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deformados, como Coccoz muestra a lo largo de estas páginas. Mencionaré dos grandes temas a los que la autora hace aportaciones novedosas y relevantes: 1) los estudios de feminismo y género; 2) la singularidad de cada persona hablante.

      Tras presentar la orientación lacaniana y sus ideas básicas, Coccoz dedica los capítulos 2 y 3 de su libro a los debates actuales sobre género y feminismo, incluida la cuestión de la violencia sexual. Su tesis principal afirma que el psicoanálisis está en el origen del cuestionamiento de la sexualidad biológica, que dio lugar a las teorías de género. Para exponerla, empieza por mostrar que Simone de Beauvoir hizo una presentación muy sesgada de las teorías freudianas en su libro El segundo sexo (1948), cuya influencia fue grande, lo cual contribuyó a marcar negativamente al psicoanálisis en los círculos feministas. Simone de Beauvoir no sólo confundió a Freud con Adler, al identificar el complejo de Edipo con el de Electra, del que Freud nunca habló, sino que identificó la sexualidad con la genitalidad, pese a las reiteradas advertencias de Freud en sentido contrario. Ocurre además que Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre y Jacques Lacan se conocían desde los años 30. Lacan publicó en 1938 su libro La familia, donde dejó claro que el concepto freudiano de castración no se identificaba con la frustración en la mujer, contrariamente a lo que dijo De Beauvoir en su obra. Por otra parte, Lacan participó en el célebre seminario sobre Hegel (1933-1939) que Alexandre Kojève impartió los lunes por la tarde en la École Pratique des Hautes Études de París, al que solían asistir prestigiosos intelectuales franceses, como Raymon Aron, Georges Bataille, Roger Caillois, Gaston Fessard, Jean Hyppolite, Pierre Klossowski, Maurice Merleau-Ponty y el que finalmente se convirtió en el editor de dicho seminario en forma de libro (1949), el matemático Raymond Quénau. Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir no asistieron, pero estuvieron muy al tanto del seminario de Kojève, porque la dialéctica hegeliana entre el amo y el esclavo fue uno de sus grandes temas de inspiración, tanto para Sartre en El ser y la nada como para Simone de Beauvoir en El segundo sexo. Ella también interpretó hegelianamente la relación hombre-mujer, pero desde una perspectiva muy diferente a la de Lacan. Para este último, la dicotomía amo/esclavo es básica en el Otro, porque esa nueva entidad, que reinterpreta la noción freudiana de inconsciente, se presenta al sujeto como un Discurso del Amo, sin connotación biológica alguna. Las relaciones de dominación, según Lacan, no tienen una base biológica, sino discursiva y significante. Coccoz subraya este punto e insiste en que Lacan, en un Seminario posterior (…o peor, Seminario 19, 1971-72), negó explícitamente la condición biológica de la sexualidad humana. La función sexual está determinada por la existencia en el lenguaje de dos géneros y no por la posesión de un atributo corporal como el pene. “No hay segundo sexo una vez que entra en función el lenguaje”, dijo taxativamente Lacan en dicho Seminario, poniendo así en cuestión la interpretación biologicista que De Beauvoir había hecho del psicoanálisis.

      Al hilo de esas tesis, y de acuerdo con la idea feminista de que la construcción del concepto de género es social, Coccoz subraya que en los seres humanos no existe sexualidad natural, sino que lo sexual siempre está marcado por el lenguaje, es decir, por determinaciones simbólicas y lingüísticas que provienen del inconsciente. En suma: en la interpretación lacaniana el psicoanálisis no tiene connotaciones biológicas ni naturales, sino simbólicas y semióticas. Por eso aporta un marco conceptualmente adecuado para los estudios de género. Las posiciones femenina y viril, dice Coccoz, son “hechos de discurso y giran en torno a la alternativa: ser o tener el falo, merced a la cual él porta en su cuerpo el órgano de la cópula sexual y ella da cuerpo al objeto de deseo” … “ninguno puede obtener, sin embargo, la certeza de su identidad sexual en el mero encuentro entre los cuerpos”. Entender que el falo no es un órgano, sino un significante que tiene una primacía simbólica en cualquier cadena de significantes, permite interpretar muchas formas de posesión, dominación y violencia entre sujetos humanos.

      En los años 70 Lacan dialogó con algunas feministas e investigó a fondo el concepto de mujer desde la perspectiva freudiana. Ni la presunta castración de la mujer ni el no menos presunto monopolio varonil del falo son cuestiones relevantes, según Lacan. El psicoanálisis va más lejos y problematiza las propias nociones de hombre y mujer. La lógica lacaniana, basada en significantes, impide concebir a las mujeres como un conjunto. No es posible formular un atributo universal para todas ellas y por eso hay muchas formas de goce femenino, no una sola: “una consecuencia palpable de este hecho de estructura es la variedad de feminismos que florecen en el panorama contemporáneo”. A lo que dice Coccoz, por mi parte le añadiría que otro tanto sucede con los machismos. No hay un único machismo ni un solo patriarcalismo. El predominio valorativo de lo masculino frente a lo femenino admite múltiples formas y variantes. Uno de los grandes desafíos actuales, a mi modo de ver, consiste en detectar las nuevas formas de patriarcalismo, machismo y sexualización en los entornos tecnológicos, así como las nuevas modalidades de gozo y de dominación. Muchos entornos digitales, como los videojuegos, están impregnados de libido, sexualidad y violencia sin ser ámbitos biológicos, sino simbólicos. Las tecnologías digitales han transformado radicalmente los deseos y los modos de gozar porque la digitalización afecta a los lenguajes mismos, convirtiéndolos en tecnolenguajes y generando lo que podríamos denominar tecno-significantes, tecno-objetos a incluidos. A partir de ese cambio disruptivo en la estructura del Otro, los sujetos también cambian y con ellos la relación masculino/femenino.

      Volviendo a las reflexiones sobre género de Vilma Coccoz, para argumentar las propuestas lacanianas sobre género, feminismo y psicoanálisis ella cita y comenta a varias autoras menos conocidas, por ejemplo a Jessa Crispin y a Virginie Despentes, las cuales han hecho importantes aportaciones al feminismo. Al final, concluye que “el diálogo entre distintos movimientos feministas y el psicoanálisis es deseable y necesario”. Un diálogo así, en efecto, tendría aplicaciones directas a cuestiones candentes como el maltrato conyugal y familiar, el acoso laboral, el bullying y el transgénero, temas a los que Coccoz también dedica atención. En suma: Coccoz libera al psicoanálisis freudiano de todo biologicismo y naturalismo y por eso la Causa Freudiana aporta un nuevo enfoque al feminismo.

      En cuanto a la dimensión individual del psicoanálisis, Coccoz también hace aportaciones relevantes. Posiblemente, ese es el principal núcleo conceptual del presente libro. Coccoz parte, precisamente, de la condición singular de las mujeres y sus múltiples formas de gozo. A partir de ello se opone a las tendencias universalizadoras, tanto referidas a las mujeres como a los seres humanos en general. La política es universalizadora mientras que el psicoanálisis singulariza a cada sujeto. Por tanto, el discurso psicoanalítico aporta un contrapunto político al discurso político, el cual tiende a agrupar a las personas en grupos y en clases, olvidando la singularidad del sujeto individual. Comentando dos obras claves del segundo Freud, “Psicología de las masas y análisis del yo” y “Análisis terminable e interminable”, Vilma Coccoz afirma que la finalidad de un análisis no radica en la eliminación de los síntomas, sino en la “recuperación de la capacidad de trabajo y de goce”, como dijo Freud. Para ello es preciso respetar estrictamente la subjetividad de cada cual, en lugar de tratar de modificar su conducta e incluso sus modos de pensar, normalizando al sujeto, como muchas escuelas psicológicas y médicas propugnan, así como la mayoría de las políticas sanitarias. El tratamiento psicoanalítico no generaliza, no privilegia el para todos, sino que “hace lugar a la singularidad”. Las instituciones orientadas por principios freudianos tienen su propia manera de tratar lo Uno y lo Múltiple, “haciendo un lugar para el síntoma de cada quien, e invitándole a participar de la convivencia sin apremios ni demandas de adecuación a un Ideal”.

      Dicho de otra manera: la Causa Freudiana está lejos de normativismos terapéuticos y tampoco prescribe fármacos que eliminen los síntomas. Por eso no está bien visto por la medicina oficial ni es partícipe de las políticas sanitarias dominantes. Lo cual no impide la existencia de instituciones de orientación freudiana y lacaniana que desempeñan una función individual importante porque escuchan al sujeto tal y como este se manifiesta, con su discurso propio y sus síntomas propios. Ese es el compromiso ético de la Causa Freudiana, cuya inspiración es fuertemente humanista: “lo que diferencia a los seres humanos de los animales no es su existencia biológica, su consideración en tanto mero cuerpo viviente, sino

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