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aquí en el pecho, ¿las ves?

      —¿De verdad quieres meterte un cubata para desayunar? ¿Qué es esto, «Leaving Las Denias»?

      —No, Lidia, no ha de ser necesariamente ahora, no te quedes con el detalle, es solo que, no sé… ¿De verdad te gusto aún un poco con esta pinta?

      —Ja, ja, oye, ya vale de hablar de ti, que tu novia también necesita atenciones

      —¿Tú? ¡Tú estás muy bien, a ti todavía te piropea mucha gente! Lo tuyo no es discutible. Yo he perdido toda referencia sobre mí mismo.

      —Mira, ¿sabes qué? Te voy a decir algo importante. Nada seduce más a una mujer que ver cómo un padre juega con su hijo.

      —Sí, claro, ya lo noté ayer en la playa cuando te fuiste al agua y me quedé con Marc. De pronto, empezaron a acercarse mujeres para hacerse selfies a mi lado, las chicas salían del agua agitando sus bañadores en la mano y las modelos de Victoria’s Secret se lanzaron en paracaídas desde un helicóptero…

      —¿Ah, sí? Ja, ja… No me di cuenta. Es que no puedo dejar solos a mis chicos.

      Lidia se acerca a mí y de un beso me hace olvidar mi ridículo comportamiento matinal, más divertido por lo pueril que por lo realista… aunque la palabra cubata todavía late misteriosamente en mi cabeza casi como una pequeña bandera que ondea recordándome que los años junto a Jota, Hugo y Mike ya quedan bastante lejos.

      Bueno, y lo de ir a la playa… pues eso, nada que ver con cuando éramos jóvenes. Ahora bajar a la playa con tu pareja y tu hijo se convierte en una aventura que deja a cualquiera de las vividas por Indiana Jones en poco más que en saltarse una clase. De pronto, tienes que llevar cestos de playa, cremas infantiles y de adulto, sombrerito o gorra, una especie de iglú, bolsas de juguetes, de esterillas, de toallas, sombrilla con resistencia a los rayos ultravioleta con su correspondiente pincho para una mejor sujeción … y estar allí solo durante las horas en las que el sol es menos perjudicial, claro, no vaya a ser que explote el mundo y tengamos que estar preparados para correr a un búnker. Además, da igual que tu hijo te haya despertado a las seis de la mañana en pleno agosto porque desde las siete hay gente mayor haciéndose con la primera línea de playa y aquello está repleto de sombrillas clavadas y sillas vacías que el camión de limpieza tiene que esquivar para dar su servicio. Veraneantes invisibles en la orilla fantasma… No se molestan en dejar un maniquí sentado para disimular, con lo que cuando bajamos poco más de una hora quedamos relegados a un seguro a terceros como mucho, parapetados tras un montón de pertenencias de ausentes que llegan justo cuando nosotros nos vamos, con lo que hacen gala de una versión playera de El Perro del Hortelano en toda regla.

      Aquella tarde de jueves de finales de agosto conocemos a una pareja algo mayor que nosotros con una niña de la edad de Marc que come en la mesa de al lado del restaurante al que hemos acudido, justo frente a los apartamentos. La cría parece muy inquieta y ellos alaban lo bien que se porta Marc en comparación con su hija y que a ver si hacemos un intercambio. Nosotros sonreímos y les animamos con que su hija es muy guapa y que, bueno, que son niños, que es normal que a veces se agobien y todo eso. Es curioso cómo en cuanto se tiene un hijo se produce el extraño fenómeno de que hay quien se cree un experto y asesora a todos sus amigos y familiares concretando con todo detalle como si fuera pediatra, psicólogo o médico, qué es lo más adecuado para cada caso. La pareja continúa mostrándose empalagosamente encantadora al decirnos adiós y Lidia y yo nos despedimos con educación pero lo más rápido que podemos.

      Esa noche bajamos a dar un paseo los tres y nos sorprende volver a encontrarnos con la pareja, esta vez sin niña. Una punzada cercana al escalofrío nos atraviesa cuando nos explican abiertamente que ya están esperándonos desde hace un rato. Seguidamente, mientras tratamos de ordenar las palabras para construir una frase como respuesta, nos indican que ellos han dejado a su hija en la guardería de su hotel, que está a dos calles, y que podemos dejar al niño nosotros también allí, preguntándonos a continuación si nos vamos por ahí los cuatro a tomar una copa. Al final es Lidia quien logra balbucear algo así como:

      —¿Una copa con vosotros? No sabía que habíamos quedado…

      —Bueno, siempre es mejor tomar algo para los nervios y todo eso, yo siempre lo hago, querida, me viene bien —indica la mujer.

      —En nuestro hotel hay un pequeño bar muy discreto donde, no sé, poder empezar el juego y conocernos mejor, claro —respalda su marido.

      —Estooo, pe... pero… ¿qué juego? Como dice mi novia, lo cierto es que no recordamos haber quedado con vosotros ni habernos apuntado a ningún juego.

      —Bueno, tranquilo, amigo, cuando nos conocimos al mediodía os lo propusimos y nos sonreísteis, lo que siempre se ha interpretado como una señal clara de que sí…

      —¡Claro, querida, os dijimos de hacer un intercambio de parejas, ¿es que acaso ya no os gustamos? Os vendrá bien que os invitemos a una copa...

      Nos quedamos petrificados. Estábamos convencidos de que se habían referido a que cambiarían de críos por un rato porque su hija estaba alterada, pero no, ellos quieren un intercambio de pareja de libro, con sus capítulos, sus páginas y abierto de par en par, vaya. Tras deshacernos de ellos con habilidad felina, respiramos aliviados durante el paseo mientras Lidia encaja la anécdota con humor:

      —¿Has visto? Todavía tienes tu público. Esa pareja quería jugar a las cartas con los dos, ahí lo tienes…

      —Ja, ja... pues oye, a mí me anima saber que gustamos a la peña. Vale, que eran algo mayores y que sus caras estaban hinchadas de bótox, pero…

      —Es verdad, ella tenía la nueva cara de Renée Zellweger.

      —¡Uf, qué va, eso es un piropazo! Parecía más Meg Ryan tras operarse en la clínica del Joker, ¿no? ¿Y él, qué? Era así rollo Sean Connery…

      —¡Sus ganas! Si fuera Connery me hubiese animado a esa copa, ja, ja.

      —Pensaba que la infidelidad solo estaba permitida con Sawyer de Lost ¡Dijimos Scarlett Johansson para mí y Joss Holloway para ti, eso ya estaba negociado y cerrado! ¿Ahora he de incluir también a este «vetusto Morla»?

      —¿Estás llamando vieja tortuga a ese pobre señor? Por favor, ¿qué diría el gran maestro de tu adorada serie Dragon Ball si te oyera?

      —Ja, ja. Bueno, pero yo me quedo con que hemos ligado. Ahora mismo si me tomo un cubata ya sería lo máximo.

      —¿Seguro que no quieres que llamemos a esa pareja? ¡Han dicho que invitaban a una copa!

      —¡Joder, qué fallo, Lidia, oportunidad perdida!

      —Yo tenía una compañera de clase que siempre salía sin un duro y tomaba las copas que le daba la gana. Siempre la invitaban.

      —¡Yo hubiese hecho lo mismo!

      —Eso te faltaba a ti, ser chica para ligar aún más.

      —¿Ligar más de qué? Yo siempre he sido un currante, ya te he contado mil veces que el seductor del grupo era Mike.

      —Oye, ¿y qué sabes del grupo? Últimamente, las pocas veces que hemos quedado a cenar o a tomar algo por ahí siempre es con mis amigas. Ahora que pienso, ya ni siquiera con Hugo y Nuria.

      —¡Uf, la verdad es que nos tenemos todos bastante abandonados! Creo que Jota sigue por Barcelona y Mike ahora c… cuidado, Lidia, Marc, de verdad… es que este niño se va a abrir la cabeza un día…

      —Tranquilo, está bien, es solo un golpecito… ¿Tienes el Golpix?

      —Sí, toma… Pues eso, Mike este año con todo el rollo político desapareció del mundo y Hugo, pues no sé, a ver si le llamo en cuanto volvamos de vacaciones.

      —Sí, y tenemos que estudiar lo de la beca de ayuda para la guardería, y mirar algún vestidito para cuando vayamos a conocer a la nena de mi amiga Carla, y…

      —Y dormir un poco, ¿has apuntado

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