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Guerra por las ideas en América Latina, 1959-1973. Rafael Pedemonte
Читать онлайн.Название Guerra por las ideas en América Latina, 1959-1973
Год выпуска 0
isbn 9789563572599
Автор произведения Rafael Pedemonte
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Este proceso gradual de extensión de los contactos bilaterales fue, qué duda cabe, apuntalado con la consolidación de un primer gobierno decididamente antiimperialista en América Latina: la Cuba de Fidel Castro, quien declaró en abril de 1961 el carácter socialista de la revolución. Pero debemos situar esta tendencia en la continuidad de las transformaciones precedentes, estimuladas por la muerte de Stalin y garantizadas a raíz del 20º Congreso del PCUS, reunión que oficializó la coexistencia pacífica y abrió la puerta a la posibilidad de concebir una vía no armada para alcanzar la victoria revolucionaria. Fue en ese escenario que una política específica hacia el continente comenzó a ser esbozada con mayor detención por parte de los líderes del Kremlin44. Un nuevo aparato administrativo fue puesto en marcha: se creó en el seno del Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSS un departamento latinoamericano, mientras que el subcontinente dejó de formar parte de la sección norteamericana de la KGB.
La prueba de que América Latina había ingresado irreversiblemente en la Guerra Fría fue brindada por la impetuosa respuesta occidental a lo que era tachado como “amenaza castrista”. Washington reforzó su ambiciosa diplomacia anticomunista y se embarcó en una cruzada continental llamada a debilitar la influencia de Fidel Castro y de sus aliados. Ya a fines de 1959, la CIA afinaba los detalles de un programa secreto de propaganda anti-Castro, robustecido mediante la distribución masiva de panfletos, películas, periódicos, etc.45. Poco después de que las autoridades cubanas proclamaran el socialismo como la identidad ideológica que guiaría los senderos turbulentos de la revolución, el Consejo de la OTAN optó, por su parte, por constituir en septiembre de 1961 un grupo de expertos sobre América Latina. El objetivo de este nuevo comité consistía en evaluar los riesgos de la “amenaza comunista” para así poder “influir en la situación”46. Veremos ahora que América Latina, un territorio hasta aquí concebido como el “patio trasero” de los EE.UU., se transformó en un auténtico campo de batalla para sacar a relucir la superioridad de los modelos encarnados por los dos grandes flancos en disputa.
La diplomacia cultural en América Latina
En esta guerra por las ideas, en la cual los actores aspiraban a demostrar el vigor y la eficacia de sus sistemas respectivos, resultaba clave activar un poderoso aparato destinado a propagar una imagen positiva y atrayente de la realidad encarnada por cada modelo ideológico. Inquietos por la amenaza comunista de fines de los años cuarenta, los EE.UU., que históricamente habían relegado las cuestiones culturales a la esfera privada, revirtieron sus prioridades anteriores, proponiéndose contrarrestar los esfuerzos de la URSS mediante la creación de una serie de instituciones con fuerte presencia en el exterior. Según los dichos de Philip Coombs, colaborador cercano de John F. Kennedy, el “arma cultural” debía convertirse en la “cuarta dimensión” de la diplomacia norteamericana (después de las dimensiones política, económica y militar)47. Pero contrariamente a lo que sucedía en el Este, las asociaciones no gubernamentales (fundaciones, universidades, medios de prensa, museos) continuaban ejerciendo un papel fundamental en la diseminación de una representación convincente del país, articulando lo que Scott Lucas ha denominado como el State-Private Network48. En ese contexto, los años de posguerra vieron brotar múltiples iniciativas respaldadas por el Estado y que en su conjunto dibujaban una poderosa diplomacia cultural.
Harry Truman aprobó en 1946 el célebre Programa Fulbright que derivó en la aceleración de los intercambios universitarios, mientras poco a poco todas las expresiones artísticas, “del deporte al ballet, de los comics a los viajes espaciales, adquieren una significación política”49. La administración de Dwight Eisenhower (1953-1961) hizo de esta estrategia una verdadera prioridad de la política exterior y lo de que el propio presidente llamaba “guerra psicológica”50. En agosto de 1953, se creó la United States Information Agency (USIA), cuya misión consistía en difundir la lengua inglesa, así como producciones fílmicas, revistas (Free World Magazine) o programas radiales51. Por su parte, la CIA también apostó por una activa labor en la consolidación de la “Guerra Fría cultural”, para lo cual la agencia de inteligencia logró cooptar a destacados intelectuales. Innumerables iniciativas –la publicación de difundidas revistas tales como Der Monat, Encounters, Cuadernos, la creación del Congreso por la Libertad de la Cultura en París (1950), la inauguración de memorables exposiciones– fueron montadas por la “mano invisible” de la CIA52.
De manera general, la diplomacia cultural norteamericana ha sido fecundamente abordada por los investigadores, quienes han logrado esclarecer las intersecciones entre el ámbito público y el privado53. Menos ha sido escrito sobre el también muy imponente aparato de propaganda soviético. En un trabajo reciente, Michael David-Fox demuestra que ya en la década de 1920 los líderes bolcheviques se preocuparon con especial esmero por poner las bases institucionales necesarias para extender los contactos con el resto del orbe: la Sociedad para los Intercambios Culturales entre la URSS y el Extranjero (VOKS)54 –una estructura compleja compuesta de diversos departamentos y secciones– fue inaugurada en 1925, mientras que cuatro años más tarde nacía la compañía Intourist con el objeto de espolear la presencia en suelo soviético de visitantes extranjeros55.
Sin embargo, a pesar del vigor inicial de la diplomacia cultural soviética, la evolución de esta estrategia no dibujó una línea ascendente. El tiempo de las grandes purgas comandadas por Stalin (1936-1939) profundizó el aislamiento internacional de Moscú, una tendencia que los dirigentes estarán forzados a confirmar ante las trágicas consecuencias de la Segunda Guerra Mundial. Hubo que esperar hasta el fallecimiento del dictador en 1953 para que gradualmente las nuevas autoridades se propongan restructurar el debilitado dispositivo de intercambios. La era de “apertura jrushchoviana” –como ha sido caracterizada por la especialista Anne Gorsuch– permitió la integración gradual de la URSS en una red “transnacional de personas, objetos e ideas”56 con el afán de legitimar ante el mundo, mediante una ambiciosa ofensiva cultural, el principio de la coexistencia pacífica57. De esta manera, el aparato se complejizó, exigiendo la participación de múltiples estructuras institucionales (institutos de amistad, agencias de información, puestos diplomáticos, asociaciones de artistas, medios de prensa, sindicatos) sobre las cuales descansaba la voluntad de diseminar una nueva imagen de la superpotencia58. La expansión de “los intercambios culturales tiene gran importancia para mejorar las relaciones entre países”, zanjaba Jrushchov durante el 20º Congreso del PCUS59.
Pasado el impacto momentáneo de la crisis húngara en 1956, esta renovada disposición comenzó a surtir efectos concretos con la formalización de acuerdos culturales con diversas naciones de Occidente (Bélgica, Noruega, Francia, Inglaterra), dispuestas, estas últimas, a negociar con los soviéticos para vigilar con mayor atención los contactos con Moscú y así evitar que las asociaciones de amistad (Asociación Francia-URSS, Amistades Belgo-Soviéticas, Asociación Italia-URSS, etc.) gocen del monopolio de los intercambios no oficiales con el Este60. Estos acuerdos bilaterales, que ofrecían una plataforma legal destinada a facilitar los viajes en dirección a la URSS, así como la recepción