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y ese papá y no los del vecino. (27)

      En el marco del examen de la sustitución de la naturaleza por la cultura encontramos una primera lectura de la obra freudiana sirviéndose de la noción de “complejo”, entendido como una forma fija de un conjunto de reacciones en las que se ven comprometidas diversas funciones orgánicas, un abanico que abarca desde la emoción hasta la conducta adaptada hacia el objeto. Los complejos de Edipo y castración freudianos, matrices de la humanización del deseo, son sometidos a una reelaboración en la que se destaca su carácter cultural, “abierto a las variaciones infinitas frente a la rigidez de la conducta instintiva”, propia de los animales.

      El complejo de destete es concebido como una crisis vital cuya estructura dialéctica enmarca la pérdida del objeto. Vinculado a la prematuridad específica del ser humano, su aceptación o rechazo dejan indelebles huellas en la historia individual y en la concepción de las seguridades a las que aspira el sujeto durante su vida.

      El complejo de intrusión, germen de los celos y “arquetipo de los sentimientos sociales” es orientado por las identificaciones formativas, con su ambivalencia intrínseca de actitudes contrapuestas y complementarias. El alarde, la seducción y el despotismo no se explican por una rivalidad vital, afirma Lacan, son efectos de la captura que ejerce la imago del semejante, causante de la tensión agresiva en la que se estructura el narcisismo en el marco del estadio del espejo.

      En cuanto al complejo de Edipo, se inicia aquí un examen crítico de la concepción freudiana y aunque destaca la simbolización de la sexualidad que tiene lugar en la familia –fraguándose en una especie de pubertad psicológica “sumamente prematura” que ubica en torno a los cuatro años–, el punto clave es su observación sobre el declive de la imago paterna. Las consecuencias psicológicas de ese ocaso revelan un aspecto real de la carencia simbólica que Lacan vincula a los efectos extremos del progreso social (concentración económica, catástrofes políticas) y encuentra como justificación de la mayoría de los síntomas de la infancia y la adolescencia.

       El niño como objeto

      En su texto sobre “Los complejos familiares” ya apuntaba el paso decisivo hacia la estructura moderna de la familia, correlativo al final del patriarcado, esto es, a la reducción a su forma conyugal y a la multiplicación de sus formas. Es el resultado de una “secreta inversión”, operada durante el siglo XV con la revolución económica de la que surgieron la sociedad burguesa y la psicología del hombre moderno. Tal reducción de la familia al conjugo no implica simpleza, todo lo contrario, Lacan subraya la complejidad de su estructura.

      A partir de la diversidad de situaciones que se presentan actualmente en la procreación (heterosexual, homosexual, transexual, por conservación de ovocitos, gestación subrogada) se verifica la disyunción entre sexualidad y procreación, entre procreación y gestación, entre origen y filiación. Además, y siempre siguiendo a Ansermet en estos temas, se comprueba que “el niño genera la familia” y que los padres son “padres de intención”; en épocas pasadas se aspiraba a una sexualidad sin procreación, ahora se extiende la procreación sin sexualidad. Asistimos también a “una nueva visión antropológica de la donación” con efectos diversos según la incidencia de un tercero en la procreación, desde la injerencia del médico de referencia hasta la individualización posible del donante (de esperma, de óvulos, de cigotos), en tensión con la necesidad de mantener o no el anonimato legalmente. La clínica de las adopciones muestra también hasta qué punto el sujeto se empeña en encontrar un deseo particularizado en el origen, un nombre a partir del cual construir una ficción sobre el nacimiento.

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