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al azar,

      nunca saber

      dónde puedes terminar...

      o empezar.

      CAPÍTULO 2

      MENSAJE EN UN BIBERÓN

      Tengo el recuerdo de este año que casi ha pasado desde que nació Marc como de un gran biberón, como una de esas botellas en las que hay un barco dentro. Y a veces me da la sensación de que soy ese barco, sin saber explicar bien cómo he acabado aquí, tan rápido, tan a la deriva y a la vez con tan poca capacidad de movimiento en las entrañas de ese gran biberón. Es una reflexión absurda porque tengo todo lo que he elegido, soy feliz y no puedo estar más satisfecho con cada paso que he dado hasta aquí.

      La verdad es que tenía cierto miedo, no lo dudo. En esta constante batalla aérea que son las parejas, me llegan noticias bien cercanas de muchos buenos pilotos que son abatidos y caen sin remedio. Yo nunca he podido comprender que alguien se lance a tener un hijo sin que la relación esté atravesando un buen momento, porque de pronto, cuando el bebé no ha cumplido ni un año, la pareja decide separarse y casi siempre de malos modos. Para quien trate de resucitar un sentimiento que empieza a caminar de manera errática y parece herido de muerte, considero que es un gran error, la versión amargamente real de esos culebrones machistas en los que la chica se quedaba embarazada para atar al hombre que amaba. Al parecer, hay parejas que cuando se están hundiendo, en lugar de hacerse con un tablón o un salvavidas, piden que les echen un crío al mar para aferrarse a él y seguir a flote.

      Y digo que tenía miedo porque, lejos de esas locas ideas propias de gente que pone corazoncitos en las íes en lugar de puntos y vive en ese mundo de fantasía opinando chorradas en la línea de que «un bebé une mucho»... lo cierto es que un niño es una bomba de relojería dispuesta a poner a prueba cada uno de tus nervios.

      Como me dijo una vez Jota hace años cuando Hugo, primero del grupo en estrenarse en eso de la paternidad, tuvo a la niña:

      —No sé, creo que si Yoda hubiera tenido un hijo hablaría de puta madre, en serio, no parecería que está siempre a tope de manzanilla y Valium rollo ralentizado.

      —¡Qué va, todo lo contrario, Yoda con sueño acumulado sería aún más jodido de entender!

      —¡Coño, es verdad! Uf, solo te digo una cosa: yo no voy a ser padre nunca, y eso que siempre he querido hacer un Vader y soltarle la frasecita a mi hijo, pero me da pereza tener el niño, luego irme de casa para que no me conozca y aparecer en plan sorpresa años más tarde...

      —Claro, Jota, demasiado tiempo y dinero invertidos en una pequeña parodia.

      —Bueno, no descartemos nada, aunque no te recomiendo que tengamos hijos…

      —¿Tú y yo, Jota? ¿Es que quieres decirme algo?

      —No, idiota, pero mi consejo ser que tú no tener hijos debes si conseguir dormir quieres… El lado oscuro del amor siempre fue poderoso en ti, pero estar alerta debes.

      —Gracias, Maestro, lo tendré en cuenta...

      —Hostia, es que Hugo está con unas ojeras que parecen un escroto…y para ir a juego se le están poniendo ojos de huevo, ja, ja... ¿Te acuerdas del chiste aquel del tipo que decía «¡Joder, de pequeño El Coco… de mayor, la coca! ¿Cuándo coño voy a dormir?»? Ja, ja… pues a Jota se le ve igual de estresado, ja, ja…

      En aquellos años era fácil descojonarnos de todo. Cuando éramos pequeños y alguien se echaba novia era como una deserción al grupo, pero cuando íbamos cumpliendo años y la cosa llegaba a boda ya era más serio, había que asumirlo. El partido había terminado. El bar cerraba la verja metálica y en la terraza ya no habría mesitas y sillas repletas de risas y jarras de cerveza. Una invisible mano gris acartonaba las estampas veraniegas y una fina pátina de escarcha pintaba los recuerdos de juventud con la brocha gorda de la madurez.

      Con todo, las risas y los chistes aún podían lanzarse como piedras contra el estanque de quien se había casado o se iba a vivir con su pareja, con falsos enfados que reclamaban atención y denunciaban las ausencias en lo que era una declaración de amor a los amigos en toda regla. Se echaba de menos a cada uno de los que se iba borrando del mapa, pero era ley de vida, según se decía.

      Y sí, tenía miedo de discutir más con Lidia, de que algo no funcionara bien, aunque en el fondo confiaba en que todo iría llegando a buen puerto. Jota siempre me decía que me agobio antes de tiempo. Pero ahora era el momento de saltar otro paso más en la vida, y Lidia y yo estábamos seguros. Vengo a recordar todo esto porque el paso a la edad adulta no aparece cuando un colega se casa ni cuando se va a vivir con su pareja de siempre. Ni siquiera con que ello provoque que cada vez haya menos actores conocidos en el teatro de las madrugadas. No. Eso solamente son pequeños trazos que en sí mismos no se acercan a constituir un retrato de la madurez. La única manera de comprender bien que ya no estás en el mismo bando es cuando nace tu hijo.

      Ni siquiera sirve la larga pista de aterrizaje de nueve meses con un programado sistema de iluminación para que identifiques cada paso y seas consciente de que vas a ser padre. No. En ese instante la que lo sufre y lo siente es ella, tú eres solamente un copiloto atento que quiere ser educado, paciente y dar la talla dentro del papel de acompañante.

      La vida es una sucesión de papeles: te tocó ser hijo, hermano, amigo, tío, novio… y ahora te toca ser padre. Por fin estará ahí la madurez. Y, de pronto, cuando sostienes a tu hijo por primera vez o le ves la cara, algo se quiebra en el cerebro, se enciende una llama en tu mirada que no se apagará ya mientras vivas y notas un abrumador peso en la espalda: la responsabilidad. Una inexplicable felicidad te aturde y marea… y los nervios sacan a bailar al cansancio, que queda con la risa tonta, que invita a tocar al sueño… Y ahí estaba Marc o, lo que es lo mismo, el principio de la madurez. Y nunca se está preparado para lo que viene a partir de ahí.

      Primero fue lo de dar el pecho, que finalmente se lo dio Lidia a Marc tras echarlo a cara o cruz entre ella y yo. Me libré por la cara y ella cargó con esa bendita cruz que hizo que aquellos primeros meses tuviera que ir disimulando mis bostezos por empatía hacia mi novia, que estaba mucho más destrozada y dormida que yo. Así, yo aprovechaba para dormir con los ojos abiertos durante el trabajo mientras cerraba una noticia tras otra para el diario, siempre con la inestimable ayuda de Leo, que en poco tiempo se convirtió en un colega imprescindible en mi vida.

      Pedir bajas de maternidad y paternidad, pruebas del talón, registros, papeleos, Seguridad Social, ir a pesar al niño a la farmacia cada lunes, preocuparse por todo, contar la edad en meses, despertarnos como si llamaran a filas con cada llantina, hacer un máster en las mejores cremas para la piel, geles, champús, los pañales más adecuados, los termómetros para el agua del baño, los bastoncillos para los oídos, por no hablar de todo el negocio montado en torno a carros, capazos, Maxi—Cosi, sillas de paseo, sillas para el coche con o sin anclajes Isofix… Y, claro está, también los edificantes debates a la hora de cenar sobre el color y la solidez de las cacas que ha hecho el bebé a lo largo del día. Después llegó lo de elegir la leche en polvo de biberón que tuviera las máximas garantías nutricionales y nos adentramos en la leche de continuación, y después, de crecimiento, todo ello, cómo no, introduciendo punto por punto las papillas de verdura y fruta así como determinados alimentos en función de lo que iban indicando los pediatras. Y, sí, claro, las consabidas visitas a urgencias cada vez que el bebé parecía acercarse un poco a algo que fuera camino de convertirse en el paso previo a una posible fiebre.

      La verdad es que el fenómeno de ser padre primerizo es complicado de desmenuzar y analizar, y cada cual siente su propio latigazo emocional. Yo, que tanto había frenado en mis labios los «te quiero» desde que empecé a salir con chicas, no tardé un segundo en sorprenderme a mí mismo susurrándoselo al vientre de mi mujer mientras acercaba mi oreja izquierda a su enorme barriga… Sí, antes de conocerlo, antes de que se descorrieran las cortinas y saliera al escenario, cuando no era ni un pequeño figurante con frase... ya lo quería. Era raro, maravillosamente raro.

      Y a pesar de casi no vivir durante esa primera etapa, con un año en blanco... de tanta leche, logramos sobrevivir durante 2016 y surfearlo con

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