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La buena práctica en las constelaciones sistémicas. Peter Bourquin
Читать онлайн.Название La buena práctica en las constelaciones sistémicas
Год выпуска 0
isbn 9788418575198
Автор произведения Peter Bourquin
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Así que vamos a reflexionar un poco aquí sobre la actitud ante una sesión de mediación y durante la sesión de mediación, y también daremos algunas pistas sobre cómo cultivarla.
Proceso, proceso, proceso…
Pero antes me gustaría apuntar muy a grandes rasgos cuál es mi visión del conflicto, los cimientos sobre los que construyo lo que sería una actitud adecuada de la persona mediadora. Y es relativamente simple: partimos de que la vida es un proceso de evolución y aprendizaje y de que todo lo que nos sucede es parte de ese proceso. Y el conflicto no solo forma parte de él sino que es un proceso en sí mismo. Quizás podríamos visualizarlo como una línea con principio y fin en la que van incidiendo diferentes factores y, conforme va evolucionando, podemos ir aplicando distintas estrategias para avanzar. Algunas estrategias serán más terapéuticas y quizás hagamos una constelación o iniciemos un viaje de autoconocimiento. Otras afectarán a nuestros hábitos diarios y a lo mejor cambiamos de trabajo. Quizás decidamos ser más drásticos y poner una demanda judicial o puede ser que busquemos la ayuda de una persona mediadora que nos ayude a comunicarnos mejor y abordar el conflicto desde el diálogo y el entendimiento. Y todas ellas están bien, forman parte del proceso de cada persona y solo ella sabe lo que más le conviene. Así, la mediación, como cualquier otra herramienta que decidamos implementar, puede llegar en diferentes momentos de esa línea imaginaria y, dependiendo del momento, tendrá un efecto u otro sobre el mismo. De manera que puede ser que llegue cuando queda aún una buena parte del camino por recorrer y, en ese caso, probablemente no se resolverá del todo, pero seguramente la intervención aportará algún elemento nuevo. También puede ser que una buena parte del proceso esté ya cubierta y, en ese otro caso, tendríamos muchos puntos para que, con una intervención adecuada, el tema se resolviera. Por ejemplo, en un conflicto sencillo en el que el problema es, supongamos, únicamente una comunicación difícil entre las partes, una buena intervención probablemente lo resuelva, pero en un conflicto muy complejo, con muchos factores en juego, la mediación llegará a buen término o no en función del momento en que se encuentre el proceso.
Para que se entienda un poco mejor, yo lo compararía con el curso de las enfermedades: dos pacientes con la misma enfermedad no responden igual a un tratamiento idéntico, sea del tipo que sea. Unos se curan, otros mejoran un poco y a otros apenas les hace efecto. ¿Y depende del tratamiento? Pues probablemente no. El mismo tratamiento tendrá uno u otro efecto en función del momento en que se encuentre la persona enferma, ya que hay infinidad de factores que influyen en la salud: físicos, emocionales, ambientales, sistémicos, etc. La enfermedad casi siempre tiene una función, pensemos por ejemplo en algo relativamente común: niños que enferman para no ir al colegio. El antibiótico o el paracetamol resolverán el problema puntualmente, pero, si la causa persiste, volverá a recaer porque el síntoma responde a un propósito que la medicación no soluciona. Si el niño o la niña tienen importantes razones para no querer ir a la escuela, su cuerpo volverá a hablar y será difícil que renuncie a la enfermedad si esa es su manera de llamar la atención sobre lo que le está sucediendo.
De igual manera sucedería con el conflicto: si mi intervención llega en un momento de las vidas de mis clientes en que el terreno está abonado para que una solución sea posible, perfecto, pero si solo contribuye a dar un pequeño paso, perfecto también. En términos lúdicos, si mi intervención es la última pieza que le faltaba al puzle, el puzle se resuelve y, si no es la última, no se resolverá, pero quizás sea la pieza en la que se encaje la siguiente y la siguiente y la siguiente hasta llegar al final.
Y ¿por qué es importante tener esto en cuenta en relación con la actitud? Pues porque yo, como profesional, no soy en absoluto responsable de mis clientes y mucho menos de sus vidas. Yo únicamente soy responsable de mí misma, y eso significa que me voy a tomar muy en serio cada caso y voy a hacerlo siempre lo mejor que pueda, pero, a partir de esa premisa, lo que suceda con el proceso ya no es mi responsabilidad y lo suelto, confiando en que la vida les hará llegar justo lo que necesiten para el siguiente paso. Pero que nadie se confunda: yo no estoy diciendo que, como la vida es sabia, da lo mismo lo que yo haga porque al final todo se arregla, ¡en absoluto! Lo que yo estoy diciendo es que me responsabilizo de hacer mi trabajo lo mejor posible con los elementos que tengo y con lo que sé, y me despreocupo del resultado, que ya no depende de mí porque yo solo soy un factor entre muchos otros.
Y, por lo tanto, como consecuencia de lo anterior, cuando una mediación acaba en acuerdo no pienso que soy una gran mediadora, pero, si no tiene un final feliz, tampoco pienso que soy un desastre como mediadora. En ambos casos reviso el trabajo realizado para comprobar qué puede haber funcionado y qué, no, sabiendo que soy únicamente una pieza del puzle, no importa cuál, y en esa idea me relajo con humildad.
La actitud ante la mediación
Y partiendo de esta concepción del conflicto, podemos avanzar al segundo punto, que es la actitud ante la mediación. Y aquí me gustaría poner el énfasis en tres cuestiones.
La primera es que yo soy lo que soy y como soy y, cuando tengo que trabajar como mediadora, no intento convertirme en otra persona. Además, necesito sentirme muy cómoda trabajando y eso solo lo consigo siendo yo misma. Es decir, que yo tengo unos puntos fuertes (todos los tenemos) y esos son los que optimizaré cuando trabajo, ya sea como mediadora, como abogada, como docente o como consteladora. Primer paso, pues, conocer mis puntos fuertes. Y entonces vemos que para algunas personas será el humor, otras serán más cariñosas y cercanas, algunas tendrán una gran capacidad para ponerse en el lugar de los demás, otras serán muy buenas ordenando ideas, etc. Así que, si soy una persona cercana, eso va a ser una muy buena herramienta para mí, pero, si no lo soy, no intentaré fingirlo sino que buscaré qué hay de bueno en mí que pueda serme útil en mi trabajo, y ese será mi filón. Entonces, ante una pregunta muy frecuente en las formaciones como por ejemplo: ¿el humor es bueno en una sesión de mediación?, yo respondo que por supuesto que lo es, pero si el humor no es una de mis aptitudes, no lo utilizaré jamás como estrategia porque, con total seguridad, resultaría forzado y no tendría ningún efecto positivo. Ser fiel a uno mismo y ser uno mismo es fundamental en cualquier actividad que llevemos a cabo, pero muy especialmente en la mediación o en la terapia, en las que no hay caminos prefijados ni ciertos. Estamos siempre en la improvisación y, para improvisar, hay que estar muy cómodo y sentirse muy seguro, y eso solo podemos conseguirlo siendo lo que realmente somos.
La segunda cuestión, también muy importante, es que yo no pienso nunca que vaya a salvarle la vida a nadie, sencillamente porque yo no soy más que nadie. Yo tan solo tengo determinadas herramientas y recursos, ganas e ilusión, y los pongo al servicio de otras personas por si ellas consideran adecuado utilizarlos. Para mí es clave la idea de que estamos al servicio de nuestros clientes y clientas. No somos alguien que sabe mucho y que les va a resolver su conflicto, su problema o su vida, somos alguien que sabe cosas y se las ofrecemos por si les sirven. Y eso significa que internamente me sitúo en un segundo plano, teniendo muy claro que los protagonistas son ellos y ellas y yo solo estoy ahí para servir.
Finalmente, cuando me encaro a una mediación, siempre pienso que no tengo absolutamente nada que perder sino mucho que aprender: de mis clientes, de la propia situación, de la vida, de mí misma... Y con eso me sacudo de alguna manera el miedo a hacerlo mal porque la peor consecuencia de hacerlo mal es que, gracias a eso, aprenderé a hacerlo mejor. De hecho, cuando me llama algún cliente o clienta, en el ámbito que sea, lo primero que pienso es “a ver qué me traerá esto, qué voy a ver, a entender o a aprender con esto”. Ni se me pasa por la imaginación pensar si el tema será muy difícil o si sabré resolverlo. Para nada. Y siempre hay algo que ver, que entender y que aprender. Mis clientes y clientas forman parte de mi proceso