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que ha de hacer el camino de retorno, humillarse ante el hermano y cerrar ese capítulo de la historia reconciliándose, de ser lo que es, el hermano segundo que no tenía derecho a la primogenitura. Porque la bendición no es para uno mismo, para sentirse pagado y agraciado, sino para ser conscientes de que somos amados y amar y entregarse al otro.

      Ser el amado es el origen y la plenitud de la vida del Espíritu […]. En cuanto vemos un pequeño destello de esta verdad, nos ponemos en camino, a la búsqueda de la plenitud de esa verdad, nos ponemos en camino, a la búsqueda de la plenitud de esa verdad, y no nos detenemos hasta encontrarla y reposar en ella. Desde el momento en que intentamos encontrar la verdad de ser el amado, nos enfrentamos a la llamada de convertirnos en lo que realmente somos. Convertirnos en amados es el gran viaje espiritual que tenemos que hacer.65

      Jacob nos plantea la solución al gran problema de la rivalidad entre los hombres que amenaza con autodestruirnos. Las rivalidades entre tribus, clanes, hombres, hombres y mujeres se ciernen sobre el futuro de la humanidad igual que se han cernido sobre el pasado y, en este sentido, el paradigma de génesis es aleccionador. Es por eso por lo que no podemos mencionar en la lista de los pueblos bíblicos a los abelitas, porque ya no están. Como dice Blas de Otero en un poema desgarrador que tiene como referente la Guerra Civil española, «Abel, Abel somos todos». No obstante, hay motivos para la esperanza porque la sangre de Abel y la de los profetas anteriores a nosotros ha sido reasumida en la figura del único Mediador entre Dios y los hombres. Hay una fórmula infalible para la reconciliación, para mirar el rostro del otro de una forma nueva: el perdón que nos trae la brisa suave de la Resurrección de Cristo.66

       6. José y sus hermanos: el acompañamiento en familia desde el perdón

      1. LAS DIFÍCILES RELACIONES FAMILIARES

      En el capítulo 37 del libro del Génesis comienza una historia que narra un episodio típico de persecución: el justo perseguido es un tema recurrente en las Escrituras. Desde Abel a san Pablo, toda la Biblia parece un texto de persecución. José es el paradigma, que permanece oscuro y que solo es desvelado por la Pasión de Cristo. ¿Por qué es tan importante resaltar este asunto? No hay un solo hombre que no sienta la mirada envidiosa de otro (aunque diga serle indiferente), ni la sospecha de ser observado, acosado, perseguido, mal querido, abandonado por otro. Y, mucho menos, si se trata de un justo, aquel que ha sido elegido para una misión. Con toda seguridad, a este le toca cargar con esa cruz sobre sus espaldas: la mirada envidiosa de los demás. Cierto que la envidia es un simple error de juicio, pero es una gran fuente inconfesada de sufrimiento. Es mirar la vida del otro con la estrechez de miras del que no es capaz de ver en perspectiva histórica, ni desde la mirada de Dios, ni contemplar la propia suspendiendo la inmediatez del presente con la pregunta por el sentido desde el futuro de aquello que nos está sucediendo. La tentación siempre consiste en pensar que lo que vivimos hoy será así para siempre. La acción de la gracia es lo que vamos a ver en este texto: ¿para qué me está pasando esto a mí? No es lo mismo el por qué, que es una pregunta soberbia, un reto a Dios o al destino quejumbroso. Para qué implica qué tengo que descubrir en este suceso que va a ser bueno para mí, pero que todavía no entiendo.

      La razón de la envidia de los hermanos hacia José es porque se trata de un individuo, con un carisma especial, amado por encima de sus hermanos; destaca por su don especial para interpretar los sueños. Se le distingue con un dato estético muy significativo, la túnica talar (al estilo de la cabeza sobre un plato de Juan Bautista, en otro relato de rivalidad mimética ejemplar)67 y se dice de él que pretende reinar.

      La alusión monárquica es importante para destacar su pertenencia a un estamento social apropiado para los fenómenos que van a suceder y el cariz que van a tomar los acontecimientos. Como Edipo, está llamado a ser rey desde la cuna y, como él, va a ser expulsado y va a tener los rasgos estereotipados de las víctimas, pero el final va a ser diferente. No es una novela rosa de lo que se va a tratar, aunque tenga un final feliz, ni una tragedia griega que busca la catarsis, sino un drama humano que tiene que ver con toda sociedad y todo pueblo y con personas que han de aprender a relacionarse de una forma novedosa, a dejarse acompañar.

      El punto de partida es muy actual: se trata de una comunidad familiar en crisis de jerarquía o de autoridad que es echada en falta para garantizar cierto orden o respeto. La familia de José está presa de envidias, celos, juicios, que son el caldo de cultivo para que se suscite una mímesis conflictiva en permanente tensión, una cadena de comportamientos imitativos que culmina en un enfrentamiento violento. Puesto que, en las crisis generadas por las diferencias, todos se sienten poseedores de derechos, los parapetos sociales (costumbres, leyes, etc.) que controlan la violencia se diluyen y proliferan las ambigüedades; no puede dejar de suscitarse la imitación de esa diferencia que el otro ostenta. El otro siempre parece estar rodeado de un aura luminosa que a mí me falta, o esa invulnerabilidad o altanera indiferencia hacia las cosas que al imitador le hacen sufrir. Este relato es un cuadro perfecto de una familia numerosa cualquiera que tiene que ser acompañada.

      Qué duda cabe de que José es algo más que una historia de hermanos, que su presentación a sus hermanos como rey tras el sueño es algo más que un recurso literario, que se trata de una víctima perseguida por su pueblo que, después de ser elegida como tal por sus rasgos estereotipados (su extrema sensibilidad, la túnica talar, ser el primogénito de Raquel, etc.), va a ser constituida en figura salvadora, presente en la memoria ritual del pueblo, heredera de todas las bendiciones. Al estilo de Job, víctima de su pueblo, tendrá que soportar la persecución, la acusación estereotipada por crímenes nunca cometidos, con la diferencia transcendental, respecto de los mitos coetáneos, de terminar siendo encumbrado antes de su muerte como auténtico rey. No hay mistificación, no hay sacralización, solo un realismo preocupante e inédito y por eso es tan aleccionador e inquietante este pasaje. El lector sabe que no está lejos de él, de su propia familia, pero la revelación bíblica requiere ser contextualizada una y otra vez.

      La hambruna asola Canaán como la peste o la guerra asola las sociedades en crisis, aunque no hacen falta motivos tan exigentes para entender que el relato presenta la solución también de fenómenos más irrelevantes y menos crueles. Lo verdaderamente importante es que el hambre, la sequía, no distingue víctimas. Todas son iguales en aquel momento. Este es sin duda el leitmotiv de la historia de José. Los planes de Dios, que van más allá de los hechos y los individuos, prevén los acontecimientos que van a suceder y preparan su desarrollo con detalle para que los hombres aprendan en qué consiste la pedagogía del acompañamiento divino. A posteriori, el cronista tiene la visión completa de los hechos que transcurrieron durante generaciones. El hambre que va a padecer Canaán obligará a sus habitantes a bajar a Egipto. Pero allí los estará ya esperando su providencia en forma de José. Traduzcamos la hambruna, y la grandilocuencia del relato, a términos más cotidianos para que no nos despistemos del objetivo principal: ¿cómo acompaña YHWH a una familia cualquiera?

      2. EL TORMENTO DE LA ENVIDIA

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