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vivir?» y se fue a consultar a YHWH. YHWH le dijo: «Dos pueblos hay en tu vientre, dos naciones que, al salir de tus entrañas, se dividirán. La una oprimirá a la otra; el hermano mayor servirá al pequeño». Cumpliéronse los días de dar a luz, y resultó que había dos mellizos en su vientre. Salió el primero rubicundo todo él, como una pelliza de zalea, y le llamaron Esaú. Después salió su hermano, cuya mano agarraba el talón de Esaú, y se le llamó Jacob (Gn 25:21-26).

      El primer dato que llama la atención es que los dos son fruto de una matriz estéril52 que experimenta una acción sobrenatural de la que brotan dos mellizos que, desde ese seno, están abocados al conflicto. Lo que en un principio se presenta como un regalo, don divino, cuyo énfasis remarca que la vida es un regalo gratuito, inapropiable por parte del hombre, es inmediatamente fuente de un conflicto mimético: la envidia, la búsqueda de la propia identidad irreconciliable con la presencia del otro. Ya en el vientre de su madre entran en competencia, pelean y se incordian. La madre, previendo que va a ser una eterna fuente de rivalidad conflictiva, percibe el futuro como una maldición, por lo que confiesa que no merece la pena vivir y consulta a YHWH. La simetría es total, con la pequeña diferencia de que uno es el segundo en nacer, es el hermano del otro. Como cuando a un niño lo definen al presentarlo como el hermano de otro, Jacob ya sabe que su identidad dependerá siempre de la de su hermano, el primero en ver la luz. Es por esto por lo que ya antes de salir del útero se agarra al primogénito por el talón y no lo quiere dejar salir tratando de adelantarse a él: pertenece al ser del hombre tener al otro como doble de uno mismo.

      Es el caso paradigmático de gran parte de nuestros alumnos, de mentorandos o acompañados, que tienen que escuchar todos los días comparaciones acerca de cómo es o cómo hace las cosas uno u otro de los hermanos.

      En el seno de la relación fraternal se encuentra siempre una de las fuentes del sufrimiento humano, también del gozo, pero sobre todo de la rivalidad sin objeto, cifrada en la competencia por ganar territorios afectivos, materiales o simbólicos en la relación con los padres. Este sufrimiento es universal, necesita ser acompañado, porque basta hacerlo explícito para que el acompañado lo reconozca como fuente de su insatisfacción, de su dolor, de su necesidad de reconciliación para ser feliz.

      En la propia etimología de Jacob se encuentra velado este secreto con un juego de fonemas como aqev, que significa ‘talón’, ‘calcañar’ y que deriva del verbo aqav ‘talonear’, ‘suplantar’, y ya-aqov ‘suplantador’, ‘zancadilleador’, ‘prevaricador’, ‘mentiroso’: «¿Quizá porque se llama Jacob me ha suplantado dos veces?», dice Esaú en Génesis 27:36. Algo que para nosotros puede no significar nada para un semita tiene mucha importancia, porque el nombre representa una sustancia, una realidad esencial unida a ese nombre de forma inextricable como a la propia naturaleza de la persona que lo sustenta. Además, este calificativo perdura en la tradición profética que lleva a Jeremías a expresar la corrupción moral de Israel con la expresión ka-lach.aqov ya.qov, que podría traducirse con una perífrasis verbal como «es esencial a la naturaleza del hermano engañar, jacobear», y que perdurará como imagen de lo negativo en Isaías 43:27. Como signo de lo importante que fue para la autopercepción de Israel se pueden ver los Salmos 41:10, 49:6; Os 12:3-4, y Jn 1:47, donde hasta Jesús recurre a este significado refiriéndose a Natanael: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay “engaño”», frase en la que israelita nos recuerda enfáticamente el nuevo nombre que recibirá Jacob después de la lucha que sostiene con ese ser misterioso en el vado de Yabboc.53

      2. LA IMPORTANCIA DEL ROSTRO DEL OTRO EN EL AT PARA UNA COMPRENSIÓN DEL ACOMPAÑAMIENTO

      Es en la relación con el hermano donde se cuestiona la verdad de la propia identidad. Uno no se puede definir sino respecto al otro, como en toda relación gemelar. Uno lleva al otro tan dentro de sí que no puede vivir sin compararse, sin definir sus pasos en el cálculo de los pasos del otro. Ser acompañado reclama tener en cuenta la filiación y las relaciones fraternales sobre las que se fragua la personalidad y el carácter. La Escritura nos muestra cómo no es lo mismo ser el primogénito que el segundo, que ser mujer u hombre, que ser el pequeño. El orgullo, la docilidad, la ternura, la amabilidad, la violencia son herencias del útero familiar.

      Tanto es así que Jacob, aunque advertido por su madre de que Esaú lo quiere matar en cuanto muera Isaac, por el afán de resarcirse derivado del robo de la primogenitura, en los veinte años que pasará en Jarán no parece pensar en otra cosa que en la sed de venganza de su hermano. Tiempo insuficiente, paradójicamente, para que la ira de Esaú se aplaque. Está metido en sus entrañas como desde el día del nacimiento, es parte de él mismo, es su simétrico, su antagónico, su rival, su mismo ser. Mientras está en casa de Labán, este lo jacobeará (Gn 29-31), lo engañará trapicheando con los beneficios y el pacto que hace con Jacob de mutuo enriquecimiento. Pero la promesa por parte de Dios de una tierra hecha a su ancestro, Canaán, exige un viaje de vuelta (Gn 28:34). En Génesis 27:41-45 se relata la posibilidad de retorno, que el género talmúdico y midrásico aportará como uno de los descubrimientos teológicos más profundos del judaísmo: la teshuvá,54 la capacidad de retorno, de arrepentimiento, de volver a nacer, que pasa en Jacob por la reconciliación. En ese viaje sucederán dos acontecimientos importantes: el sueño de la escala de Betel (Gn 28:10-22) y el de la lucha del vado de Yabboc. Tanto en la salida como en la vuelta a la Tierra Prometida, el misterio de Dios envuelve la vida de este hombre y ambos acontecimientos están presididos por la relación intempestiva con su hermano (Gn 28:17, 31:42-53). Estas relaciones fraternales son extensibles como paradigma de toda relación humana; ya se trate de tribus, clanes, naciones, amigos, enemigos o hermanos, no somos nosotros mismos sin otro enfrente que nos define, nos disputa el ser, nos concede la identidad. Sin duda, es la Escritura (Torá) la fuente de la que mana la importancia que Levinas concede al rostro (panim) del otro: la alteridad es primaria ontológicamente. El cuidado del otro necesitado hace que en Levinas la ética sea la filosofía primera. El otro es cualquier otro, aunque las figuras bíblicas que él utiliza sean el huérfano, el pobre y la viuda.

      Las preguntas que suscita el relato son muy interesantes para entender lo que es acompañar. YHWH entra en relación con el hombre desde el seno materno. Deja que el hombre crezca con sus traumas, las condiciones que la historia impone (ser mellizos), tener rivalidades y envidias, etc. Pero no deja de aparecer para tener un diálogo continuado en el tiempo, que no condiciona, pero marca las reglas del juego, la continuidad de la Alianza. ¿Por qué es tan importante la bendición? ¿Por qué huye Jacob de Canaán?, ¿por el odio envidioso, mimético a su hermano, o porque no le es posible al hombre vivir odiando? ¿Por qué Jacob hace el camino inverso al otro patriarca de Israel? Abraham había salido de Ur de Caldea —en realidad, Jarán—con el hijo de su hermano, Lot (Gn 12:1-5), y llega a Canaán. Mientras que Jacob, que también tiene que vivir como Lot con su tío, deja el país de Canaán para ir a Jarán, como si no fuera apto para vivir en esa tierra prometida hasta que no se haya reconciliado con su hermano. Parece ser así, puesto que el hermano irrumpe de nuevo en escena como paso obligado, como puente en el Jordán, para poder volver. Esaú se había mantenido como una obsesión, incapaz de eludir su presencia en los sueños y en la vida cotidiana, en las apariciones, hasta tal punto que Génesis se detiene en detalles acerca de la simetría, del rostro a rostro, en la lucha del vado de Yabboc.

      En ese relato, el término rostro aparece un número determinado de veces queriendo expresar indudablemente algo importante: mirar a otro cara a cara es casi una provocación, a la vez que un reconocimiento, es la simetría perfecta, la reciprocidad por excelencia. Es el paradigma del enfrentamiento, en el que el otro es nuestro espejo, nuestro antagonista, el que puede imitar nuestros gestos mirándonos de frente, aquel que en sus gestos imitativos nosotros podemos reconocernos a nosotros mismos. Pues bien, la palabra rostro aparece hasta siete veces en el relato (Gn 32:4.17.18. 21.22.31, 33:10): panim. El poder mirar a su hermano cara a cara parece ser la única vía de reconciliación (32:21-22), y la condición para llegar a la reconciliación pasa por el lugar, Penuel (panim-El ‘rostro de Dios’), nombre con el que Jacob bautizará el sitio donde tendrá lugar la lucha nocturna. Hasta la geografía va a tener que ver con los acontecimientos

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