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y por el que no se aman a sí mismos. Detrás de un patriarca prepotente, politeísta, lleno de bienes, en apariencia satisfecho de sí mismo, se encuentra un hombre frustrado porque no tiene hijos y es estéril. La docilidad a la voluntad de Dios implica cierta dosis de incertidumbre y, por supuesto, de humildad. La humildad de saber que, por mucho poder que tenga en el clan, no se puede dar hijos a sí mismo ni una tierra donde reposar sus huesos. Pero es suficiente porque es YHWH el que lleva la historia. Es decir, si Abraham acaba queriendo hacer la voluntad de Dios no es por un acto moralista de compromiso ético derivado del contrato-alianza, sino porque devuelve gratis lo que gratis ha recibido. El agradecimiento al Dios que cumple su parte del pacto, que le otorga lo que anhela su corazón, es lo que lo convierte en el padre de los creyentes. Pero ese cumplimento tiene un punto desasosegante, porque no se cumple a gusto del que lo desea, sino cuando Dios quiere. Esperó contra toda esperanza que aquel que le prometía un hijo y una tierra cumpliría lo prometido.

      Se pone en camino y va a ir descubriendo su infidelidad, su anticipación, su poca paciencia, su desconfianza respecto a los mensajeros y continuamente estará a punto de defraudar la Alianza a la que se comprometió o, mejor, la Alianza de la que él fue un mero interlocutor pasivo. Hay momentos de duda, de desviarse del plan de Dios, pero son momentos aprovechados por YHWH para la corrección. Cuando baja a Egipto, Abraham es capaz de prostituir a su mujer para salvar su propia vida y la de su clan de la hambruna de Canaán.

      Hubo hambre en el país, y Abram bajó a Egipto a pasar allí una temporada, pues el hambre abrumaba al país. 11 Estando ya próximo a entrar en Egipto, dijo a su mujer Saray: «Mira, yo sé que eres mujer hermosa. 12 En cuanto te vean los egipcios, dirán: “Es su mujer”, y me matarán a mí, y a ti te dejarán viva. 13 Di, por favor, que eres mi hermana, a fin de que me vaya bien por causa tuya, y viva yo gracias a ti» (Gn 12:10s.).

      Lo importante es que Abraham descubre que encontrar el sentido de su vida es un largo camino en un diálogo permanente con los acontecimientos, que es la fórmula mediante la cual Dios le habla. Es un aprendizaje vital en la Biblia saber que, cuando Dios habla, lo hace no solo con palabras y mediadores angélicos, sino con acontecimientos de la vida cotidiana, en la historia. En ese diálogo, Abraham se convierte también, a su vez, en acompañante. Así como los ángeles le ayudan, le retan, le dan órdenes, le preguntan o, a veces, le comunican simplemente lo que están viendo o la misión que ellos tienen, Abraham también actúa como intercesor o como interlocutor de la acción de Dios. Queriendo defender a Sodoma y Gomorra de una inminente y terrible acción divina, o salvar a la familia de Lot, Abraham establece un diálogo de preguntas o dudas que se convertirán en modelo de oración para el pueblo hebreo. Este diálogo se puede entender perfectamente como una oración de intercesión, algo también muy importante en el que acompaña: más que lo que se diga o no, se escuche o se piense es importantísimo el rezar por aquellos a los que se acompaña.

      En el camino, puesto que la relación con Dios no es mágica, sino dialógica, Abraham será tentado de idolatrar sus proyectos, de guiarse por su razón en lugar de mirar al que lo eligió. Con esta actitud aprenderá de sus errores y a confiar en aquel que lo llamó y lo amó gratuitamente.

      3. LA IDOLATRÍA SIEMPRE ACECHA

      Al final ve cumplida la promesa del hijo, y también aquí tendrá Abraham que aprender a ser un hombre libre de la nueva idolatría que se cierne sobre él. Suele suceder que nos apropiamos de lo que Dios nos concede para el servicio de otros. Muchas veces idolatramos el regalo y nos convertimos en esclavos dependientes de él. Lo que era un motivo de alegría se convierte en una necesidad. Nos olvidamos de que el que lo da puede volver a darlo; si lo da es para que lo disfrutemos con libertad y estemos en permanente agradecimiento, no para hacernos sentir en deuda, sino porque del agradecimiento nace la alegría. Al momento de sentirnos poseedores del don, lo convertimos en dependencia. Dios pide a Abraham el sacrificio de Isaac, no tanto para acabar ejemplarmente con el sacrificio infantil común en las culturas coetáneas, como para mostrarle a Abraham un modo de vida liberado de toda idolatría. La razón fundamental no es tanto el miedo a perder al hijo o por la competencia con el hijo de la esclava que suscita la envidia de Sara, sino porque el sufrimiento provocado por la idolatría que Abraham profesa a su hijo entra en competencia con el reconocimiento que Dios reclama de que Él es que lo da o lo quita todo. El don se pervierte. Dios no puede aceptar que su plan se vea truncado por un nuevo ídolo. Con el sacrificio quiere mostrarle que Él es el que da y el que quita, y que su función como padre es administrar un bien de otro. Los hijos son de Dios y para la vida eterna. No nacen para dar satisfacción a sus padres; en todo caso eso es una consecuencia, no el objetivo. Si apuesta por liberar a un hombre de la idolatría, es decir, que apoye su vida en otros en lugar de en él, no puede dejar que el hombre se consuele con un sucedáneo de Dios.

      Esto es replicable en nuestro modo de acompañar. En ocasiones, nuestro sufrimiento reside en querer asegurar nuestra vida sobre un proyecto como si este fuera la salvación, y perdemos la libertad y, por tanto, la distancia necesaria para vivirlo con agradecimiento. Hemos de saber que es algo recibido, no conquistado, y que lo mismo que vino se puede ir. Tratar a un hijo desde la libertad y educarlo para la libertad es la pretensión de YHWH, pero no podemos hacerlo si nosotros no vivimos esa misma libertad y ese agradecimiento debido. Un padre obsesionado por la seguridad, la salud, por proteger a su hijo como si fuera un dios omnipresente en su vida solo logra apocarlo, hacerlo pusilánime y convertirlo en un tirano. Vivir al hijo como un regalo que administrar que viene de Otro al que amamos y del que nos reconocemos deudores es lo único que nos puede rescatar de la idolatría. Si acudimos a la psicología, podremos apreciar el sufrimiento de tantos hijos que se sienten utilizados para cubrir los miedos, la necesidad de afecto, el proyecto frustrado de los padres. La lección de YHWH es cómo acompañar a un hijo para que sea libre y capaz de amar desde la libertad.

      Abraham, tras muchas vicisitudes, muere en la tierra que se le prometió, aunque al modo de YHWH; no, tal vez, como él se lo imaginaba, porque lo único que acaba poseyendo es el terreno donde enterrará a Sara.

      Es muy importante en este pasaje descubrir que el sentido de la vida está en relación con un itinerario vital, que el encuentro no es un hallazgo mágico, permanente, místico, inamovible, sino un ir día a día andando por el camino que YHWH muestra a sus elegidos. Un ir día a día en la historia siguiendo una llamada sobrenatural a través de mediadores naturales para desarrollar una vocación y una misión. Llamado a ser padre de una multitud a través de la simple obediencia. Esta llamada es importantísima: es lo que llamamos acompañamiento bíblico.

       5. Jacob: el acompañamiento como combate

      1. LA ELECCIÓN DE DIOS

      El pasaje que vamos a comentar tiene dos aspectos importantes para el acompañamiento espiritual: Jacob es el elegido; Esaú, el rechazado. Esta elección es un escándalo que habla de la arbitrariedad de un Dios incomprensible para la mentalidad justiciera humana. Entre otras cosas porque Esaú es mucho más coherente y mejor hijo que Jacob desde el punto de vista humano. Y el segundo es que esta elección no se basa en las virtudes o dones que nosotros juzgamos en los demás. La mirada de Dios ve más lejos que la nuestra: mira al corazón y discrimina entre el hombre que sabe discernir lo verdaderamente importante y aquel que no sabe.

      En el Génesis 32:23ss. nos hallamos ante un texto intrigante, cuando no misterioso, en el que un hombre tiene un encuentro místico con lo absolutamente Otro. Este encuentro, definitivo en la vida del patriarca, es la culminación de un recorrido histórico de encuentros y desencuentros con YHWH.

      Jacob se llamaba el personaje que da protagonismo a esta historia. Hijo de Isaac y padre de José, el patriarca de cuyo nombre procede Israel, nos habla de la importancia de ese personaje enigmático con el que Jacob tiene que luchar. Jacob es la historia de un acompañamiento en toda regla. Elegido por Dios para ser amado desde el seno materno, ha de experimentar en su carne las consecuencias de sus decisiones libres al margen de lo previsto para él en la historia.

      Desde el primer momento, el relato se centra en la rivalidad entre dos hermanos, que además son gemelos. Tal como se relata en el pasaje del Gn 25:19-27, la vida de Jacob cuelga inseparable de la

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