impidiendo que ella continuase con su labor. De rodillas, la mujer lo siguió sin lamentarse. De todos era conocido el carácter déspota del mago, por lo que nadie se atrevía a hablar en su presencia a menos que él te concediese permiso. Procuró mantener el pulso de la mano con firmeza y atino mientras la aguja recorría la tela satinada. No quería arriesgarse a pinchar las enclenques piernas del hechicero, pues su ira no tendría límites.

      Con las manos entrelazadas a la altura de su inexistente panza, Lorius oteaba el horizonte mientras dibujaba una sonrisa victoriosa en su rostro. Las arpías habían comenzado su ataque, saqueando a los campesinos más próximos al camino del sur, buscando espías, sometiéndolos bajo su yugo y librándose de aquellos que se rebelaban contra ellas. Al mismo tiempo, los orcos despejaban el Sendero de las Piedras Silentes, haciéndose con su control. Ningún comerciante, aldeano o bandido se atrevería a tomar esa ruta si no juraba lealtad a sus nuevos soberanos. Algunos eran reclutados para hacer los trabajos más tediosos, como montar los campamentos o cocinar para el regimiento. Ni las arpías ni los orcos eran famosos por sus dotes culinarias. Esos seres horripilantes se comían cualquier bicho que se tropezase en su camino. Pero pronto sus lopiards se unirían a ellos, y a pesar de ser unos descerebrados, apreciaban la buena comida. No eran soldados que se arrojasen a un enfrentamiento con el estómago vacío. Y él debía cuidarlos, porque eran leales, combatían con garra y jamás desobedecían una orden suya.

      Sí, había conseguido gracias a los cuervos de Moira hacer llegar su mensaje hasta ellos. Muchos se habían ocultado en las montañas o en los bosques más indómitos tras la desafortunada caída de la Fortaleza. La caza al lobo se había convertido en una de las aficiones más salvajes de los lugareños y, ahora, ellos se alzaban más feroces que nunca, reclamando la posición que les fue arrebatada al desaparecer su amo. Por fin Lorius había resucitado de las cenizas, y tras un tiempo sometido a las órdenes de la bruja, había llegado la hora de hacerse escuchar. En el castillo, Moira era la dueña y señora, sin embargo, fuera, su liderazgo no encontraría oposición. Deseaba con ansia partir hacia el norte, a su hogar, visitar las ruinas de su malograda escuela y acabar con todos y cada uno de sus discípulos.

      No obstante, antes debía resolver un asunto que lo azoraba, el cual le creaba cierto malestar y evitaba que su felicidad fuera completa. Por eso había mandado llamar a su hijo. Debían tratar una cuestión con urgencia, pero este, evidentemente, se retrasaba. Alzó el morro y frunció el ceño, lo que ensombreció su semblante. Entonces, escuchó la puerta y, sin alterarse, le lanzó una mirada reprobatoria al causante de su indisposición matutina. Kirko presumía de una sonrisa boba pegada a su cara, se rascaba la nuca revelando su nerviosismo y mantenía sus ojos negros fuera de su alcance. Él despidió a la sirvienta con un gesto desdeñoso y esta voló hacia la salida como un pajarillo al que acabaran de abrirle la jaula.

      —Siento el retraso. Me he entretenido con... —comenzó a disculparse de forma torpe.

      —¡No me importa el motivo de tu tardanza! Me importa más que en los últimos meses tu disciplina esté resintiéndose. No te he educado para que seas un calzonazos, sino un hombre. —Se sacudió la túnica con esmero para deshacerse de cualquier porquería que pudiera haberle dejado las manos mugrientas de la costurera—. La reconquista ha comenzado. Y tú deberías comportarte como mi general y no como un enano de feria tratando de hacer reír a la humana. Tengo grandes planes para ti, deberías entenderlo.

      —Sí, padre, no volverá a suceder.

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