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      Jacob se prosternó siete veces ante los pies de su hermano como hace un esclavo o un adorador hebreo, que se reserva este gesto solo ante Dios. Siete expresa la totalidad para Israel, no su debilidad o su estrategia. Y es aún más paradójico porque ese gesto sería impensable en un judío: prosternarse ante un hombre como solo debe hacerse ante Dios es un motivo de escándalo (Daniel 3:12-18, 6:11-17, pasaje en el que idolatrar a un hombre con ese tipo de gestos es negar la grandeza de Dios), pero no es esa la intención de Jacob: «Si he hallado gracia a tus ojos, acepta mi regalo de mi mano, porque justamente por esto he venido ante tu rostro como se viene ante el rostro de Dios, y tú me has mostrado simpatía» (Gn 33:10).

      Este acontecimiento es figura Christi y es figura hominis, porque ya sea vado de Yabboc, ya sea huerto de Getsemaní, siempre hay un momento en que el hombre ha de encontrarse en el callejón sin salida de la soledad, del enfrentamiento con el rostro de los otros, o ante la muerte misma, antesala del rostro de Dios, que viene detrás. Es lo que en la teología mística se llama noche. San Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús o de Calcuta la constatan… Toda acción de Dios milagrosa acontece en la noche: es en la noche cuando Abraham se tiene que poner en camino, es en la noche cuando Israel sale de Egipto en la noche de Pascua, es en la noche cuando habría de tener lugar el sacrifico de Isaac, cuando Jacob ha de enfrentarse a ese otro misterioso que prefigura el combate fraternal con Esaú, es la noche de José en el pozo, es la noche cuando la amada del Cantar de los Cantares sale en busca del esposo, del que solo guarda su olor en la memoria, es en la noche de Getsemaní cuando llega la hora de la verdad a Cristo. Es en la noche cuando el hombre experimenta la inseguridad, es vapuleado, se siente incompetente para vivir, es desde la noche de donde sale el hombre nuevo.

      La lucha de Jacob, ante litteram, pronostica el acontecimiento pascual cuyo pregón proclama el «oh, feliz culpa que mereció tan grande Redentor» y «la feliz noche que de la muerte sacó la vida» (del Pregón de la vigilia pascual), en el que toda la Iglesia espera al alba la resurrección, que como brisa suave permita al hombre descorrer la losa de la muerte que nos infiere el rostro del otro, al igual que Jacob descorrió la losa del pozo de Siquén ayudado por el rocío de la Resurrección del Mesías, para que abrevaran los rebaños de Raquel. Por eso Raquel es figura de María, como Jacob lo es de Cristo, que descorrió la losa que sellaba el sepulcro, como este la del pozo en el que abrevaron los ganados de su amada.

      Este texto bíblico nos conduce más allá de la solidaridad, de las buenas maneras, de la acción política o de los tribunales de justicia. La deuda que teníamos contraída con el otro la ha saldado el otro, ya no hay compromisos, ya no hay sueldos que devolver, apropiaciones indebidas con riesgo de conflicto interminable. Jacob no necesita los regalos que le antecedan: «Dijo Esaú: “Tengo bastante hermano mío, sea para ti lo tuyo”» (Gn 33:9), ni estrategias de autodisculpa: «Jacob envió mensajeros por delante hacia su hermano Esaú, al país de Seír, la estepa de Edom, encargándoles: “Diréis a mi señor Esaú: Así dice tu siervo Jacob: fui a pasar una temporada con Labán, y me he demorado hasta hoy”» (Gn 32:5).

      Llevar al acompañado a enfrentarse con su noche y a experimentar en ese combate el perdón son las dos grandes lecciones que debe ayudar a emprender el acompañamiento. Todos tenemos zonas oscuras que afrontar solos («todos lo abandonaron» no es un recurso literario enfático de los evangelistas). En Jacob, ese terror nocturno es la amenaza de muerte que pesa sobre él por parte de Esaú. En nosotros, ese terror es variadísimo en sus formas. Todos tenemos juicios, lastres en nuestra relación con los otros, temores inconfesados, miedos al futuro, a la soledad, carencias afectivas. Esa lucha hay que enfrentarla.

      Pero la más pertinente en este pasaje es la del temor al otro, la amenaza de nuestra seguridad y libertad que supone el otro. Lo paradigmático de la noche de Jacob está en acabar pidiendo la bendición y obteniendo la capacidad para pedir perdón. Ese perdón que restaura el pasado traumático que pesa sobre la espalda que a duras penas conseguimos apagar u olvidar.

      Experimentar este perdón restaurador requiere ser ayudado. Previamente, exige que descubramos que somos deudores de una culpa, irreparable con el simple olvido o con mirar a otro lado, contraída en el pasado. El perdón de su hermano lo convierte en su esclavo por el amor recibido, se dona totalmente a él, pero he aquí la paradoja: su hermano solo pretendía esa humillación, ese gesto de reconciliación, ese dolor de la separación expresado; una vez descubierto que no tiene que tener temor a la mentira, al fraude por parte de su hermano, se retira a su tierra. No presenta batalla. «Rehízo, pues Esaú, aquel mismo día su camino hacia Seír» (Gn 33:16) —se’ar: semejante a una pelliza, el truco con el que su hermano lo suplantó— en dirección a Edom (según algunos exégetas, Esaú significa ‘hecho’, ‘acabado’, ‘perfecto’, atributos que encajarían con ser el primero, primogénito, pero son sus adjetivos los que mejor lo definen: fue llamado también admoní ‘rubicundo’) con todas sus mujeres y sus hijos, a vivir en paz en las tierras limítrofes a las de su hermano. No hay disputas reflejadas sobre objetos, ni territorios, ni primogenituras. Las lentejas —«Oye dame a probar de lo rojo, de eso rojo» (Gn 25:30)— que le costaron simbólicamente su primogenitura, ahora se le devuelve en forma de otra cosa roja en donde podrá vivir en paz: la rojiza tierra de Edom (‘âdom ‘rojizo’, también dam63 ‘sangre’). Estos juegos de palabras para un semita expresan la esencia de lo que se quiere decir, los nombres no son gratuitos.

      La historia de Esaú, no obstante, permanece semioscura y esa oscuridad nos da una idea de su no inocencia. También Esaú, el violento y orgulloso, tiene necesidad de ser acompañado. El arte de la caza, según Ibn Ezrá, es el de la astucia y el engaño. ¿Cómo puede este rabino atribuirle a Esaú artes engañosas? Yendo a la base real del texto: «E Isaac amaba a Esaú porque le traía alimentos». Pero el texto real difiere del bíblico, literalmente dice: «E Isaac amaba a Esaú porque (había, traía) caza en su boca». Si se dijera «a su boca», pero no, está escrito «en su boca». La oscuridad gramatical es patente: ¿en boca de quién? La respuesta lógico-gramatical es «en boca de Esaú». E Isaac amaba a Esaú porque (había) caza (engaño) en su boca (de Esaú). El amor de Isaac ya no es un amor compensatorio —puesto que Raquel amaba a Jacob, posible fuente de la rivalidad no culpable, la división afectiva de los padres—, un pago por el buen hacer de Esaú, sino que es un amor provocado por las astucias del hijo que se mostraba leal, trabajador y honesto ante el padre para distinguirse del ladino Jacob, apegado a las faldas de su madre. Isaac lo amaba porque debía ser amado, por la rivalidad y simetría del afecto parental y porque el primogénito copia mejor las actitudes del padre. En el acompañamiento familiar es muy importante caer en la cuenta de la cantidad de veces que hacemos agravios que suponen estos temibles peligros a los que sometemos a nuestros hijos. Es verdad que Dios lleva la historia y que, si el hombre se deja iluminar por Él, por su palabra, el final es así de maravilloso, pero otras muchas historias nos corroboran el fracaso. Lo difícil que resulta sobrellevar estas historias fraternas si no se es acompañado hace que merezca la pena ser lo más exquisito que se pueda en el trato, necesariamente diferencial, pero no diferenciador, en la educación de nuestros hijos.

      El AT es el anticipo de la revelación definitiva. El pasaje del perdón recuerda el de Lamec prometiendo vengarse siete veces de las afrentas para así dar a entender que el gen de Caín ha dado su fruto. Los hombres creen en este modo de solucionar los conflictos: la venganza. Por este pasaje y el de Lamec en el Evangelio, el discípulo le preguntará a Jesús: «¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano?, ¿hasta siete veces?» La respuesta ya la sabemos: «setenta veces siete» (77777777777n), que significa siempre (Mt 18: 21s.).

      Pero hay más en la historia de Esaú interesante respecto de lo que es un mal modelo de acompañamiento personal. La imitación perfecta del referente. La siguiente vez que se lo menciona se pone el énfasis en que cumplió cuarenta años y tomó por mujer a la hija de Beeri el hitita y a Bosmat, hija de Elón el hitita. Lo de los cuarenta años parece intentar recordarnos al propio Isaac, que se casó a los cuarenta años con Rebeca, hija de Betuel el arameo, de Padán Arat, hermana de Labán el arameo. Esaú se casa emulando, imitando a la perfección, a su modelo paterno, pero con la diferencia de que establece lazos

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