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dependiente de la reactivación de la estructura vincular infantil inconsciente del paciente en la relación analítica.

      c) Con la contratransferencia se reconocen las reacciones emocionales e ideacionales en el analista movilizadas en la relación interpersonal con el paciente.

      d) Transferencia en sentido operacional. Liberman (op. cit., 1971), postula la transferencia solamente dentro del contexto de la sesión analítica, y la define como las disposiciones que trae el analizando en sus series complementarias y que, desencadenado por el dispositivo analítico (encuadre, asociación libre y atención flotante) tendrá un carácter procesal terapéutico o iatrogénico, según las características personales del analista y del enfoque que el mismo haga de su paciente.

      e) Finalmente, y en continuidad con el punto anterior, pasamos al diálogo analítico y al terreno de la interacción humana. Dice Liberman (op. cit. 1971, p. 463): “Al fin de cuentas, el método psicoanalítico es un tipo más de circuito comunicativo, que se ajusta a determinadas reglas y normas para efectuar un tipo especial de interacción terapéutica”.

      Mientras que en a) el operador analítico describe y explica “desde afuera” lo que le ocurre al paciente, en b), c) y d) lo que le ocurre a éste está íntimamente condicionado por las actitudes del analista y su método de abordaje.

      Interpretación y estilos

      Surge ahora la pregunta acerca de si al considerar el proceso analítico como una sucesión de diálogos, dejaba indemne nuestra tradicional forma de concebir la interpretación. Obviamente, esta pregunta conlleva a una más ambiciosa y controvertida, referida a la acción terapéutica del psicoanálisis. Debemos reconocer que la diversidad de escuelas psicoanalíticas reconocidas, admite posturas que visualizan su praxis de manera muy distinta, y a veces hasta polares. De esto modo, podemos reconocer aquellas que postulan el psicoanálisis como una tarea de desciframiento de un lenguaje oculto (modelo arqueológico), hasta aquellas que enfatizan la reedición de la experiencia emocional reactivada regresivamente por el proceso terapéutico, en búsqueda de una salida inédita para un viejo conflicto repetitivo.

      Por otra parte, no es fácil hablar de interpretación en un sentido unívoco, puesto que la variedad que se describe de ella suele ser tan numerosa como compleja.

      Tomemos como ejemplo un estudio epistemológico de las interpretaciones freudianas, realizado por Lores Arnaiz (1977/9). En él enumera:

       interpretaciones de reconstrucción histórica;

       interpretaciones de reconstrucción vivencial;

       interpretaciones de traducción lingüística;

       interpretaciones de traducción simbólica;

       interpretaciones funcionales;

       interpretaciones transferenciales.

      Aunque muchos de estos tipos de interpretaciones constituyeron jalones en la historia del psicoanálisis de acuerdo a los momentos por los que atravesaba la teoría, o las actuales preferencias teóricas de algunos psicoanalistas, creo que en mayor o menor medida el conjunto mantiene aún vigencia. Ocurre que –de acuerdo a mi propia óptica– el psicoanálisis a lo largo de su desarrollo conceptual, en la medida de su intento de dar cuenta de su práctica, fue precisando y complejizando su cuerpo teórico, lo cual no significó necesariamente el rechazo de sus primeros enunciados. En ese sentido la primera tópica enfatizó el trascendental descubrimiento freudiano: la dinámica consciente-inconsciente articulada con la dinámica instintos sexuales-instintos del yo, herramientas básicas para el abordaje de las psiconeurosis. Con el tiempo, las insuficiencias en la teoría y el acceso a nuevas patologías llevaron a la necesidad de postular el narcisismo y las identificaciones que condujeron a la segunda tópica. Posteriormente, más allá de Freud, cuando el foco de la teorización pasó a las relaciones objetales aparece el concepto de self. Sin embargo, es importante destacar que todas estas modificaciones no implican dejar de lado al inconsciente y a las instancias psíquicas, sino que se fueron subsumiendo en dimensionalidades parciales de una estructura teórica en permanente complejización. La concepción del proceso analítico como diálogo implica su consideración como un circuito comunicativo, constituyendo la interpretación una parte de este circuito; interpretación en la que está involucrada la performance del analista, la amplitud de su repertorio y su flexibilidad para poner en uso instrumental sus posibilidades de decodificar el material del paciente, procesarlo y encodificar una respuesta-interpretación. Todo esto depende del grupo interno (series complementarias) del analista en interacción con el grupo interno del analizando, dentro del campo dinámico formado por sus respectivos grupos internos, enmarcados en un encuadre específico. En los tratamientos psicoanalíticos no sólo juega en el analista el componente sintáctico, sino también el semántico y el pragmático de la comunicación humana. Por ejemplo, en el área pragmática el manejo particular y adecuado de los elementos del encuadre que requiere, según los casos, unas veces firmeza y otras flexibilidad, pero siempre coherencia. En el área semántica poder mantener en claro el sentido del análisis y poder rescatarse ante los inevitables desvíos. En el área sintáctica la importancia de la selección y combinación de los términos de la interpretación.

      La audacia creativa de D. Liberman para incursionar en la interdisciplina al servicio del desarrollo de la ciencia psicoanalítica abrió, para quienes compartían este punto de vista, la posibilidad de informarse sobre teoría de la comunicación, semiótica y lingüística, lo cual permitió explorar el camino para evaluar con los instrumentos provistos por estas disciplinas, la evolución de los procesos psicoanalíticos. Con el estudio de los protocolos de sesiones realizadas en distintas épocas pudo comprobarse que los aciertos interpretativos, o la evolución favorable, podían ser visualizadas, observando un enriquecimiento y formas más complejas en las estructuras gramaticales del habla de los analizandos. Así, sería posible estudiar y administrar aquellas intervenciones-interpretaciones del analista óptimas para lograr la mayor efectividad terapéutica en un determinado caso. L. Prieto (citado por Liberman), nos enseña que el código lengua, por ser un código de doble articulación, admite múltiples opciones de combinar señales para emitir mensajes, y las distintas posibilidades combinatorias configuran los diversos “estilos”. Liberman amplía las postulaciones de Prieto, al trasladarlas al circuito especial en que consiste el diálogo psicoanalítico. El analista no sólo registra las señales del código dígito-verbal del habla del paciente sino que también las selecciona y combina con lo paraverbal (mímica verbal) y lo extraverbal (códigos analógicos); con todo lo cual arma un segundo significante a fin de detectar el mensaje latente que el paciente, inadvertidamente, emite. Además el analista tiene también opciones para encodificar su propio mensaje en señales-interpretación. Esta propuesta de discriminar las vicisitudes del diálogo analítico en términos de estilos, constituye un esfuerzo para achicar la amplia brecha que existe entre una psicopatología eminentemente teórica, herencia de la psiquiatría clásica por un lado, y la casuística clínica por el otro; lo que permitiría crear categorías más cercanas a la base empírica –la sesión psicoanalítica– admitiendo asimismo cierto nivel de generalización (Arbiser, 1978).

      Maldavsky (1986) sugiere que el tema de los estilos replantea en el terreno de la metapsicología la problemática poco estudiada de la estructura y dinámica del sistema preconsciente, y de la primera y segunda censura inherente a este órgano destinado a hacer consciente lo inconsciente. Dice al respecto (p. 160) “que el preconsciente está estructurado a la manera de una combinatoria de estilos, y que cada estilo corresponde a un modo particular de seleccionar y combinar los términos al hablar y escuchar”. Además define a los estilos como (p. 157) “modos de entender el tiempo, espacio, objeto y causalidad, así como historias y secuencias específicas”.

      Liberman, al describir al “yo idealmente plástico” procura un modelo de combinatoria estilística correspondiente a lo que en psicopatología podría llamarse idealmente “normalidad”. La articulación de la primera tópica de Freud (1900), dimensionalidad extendida desde un polo perceptivo al polo motor, con los seis factores y funciones de la comunicación humana descriptos por Roman

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