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sobre «los pobres en el corazón de Dios y de la Iglesia» (EG 186-216). Conociendo la tradición me animo a decir que ese texto tiene la mejor exposición del magisterio pontificio sobre Cristo, la Iglesia y los pobres72.

      7. La misericordia de Dios en Cristo mueve a construir puentes entre las personas y los pueblos.

      Todos los muros caen. Todos. No nos dejemos engañar. Sigamos trabajando para construir puentes entre los pueblos, puentes que nos permitan derribar los muros de la exclusión y la explotación… Las «3-T», ese grito de ustedes que hago mío, tiene algo de esa inteligencia humilde, pero a la vez fuerte y sanadora. Un proyecto–puente de los pueblos frente al proyecto–muro del dinero. Un proyecto que apunta al desarrollo humano integral73.

      VII. LA REVOLUCIÓN DE UNA ECCLESIA REFORMATA ET SEMPER REFORMANDA

      1. La reforma no es solo reforma de la curia sino de toda la Iglesia y de todos en la Iglesia. Las reformas se realizan a través de procesos sinodales animados por el don del reino de Dios inaugurado en la Pascua de Cristo, lo que requiere caminar marcando un agudo sentido del tiempo. La peregrinación en el tiempo reclama la virtud teologal de la esperanza; las virtudes del área de la fortaleza: perseverancia, paciencia, magnanimidad, audacia; mucha prudencia y más misericordia (EG 44). Una reforma sinodal de la Iglesia implica animar procesos renovadores participativos irreversibles, como el que se dio en el proceso sinodal en torno al matrimonio y la familia. En esa línea el Papa anima a «ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios» (EG 223).

      La reforma sinodal del Pueblo de Dios en la cabeza y en los miembros requiere abordar muchas cuestiones pendientes. Aquí basta nombrar una sola: la necesidad de institucionalizar mejor los vínculos fraternos de los ministros ordenados con todos los fieles porque «los laicos son, simplemente, la inmensa mayoría del Pueblo de Dios. A su servicio está la minoría de los ministros ordenados» (EG 102). Este proceso implica superar tantas formas de clericalismo y de centralismo propias de la imagen piramidal de la Iglesia. En esa línea se orientan la preocupación por delinear la figura del obispo y el presbítero como un pastor que va delante, al lado y detrás del pueblo que se le confía (EG 31)74, y la promulgación de la nueva Ratio para la formación presbiteral75.

      2. Solo los papas pueden reformar el papado. Francisco se inscribe entre los papas reformadores. Esta conciencia de recibir una misión reformadora está expresada en el nombre elegido por el Papa argentino. La reforma de la Curia, fijada por el decreto Christus dominus, ha comprometido a tres papas. Pablo VI tenía conciencia y voluntad de llevar adelante la renovación conciliar en todos los planos, sobre todo en las reformas de la liturgia y el gobierno. Instituyó el Sínodo de los obispos, reformó el Colegio de los cardenales, e inició el reordenamiento de la curia con la constitución Regimini Ecclesiae universae, luego modificada por la constitución Pastor bonus de Juan Pablo II76. Benedicto XVI ha reconocido que Francisco tiene el carisma de ser «el hombre de la reforma práctica»77. En su discurso a los miembros de la curia romana en 2017 el Papa se refirió a su ministerio como primado diaconal, remitiendo al título Servus servorum Dei, que expresa la vocación de unirse a Cristo en su forma de siervo (Flp 2,7). Y pidió a quienes trabajan en la curia ejercer una diaconía ministerial y curial para el bien y el servicio de las Iglesias.

      3. La reforma profunda de la Iglesia —no meramente disciplinar— es una obra del Espíritu Santo que la renueva (LG 4). Exige una gran docilidad para ser un conductor conducido por el Espíritu.

      La reforma de la Iglesia —y la Iglesia es semper reformanda— es ajena al pelagianismo. Ella no se agota en el enésimo proyecto para cambiar las estructuras. Significa, en cambio, injertarse y radicarse en Cristo, dejándose conducir por el Espíritu Santo. Entonces todo será posible con ingenio y creatividad78 .

      Francisco insiste en que las reformas profundas nacen de los corazones y arraigan en las actitudes. Un proceso de reforma implica dar pasos en el camino de la conversión personal y comunitaria hacia la santidad, que es la plena comunión con Cristo en el amor. Para Bergoglio, «en la historia de la Iglesia católica los verdaderos renovadores son los santos. Ellos son los verdaderos reformadores, los que cambian, transforman, llevan adelante y resucitan el camino espiritual»79. La santidad de vida es el corazón de una Ecclesia reformata et semper reformanda.

      4. Se articulan la revolución del cristianismo y la reforma de la Iglesia, más allá del debate acerca del sentido y la pertinencia de las palabras. Ya en Buenos Aires Bergoglio afirmaba que la fe es revolucionaria y que Jesucristo inició la revolución de la ternura80. Esta última frase tiene un sentido similar a la expresión empleada en Alemania por Benedicto XVI: la revolución del amor81. No hay temor para que aquella sostenga una hermenéutica de la reforma en fidelidad creativa82.

      5. La doble dimensión mística e histórica de esta realidad, superior a su idea, requiere una teología que piense el primado de la ternura de Dios en la renovación de la Iglesia y la transformación de la sociedad. En 2015 celebramos el centenario de la Facultad de Teología de Buenos Aires. En ese jubileo el Papa, Gran Canciller de la Facultad de 1998 a 2013, envió una carta a su sucesor por la cual invitó a la comunidad académica a buscar «una unión entre la teología, la espiritualidad y la pastoral a la luz de la misericordia y en la senda del Vaticano II»83. Esta tarea está siendo realizada por muchos pensadores cristianos en distintos idiomas y continentes. En esa línea hay una rica refexión teológica —dogmática, moral y pastoral— y filosófica acerca de la misericodia84.

      6. La fe reconoce una misteriosa continuidad entre la experiencia mariana y la experiencia maternal de la Iglesia85. La maternidad pastoral expresa que toda la Iglesia es mariana y María es icono de su misterio. La misericordia de Dios nos llega a través de la ternura maternal de María y de la Iglesia. Nuestros pueblos «encuentran la ternura y el amor de Dios en el rostro de María» (A 265).

      7. En 2016, en el discurso a los obispos de México, Francisco se refirió al intercambio de miradas entre La Virgen de Guadalupe y el pueblo. Confesó que había reflexionado sobre el misterio de esa mirada y que deseaba mirar a María y ser alcanzado por la ternura de sus ojos.

      Como hizo San Juan Diego y lo hicieron las sucesivas generaciones de los hijos de la Guadalupana, también el Papa cultivaba desde hace tiempo el deseo de mirarla. Más aún, quería yo mismo ser alcanzado por su mirada materna. He reflexionado mucho sobre el misterio de esta mirada y les ruego que acojan o que brota de mi corazón de Pastor en este momento. Ante todo, la «Virgen Morenita» nos enseña que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Aquello que encanta y atrae, aquello que doblega y vence, aquello que abre y desencadena no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino, que es la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia86.

      8. María, «vida, dulzura y esperanza nuestra», es el signo transparente de la revolución de la ternura de Dios y la renovación misionera de la Iglesia. Ella muestra que la ternura es revolucionaria.

      Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño… Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización (EG 288).

      REFORMA INCLUSIVA DE LA IGLESIA CATÓLICA. SIGNIFICADO Y PROFECÍA DE UNA RECEPCIÓN INACABADA

      Virginia R. AZCUY

      La perspectiva de este texto podría resumirse con el título que la teóloga italiana Marinella Perroni da al prólogo de una obra publicada hace unos años: Assumere una storia, preparare il futuro. El propósito indicado por la editora en ese libro era releer el Concilio Vaticano II desde la perspectiva de género, con ocasión de un congreso realizado en 2012:

      Mirar la historia, también aquella del Vaticano II, desde el punto de vista de la mujer no significa escoger una prospectiva parcial ni mucho menos de gueto. Significa, en cambio, mirar la historia de todos y de todas: el punto de vista de la mujer es forzosamente poco usual, pero se refiere a la sociedad entera y a toda la Iglesia. Con su propio análisis y valoración de la realidad, las mujeres ofrecen una contribución no solo para las mujeres,

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