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de esta manera. Desafío visible en esta viñeta:

      P.: ...me pregunto cuándo empezaremos a profundizar en el análisis...

      A.: Si yo o usted empezamos a jugar a ver quién gana, podríamos fracasar como en su relación con R y evitar tocarnos afectivamente.

      De entrada, dada su dilatada experiencia en análisis, advertí que debía utilizar un lenguaje coloquial, llano y desmitificante –no exento de respetuoso sentido del humor– y que en ella, como en otros pacientes, no sólo era importante acertar en lo que le decía sino en el cómo lo decía. Estimé que las interpretaciones inteligentes o profundas que ella me pedía sólo servían para hacerme jugar una “pulseada” intelectual con ella, para reforzar su creencia en los mecanismos de agudeza mental en detrimento del contacto afectivo y corporal; pero básicamente, debía encontrar la forma de diferenciarme de sus idealizadas analistas anteriores en tanto me veía como a su para ella inconsistente padre subsumido en su supervalorada e inalcanzable madre. En este sentido fueron cruciales las alternativas de su primer casamiento. Al promediar el primer año de análisis conoce a T –un joven estudiante universitario visiblemente incompatible con ella, no sólo en el plano intelectual, sino también en el social, económico y cultural–, con quien finalmente se casa y con quien tiene su primer hijo. Acá despliega toda su artillería tratando de que, por medio de interpretaciones “sugerentes”, yo la ayude a decidir acerca de la viabilidad de esa unión. Si bien yo estaba convencido –al igual que ella– de la inviabilidad de aquel matrimonio, también estaba convencido de que ya era una resolución inapelable y que, de todos modos, se iba a casar. Me reprocha que con sus analistas anteriores había sentido la seguridad de que en definitiva siempre la salvaban y le permitían las mejores opciones. Yo le señalo que yo no estaba demasiado seguro si ella necesitaba las mejores opciones delegadas en mí o sus padres o si ella podía asumir o ensayar sus propias opciones aunque no fueran las “mejores”. Así, puede sustraerme de la situación paradojal en la que intentó encerrarme, lo que implicó diferenciarme de sus analistas anteriores, a la vez que le permitió a ella tener una nueva versión del análisis. Por otra parte, se hizo evidente que esa elección representaba para ella su propia imagen denigrada. Posteriormente, pude convencerme de que al permanecer sentada en el diván ella me vigilaba, no sólo por temor a la violación y por el triunfo final sobre el violador, sino que no acertaba a terminar de estudiarme, en tanto yo evitaba que me ubicara en los roles de sus analistas anteriores, de quienes no tenía dudas de su solvencia intelectual, y decidir acerca de mi solvencia como analista. Hace poco tiempo, ya con la fecha del alta del tratamiento, me confesó que en su momento no supo por qué, pero que luego, cuando en una interpretación yo le había insinuado que ella no estaba segura si yo era un “boludo”, se recostó en el diván cuando pudo dejar de desconfiar y sentir que yo me anticipaba a sus miedos y suspicacias. Era decisivo que sin descalificar sus análisis y analistas previos yo pudiera entrar en una relación directa, no mediada con ellas.

      P.: ...Usted me recuerda a un humorista de T.V.: Gila...1 por su sentido del humor...

      A partir de esos dilatados escarceos, y de poder poner en evidencia el significado defensivo con que a veces utilizaba su intelecto, surgió más claramente el problema del contacto corporal y afectivo. Yo me daba cuenta de que mi entonación y mis palabras intentaban “tocarla”, entrar en contacto. También en mi comportamiento; cuando ella me traía fotos, yo las miraba con ella y hacía comentarios prudentes, pero no analíticos y sólo sesiones más tarde hacía alguna alusión interpretativa al sentido de traerme fotos, que en general eran una forma de entrar más en contacto personal, que el setting a veces impedía. Todo esto permitió la emergencia de un material en el que se hizo evidente su relación conflictiva infantil y actual con su madre. Esta cumplía con todos los requisitos de una madre joven, moderna, culta y muy generosa. Siempre fue comunicativa y comprensiva. Desde que la paciente había sido muy niña tenían diálogos de “amigas” conformando entre ellas un microclima de consenso en que ellas y todo el grupo familiar “eran muy especiales”. Las consecuencias indeseables de esta relación de amigas entre la paciente y su madre me llevó a ponderar y reparar en la importancia teórica de la diferencia adulto-niño (brecha generacional). Por otra parte, la madre siempre se jactó de su “modernismo” en tanto que al nacer la paciente decidió, apoyada por su médico, suprimir la lactancia natural por la lactancia artificial, “más científica y racional”.

      P.: ...a veces tengo la sensación que no puedo contactar con las cosas o las personas, es como si estuvieran detrás de un vidrio...

      A.: Ahora me resulta más claro entender que cuando usted me pedía interpretaciones más profundas e inteligentes aludía, como su mamá y su médico a algo más científico y racional, y así interponer un vidrio a la posibilidad de que nos tocáramos.

      Posteriormente, según pude deducir de su material, en la infancia y la adolescencia estuvo más reforzado el diálogo intelectual con su entorno que el contacto afectivo personal. Era una niña que jugaba sola, se pasaba horas bailando –aprendía danzas– y allí daba rienda suelta a su imaginación. Aparte, se pasó casi toda su infancia, adolescencia y juventud en análisis –“ella era muy enferma”– lo cual, quiérase o no, implica un reforzamiento de la preponderancia de la comunicación verbal en las relaciones interpersonales. Además, como es sabido, en el análisis es necesario, para su dinámica, una aceptable “introspección crítica” (conciencia de enfermedad) por parte del paciente. Sin embargo, en esta paciente, esta introspección crítica favorecía su hiperresponsabilidad culposa, reemplazando la moral convencional por una “pretendida moral psicoanalítica”. Al lado, y disociado del contexto mítico “eres muy especial”, estaba el “eres o soy muy enferma”, “no sabemos qué hacer contigo”, “que se arreglen los analistas con la loca”, por otra parte “qué padres modernos y comprensivos que somos que te mandamos a analizar”.

      En la situación analítica, cualquier padecimiento somático “funcional” u “orgánico” pasajero por el que atravesaba, era motivo de un minucioso análisis, en la búsqueda de los “motivos inconscientes”, culposamente perseguidos. En una sesión de esta índole, le dije que la iba a desconcertar por lo que iba a decirle, porque muy trabajosamente estaba intentando darme todos los elementos para que le hiciera una interpretación de la causa de su padecimiento, pero que yo me preguntaba simplemente por qué no iba a consultar con un médico clínico. Al principio quedó algo desconcertada, pero un tiempo después reconoció que esto la había aliviado, en tanto creía que consultar al médico era traicionarme, no queriendo “ver los problemas que ella somatizaba”. Algo similar había ocurrido con el intento de violación. Se sentía intensamente responsable y culpable por el episodio: en el análisis anterior “había visto que se trataba de su curiosidad de ver el pene”. Para mi reflexión me resultaba penoso comprobar cómo el cliché psicoanalítico soslayaba su condición de víctima. Luego de aquel penoso episodio, se había sentido por varios años acorralada. Sentía terror de movilizarse sola por las calles, pero estaba impedida de pedir ayuda dado que ella, como todo el consenso “psicoanalítico-intelectual” que la rodeaba, lo sabía “que toda víctima de una violación es inconscientemente promotora de la misma...”. Por consiguiente debía sofocar su agorafobia a costa de un intenso sufrimiento no compartible ni con su familia, ni con su analista, ni con ella misma. Acerca de esto, también recientemente, cuando faltaban pocas semanas de análisis, me confesó que yo había sido la primera persona importante de su mundo, que la había reconocido también víctima indefensa de una agresión sexual sádica, a pesar de que conocía las interpretaciones cliché que se hacen en esos casos.

      Comentario

      Ejemplificando sucintamente el modelo de los estilos antes mencionados y, tal como lo habíamos anticipado, la evolución de la paciente –tomada globalmente– podría sintetizarse proponiendo dos recorridos estilísticos definidos.

      a. Desde un estilo lírico (casillero 2) a un estilo dramático con impacto estético (casillero 6), que implica un tránsito desde una situación de indiscriminación sujeto-objeto a un reconocimiento mayor de la autonomía del objeto.

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