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me afeito una barba cada vez más salpicada de canas, me da por recordar que cuando era más joven y conocíamos a algún grupo de chicas había una parte de mí que había logrado desarrollar cierta capacidad hasta estar convencida de que podía gustarle a alguna de ellas. Mike, el gran seductor de la pandilla y uno de mis mejores amigos de entonces, junto a Jota y Hugo, lo hubiese definido en nueve palabras que hubiesen ensombrecido hasta las técnicas del propio Valmont: «Autoconfianza y sentido del humor, esas son las claves». Yo nunca llegué a ser Mike, pero durante una época sentí esa magia de quien sabe que gusta, de quien detecta que al otro lado de la línea hay una voz que desea que tiren del cable y encontrar una brújula para sus llamadas perdidas. En eso estoy pensando mientras me siento en la taza del váter con el móvil en la mano y examino unas fotos que está enviando un amigo del colegio al grupo de Whatsapp. Alguien está comentando que estamos casi iguales, pero la verdad es que la maleza de los años me impide encontrarme en esas imágenes. Supongo que al resto le pasa igual, que considera que todos están prácticamente idénticos salvo ellos, pero es que trato de seguir el rastro hasta encontrarme y nada. Nunca me he sentido gran cosa físicamente, pero la verdad es que el espejo me devuelve un «yo» cansado y echo de menos ciertas cosas: perder unos kilos, ponerme en forma, caminar despreocupado sin mirar con lupa cada movimiento de la cuenta para llegar a fin de mes, ordenar los papeles de asuntos prioritarios, urgentes e importantes en el archivador del cerebro y poder respirar dentro de esta rutina que nos dispara del trabajo a casa y viceversa y nos deja convertidos en casquillos vacíos, sin más pólvora que la felicidad de pequeños instantes que idealizamos para que nos sirvan de motor para afrontar cada jornada. Y los fines de semana vuelan… Nunca hay tiempo para nada…

      La ciudad está repleta de coches. Leí que el Ayuntamiento iba a fomentar el carril bici por temas de contaminación y que, además, iba a convertir muchas de las vías principales en peatonales, iniciativa que te encanta cuando eres peatón y lamentas en un día como el de hoy, donde todos acabamos pareciendo un perdido banco de peces que acabará devorado por cualquier ballena azul, en concreto la zona azul de la O.R.A. Nos acostumbramos a pagar por todo, nos dejamos asaetear de comisiones hasta por respirar. Nunca comprenderé por qué hemos de pagar por estacionar en la calle enviando a la basura la esencia de expresiones tan populares como «la calle es de todos». Finalmente, claudico y pago mientras reflexiono acerca de cuándo nos cobrarán un porcentaje por gastar la vía pública con nuestras suelas o una tasa de permanencia por estar parados en la calle durante un período que estimen desde el Gobierno que excede lo reglamentario. No me extrañaría, en tiempos de crisis acostumbran a recortarnos las piernas mientras nos exigen grandes pasos en la carrera hacia la recuperación.

      Saludo a Leo, mi colega de curro, un compañero que en estos tiempos, sin duda, hace que el día a día sea más llevadero. Necesito conversaciones diarias sobre series, música, películas, televisión, libros, anécdotas y Leo tiene un punto de ironía y una vis cómica que siempre me hacen reír. En cierto modo, tiene rasgos que me recuerdan a mis tres amigos: es buena gente, como Hugo; un poco friki, como Jota, y es algo así como la versión gay de Mike, bueno, casi, en realidad jamás he conocido a nadie que triunfe más que Mike.

      La verdad es que ahora que lo pienso echo de menos a Mike, Hugo y Jota, amigos desde la infancia. A Mike hace más de dos años que le tengo perdida la pista. Lo último que sé es que sedujo a una concejala del PP y que solo con eso ya parece que pasó el casting para ser colocado como experto en marketing, consultoría y comunicación política del partido. Jota había sido desde que éramos pequeños el más especial de los cuatro y a pesar de su particular universo, él y yo siempre nos habíamos entendido bien, tal vez por su cinefilia, quizá por ser objetivamente gracioso, diferente, único, y ofrecerme siempre una visión realista de la vida… Jota había triunfado a raíz de unos cortometrajes de éxito con miles de visitas en Youtube y finalmente había dado el salto a la gran pantalla con un par de películas tan extrañas como aplaudidas por la crítica y seguidas por sus fieles en taquilla. Tras la comedia sobre un travesti en la movida madrileña, que bautizó con extraña osadía como Transformers, leí que ahora estaba metido de lleno en la preproducción de otro arriesgado proyecto, Disneyland Hachís, una comedia musical de animación ambientada en la Corea del Norte de Kim Jong—Il sobre un ratón drogadicto que hacía demasiadas preguntas. Por lo que respecta al bueno de Hugo, mi fiel escudero, el único con el que siempre estaba en contacto, con quien había hecho viajes de parejas, quedadas de piscina con los niños, cumpleaños y demás… la verdad es que estaba algo desaparecido.

      Sí, los echaba de menos muchas veces y nuestra única vía de comunicación en los últimos tiempos había sido un grupo de Whatsapp que, bajo el título El Equipo A, se había convertido en el último año en una descafeinada sucesión de envíos de tías en pelotas, memes repetidos hasta la saciedad en grupos, chistes y demás, con lo que esa despersonalización nos había llevado a que nuestra relación se hubiera enfriado bastante. Sí, estábamos más congelados que el viejo Walt y hacía ya muchos meses que ni siquiera llegaban mensajitos de ese estilo.

      En otro tiempo sí habíamos sido inseparables, portadores de grandes banderas de amistad a la conquista de las madrugadas, compañeros infatigables en viajes repletos de risas y diversión, necesarias muletas anímicas para los arañazos sentimentales de la vida. En mi caso, por ejemplo, jamás hubiera superado mis encuentros y desencuentros con Sara, esa chica que fue mi primer amor, por cursi y pueril que suene la expresión, esa por la que luché, que alguna vez tuve y que quizá no supe retener. Jota siempre me dijo que era dañina, pero la verdad es que estuve bastante pillado en aquellos años de adolescencia y juventud. Sara, dulce Sara, como aquella vieja canción de Como la cabeza al sombrero de El último de la fila, una relación que, como ese disco, había acabado con un «Llanto de pasión, no recuerdo quién fue a la que tanto amé, ahora mejor es olvidar...».

      De unas cosas y otras estoy hablando con Leo, que me está recomendando encarecidamente Stranger things, una serie ochentera que está convencido de que me va a flipar. Le digo que me toca verla en breve porque tengo que escribir sobre ella para el suplemento de tendencias de dentro de dos fines de semana, pero que cada vez tengo menos tiempo en casa.

      —Deberías apuntarte a una juerga con la peña del diario algún día, tío, aunque sea para desengrasar. Tengo entendido que antes no te perdías una…

      —¿Tengo entendido? Ja, ja… Joder, macho, si pareces del FBI. Imagino que no puedes revelar tu fuente, que es información clasificada.

      —Por supuesto, trabajo para un gran grupo y hay muchos intereses en juego… Pero, en serio, ¿por qué no te das un respiro y nos vamos todos a tomar algo al Barton’s?

      —No, por favor, ahí nos torturan siempre con reggaeton.

      —¿Y a ti no te mola perrear?

      —Solo en la intimidad... y con Lidia, claro... Pero, vamos, que no creo que toque ahora hablar de nuestras posturas contigo.

      —¡Qué capullo! Ya volveremos sobre eso más tarde. Disfruta un poco y relájate, las letras del reggaeton son muy divertidas, ¿no?

      —Bueno, que se hable de sexo constantemente como una agresiva batalla y que las mujeres sean pedazos de carne que piden guerra y a las que hay que dar lo suyo, pues resulta algo ofensivo, ¿no te parece?

      —Vaya, pero qué correcto te has vuelto, ¿no? Te recuerdo que me leí tu novela y en ella apareces como un experto en películas porno… y tus tres colegas tampoco parecían ángeles...

      —Nos ha jodido, teníamos 15 años, éramos puro agosto todo el año, es lo normal, pero no compares las películas porno con canciones que denigran a la mujer y que…

      —Ah, claro, es verdad, que el negocio del porno es todo pureza, perdona, no hay redes ni mujeres sometidas… De hecho, creo que es un género subvencionado por unicornios en el que los actores cobran con piruletas y hay un largo camino de baldosas amarillas y golosinas que…

      —Ja, ja, vale, ya lo pillo, de acuerdo… Ya sabía yo que publicar esa novela acabaría volviéndose contra mí, pero no vas a convencerme, esas letras me siguen pareciendo veneno para el cerebro...

      —¡Te

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