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de lo familiar que tematizó Freud en su texto “Lo siniestro”.

      Situado en su cuna, arrojaba con gran habilidad un carrete de madera por encima de la barandilla, haciéndolo desaparecer detrás del forro de tela que cubría los barrotes mientras profería su “significativo o-o-o-o”. Después, tirando de la cuerda, provocaba su reaparición mientras expresaba un alegre ¡Da! (aquí). Freud califica esta gozosa actividad como “la más importante función de la cultura”. El juego completo tenía dos partes: desaparición y reaparición, que el niño no completaba casi nunca, repetía incansablemente la primera fase, siendo que el mayor placer debería estar ligado al segundo acto, de acuerdo con el primado del principio del placer. La conquista cultural se vincula pues a “la renuncia a la satisfacción de la pulsión”, el juego inventado por el niño es por lo tanto consecuencia de una decisión, que Lacan califica de “insondable”, comporta el consentimiento al goce de la palabra, a esa “segunda” vida en la palabra que surge en soledad; cuando su madre no está presente emite sus primeros fonemas que constituyen una primera simbolización de la presencia y ausencia del Otro. El niño no repite el momento del hallazgo del objeto sino, fundamentalmente, el de la pérdida y por eso Freud encuentra allí la acción de Otra cosa que da razón de su título “Más allá del principio del placer”. En ese momento constitutivo de su existencia y que repite “activamente”, una y otra vez, se destaca el valor positivo que adquiere la falta para el ser hablante y que Lacan homologa al deseo.

      Una criatura ha surgido como “respuesta de lo real” presentificado por la ausencia del Otro; en ese “jubiloso” acto el pequeño acepta su condición de hijo del lenguaje, en cuyo mar ha elegido dos fonemas que dan lugar al “encantamiento del mundo” porque en ese juego consiente en separarse de algo que bien puede identificarse a un trozo de su cuerpo, una parte de sí mismo para siempre perdida, en una experiencia del “quedarse afuera” que abre las puertas al lazo social, donde es preciso aceptar permanecer en silencio para que otro pueda hablar, respetar los turnos en los juegos, etc.

      Esta primera “conquista cultural” nos enseña que la función de la familia en cuanto a “la transmisión de un deseo no anónimo” radica en favorecer que el nacimiento de una subjetividad pueda articularse con el deseo del Otro encarnado en sus padres a partir del reconocimiento de un rasgo de distinción del pequeño; la pregunta por el origen se anuda, por lo tanto, al lugar que ocupará cada uno en la familia y luego en la multitud ¿cómo llegamos a diferenciarnos unos de otros? ¿cómo anudar nuestra singularidad con una experiencia colectiva?

       Malestares en familia

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