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cabaña con la ayuda de sus botas. Él puede sacarlas sin que sufran ningún rasguño.

      —Podré hacerlo, no hay problema. —Nico asentía, apretando el mentón.

      —¡Bien, nos toca! —los informó Valeria al tiempo que ella y Érika se volvían invisibles.

      Se dirigieron a la entrada de la cabaña con las manos entrelazadas, llenas de confianza, sin sobresaltarse por las continuas risotadas que soltaban un grupo de hombres a su derecha. El poder de la pequeña estaba creciendo, su seguridad impedía que la invisibilidad fluctuase. Lo único que debían temer era que alguien tropezase accidentalmente con ellas. Esperaron pacientes a que alguno de los soldados que hacía la ronda de vigilancia abriese la puerta. Se habían percatado de que, a pesar del numeroso trasiego que había en la zona, muy pocos eran los que atravesaban el umbral que las llevaría ante el mago. Aun así, no desistieron. Tarde o temprano alguien debía informar del avance del enemigo, de las noticias que podían llegar de otros regimientos o, simplemente, el mago necesitaría estirar las piernas. No se quedaría encerrado contando cómo pasaban las horas del día.

      Por fin, sus súplicas fueron escuchadas y un hombre bajo y con aspecto desaliñado tocó a la puerta portando una olla que desprendía una jugosa fragancia a guiso recién hecho. Valeria contuvo la respiración. Había llegado su momento. Se infiltraron sin problema en el interior aprovechando las cortas zancadas del hombre, quien trataba de cruzar con premura la sala, y así pudieron adelantarlo y observar mejor sus movimientos. Valeria reparó en lo acogedora que resultaba la estancia, con muebles cómodos e intimistas. Después de haber escuchado decenas de reproches contra el mago de las Montañas Sagradas, los cuales criticaban su excentricidad, su aburrida retórica y su especial narcisismo, le extrañó encontrarse con una habitación decorada para recibir con cordialidad a sus subordinados.

      El curioso hombrecillo, de manos peludas y nariz ancha, golpeó con sus nudillos una puerta que se encontraba a su derecha mientras con la otra mano hacía malabares para que el caldero no cayera al suelo. Esta se abrió y las dos hermanas se deslizaron con presteza para introducirse en la nueva estancia. Allí descubrieron a un anciano de hermosa barba blanca y discretos ojos marrones, sentado tras un pequeño escritorio repleto de pergaminos. Zacarías le indicó con un gesto al sirviente que depositara la comida sobre la mesa y abandonara su aposento. Este obedeció sin apenas levantar la cabeza y ambas escucharon el sonido de la puerta cerrarse tras de sí.

      Las hermanas se miraron extrañadas, sin saber muy bien cómo proceder a continuación. El mago continuaba ensimismado, leyendo una misiva que lo obligó unos segundos a entornar los párpados y estirar sus labios finos. Después, sopló la hoja que aún sostenían sus dedos temblorosos y esta empezó a arder desde el centro hasta las esquinas, evaporándose en el aire segundos después. Entonces, el mago, con rostro compungido, hizo ademán de levantarse. Fue en ese instante cuando Érika decidió soltar la mano de su hermana y retirar la caperuza de sus cabellos dorados, haciéndolas visibles ante los ojos perplejos de Zacarías.

      —¿Esther? —se atrevió a pronunciar, aún confundido mientras miraba a la niña con nostalgia—. No, ella murió... hace demasiado tiempo —susurró con voz afectada. Examinó entonces a la guerrera y esbozó una sonrisa de medio lado. «Su misma energía».

      —Somos...

      —Ya sé quiénes sois —se adelantó a decir antes de que Valeria pudiera presentarse—. ¡Las descendientes! ¡Dos de las hijas de Esther! —Confuso, se incorporó y se acercó a ellas—. Pero ¿qué estáis haciendo aquí? ¿Acaso ignoráis que hay una guerra ahí fuera? ¡Aquí corréis un grave peligro!

      —Lo sabemos —le contestó Valeria, acusando un tono grave en su voz—, por eso hemos venido. Hace muchos años se orquestó una conspiración delante de sus narices. Lorius reclutó a varios magos del Valle, prometiéndoles más poder y una justicia más severa. —El mago la observó con desconcierto—. Mi madre comenta en su diario que nunca lo creyó partícipe de esa locura, y aunque pensaba que podía confiar en usted, les prometió a otras personas que jamás le revelaría sus averiguaciones. Mi pregunta es muy sencilla: ¿Es verdad que podemos confiar en usted?

      —Niña, ¿de qué rayos estás hablándome?

      —¿Por qué está custodiando el Bosque de las Almas? ¿Quién le ha dicho que miles de lopiards volverán a arrasarlo y continuarán su camino hacia la capital?

      —¡Este es el bastión más codiciado por Lorius Val! ¡Quiere reconstruir aquí su Fortaleza, en el norte! —exclamó, sin dar crédito todavía a lo que estaba sucediendo dentro de esas cuatro paredes—. Aún posee tres de las cuatro brújulas y la capacidad de lanzar un conjuro de traslación. Existe una probabilidad muy grande de que Lorius quiera reunir a sus tropas en la que fue su casa.

      —¿Y fue usted, como presidente del Consejo, el que dio la orden de dispersar a los soldados por todo Silbriar?

      —Creo que estoy siendo muy amable con vosotras, dada la admiración que le profesaba a vuestra madre. He podido llamar a los guardias y hacer que os detengan de inmediato. ¡Y no lo he hecho! Pero... no puedo permitir este interrogatorio y que se cuestione mi autoridad.

      —Señor Zacarías —Érika alzó la barbilla y clavó sus centelleantes ojos verdes en él—, ¿quería usted a mi madre?

      El mago contuvo el aliento y emitió un leve suspiro que aguijoneó su corazón maltrecho. No había podido proteger a una de sus mejores guardianas. Ella había decidido no regresar a Silbriar, y nunca llegó a comprender del todo sus motivos. Ni siquiera pudo disuadirla, convencerla de que su alma, en parte, pertenecía al mundo mágico. Ella se fue para no regresar, y esa negativa, de alguna manera, quebró su espíritu. Años después, recibió la funesta noticia de que su alumna más perspicaz había muerto.

      Acusando cierta fatiga, se sentó en el borde de la cama, la cual ocupaba gran parte de la habitación. Volvió a examinar a las dos descendientes, quienes habían irrumpido en su cuarto con una envidiable valentía.

      —¡Por todos los ancestros! ¡Claro que la quería! —confesó, con los ojos húmedos.

      —¿Y por qué permitió que unos locos cegados nos sentenciaran a muerte y recluyeran a Bibolum? ¡Nosotras somos sus hijas! —le espetó Valeria con crudeza—. ¡Por las que dio la vida! ¡Porque hasta el final quiso protegernos! ¡Y se supone que usted fue su maestro! ¿No debería al menos otorgarnos el beneficio de la duda?

      Zacarías ocultó su rostro ensombrecido enterrándolo bajo una de sus cumplidas manos.

      —Juro que lo intenté. —Negaba con la cabeza, arrepentido—. Defendí a Bibolum hasta que me flaquearon las fuerzas. Todos estaban convencidos de que era lo mejor. El gran mago anteponía sus sentimientos sobre el bienestar de Silbriar..., o de eso lo acusaban.

      —Bibolum es un mago bueno y siempre ha tratado bien a todo el mundo, no solo a nosotras. —La pequeña se acercó a él y lo obligó a mostrar su cara afligida de nuevo. Entonces, el mago escudriñó sus ojos bondadosos, tan brillantes como los de su madre, y la rodeó con sus brazos.

      —Zacarías, ¿por qué no ha mezclado a las tropas, procurando así que la hermandad sagrada pudiera existir? Un mago, un artesano y un guerrero en cada una de ellas, como Bibolum instauró hace años —insistió Valeria con firmeza—. Ha enviado a un escuadrón inexperto de gnomos al sur. ¡Nims y su gente corren peligro!

      —Solo tienen que informar sobre el terreno y crear uno de sus artilugios tan famosos para que los enanos puedan usarlos —se excusó, sin escuchar sus propias palabras.

      —Los enanos podrán contra los orcos. ¡No lo dudo! Pero caerán ante decenas de hechiceros que no dudarán en exterminarlos.

      El mago torció el gesto y recapacitó sobre lo que acababa de pronunciar la guerrera. Las hadas defendían el este. En el oeste se encontraban los elfos junto con un grupo de duendes indisciplinados. Ellos, los magos, defenderían el norte. Sin embargo, el sur estaba siendo vigilado por los temerosos gnomos y cientos de enanos enaltecidos. Había supuesto que se trataba de un gran plan, pero ahora comenzaba

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