Скачать книгу

hasta la orilla, me acuerdo de una vez en que unos chavales me atacaron por la espalda, me empujaron contra unas vallas y me pegaron una paliza a la salida de una discoteca, frente a la parada de un autobús. Yo, que a día de hoy aún no sé por qué recibí aquella estampida de patadas por todo el cuerpo, me levanté como pude a tiempo de ver cómo Hugo, Jota y Mike encendían el ventilador de puñetazos para espantarlos de allí… Sé que no me dolieron entonces aquellos golpes, puede que por la combinación entre adrenalina y alcohol, pero la reacción de mis amigos para defenderme sí se me quedó marcada y no se me ha olvidado jamás. Estaban ahí, como siempre… y es en lo único que podía pensar montado en ese bus cuando volvía a casa con la cara hinchada y la camiseta rota… en eso y en el susto que se llevaría mi madre.

      Vengo a contar esto porque se supone que en otro tiempo éramos un grupo compacto, un equipo que siempre daba la cara por cada uno de sus integrantes… éramos amigos. Sí, dicen que la amistad y el amor están sobrevalorados, pero yo creo que la capacidad de ambos todavía ni se conoce. O eso o que aquella paliza me dejó secuelas, que todo puede ser, la verdad es que no digo que no.

      —Yo siempre he pensado que Nuria es para ti, que estáis hechos el uno para el otro. No sé, toda la vida os habéis complementado de puta madre.

      —Y eso que al principio no te hizo gracia por ser amiga de Sara.

      —Bueno, cuando salí con Sara, sí, luego se me hizo algo raro, lo reconozco.

      —Me acuerdo de que estuvimos un tiempo sin hablarnos demasiado, como si hubiéramos discutido o algo.

      —Joder, es que la sombra de Sara fue alargada. Con decirte que me costó volver a escuchar a Manolo García… hasta que ya lo logré, claro.

      —¿En serio? Ja, ja. Pues he leído que hace muy poco ha cumplido 61 tacos.

      —¿Quién? ¿Sara? Joder, cómo pasa el tiempo...

      —No, capullo, Manolo García. ¡Y oye, está hecho un chaval, qué caña sus conciertos!

      —Sí, qué gozada que todo el mundo hable bien de ti y seguir siendo un espíritu libre que hace disfrutar a tanta gente con su música.

      —Ya te digo. Oye, ¿y de Sara no sabes nada de nada?

      —No, ni me interesa, créeme.

      —Ya, bueno, está claro, pero… no sé, ¿no has husmeado por Facebook y todo eso a ver qué es de ella?

      —No, ya te digo que tengo el DeLorean aparcado. Ahora para mí viajar en el tiempo es ver crecer a mi hijo. Además, Sara no tiene Facebook.

      —¡Coño, entonces sí la has buscado! ¡Te pillé!

      —Ja, ja… bueno, no, o sea, sí, siempre hay algún rato muerto en el que sin querer cotilleas un rato entre antiguos alumnos, sugerencias de amigos, peticiones de amistad.

      —No, ante mí no tienes que justificarte.

      —Ya ves, a estas alturas.

      —A ver, pero imagina que está aquí en este bar y te dice: «Vamos a echar un polvo, por los viejos tiempos».

      —Sí, es muy probable que eso pase, Hugo… En fin. Mira, de todos modos, en los viejos tiempos que dices tú, no hubo polvo, así que…

      —Joder, no me acordaba, estuviste colgado de Sara, saliste con ella y no llegaste a...

      De pronto, la cara de Hugo se ensombrece porque empieza a hacer memoria y viene a su mente un accidente en moto y cómo aquel duro pasaje nos unió y nos separó… para quizá volver a unirnos, tal vez para separarnos para siempre, ya que con Sara me había tirado media vida yendo y volviendo, con encuentros y desencuentros que me impedían avanzar. Finalmente, tras algunos años, Lidia apareció al final del camino y me liberó de todo aquello, encharcando de luz la oscuridad de mis calles. Limpiando las sombras y consiguiendo por fin que fuera feliz.

      Hugo me mira y comprende que es mejor cambiar de tema, aunque sus comentarios me han traído al primer plano varias secuencias mentales de aquel tiempo, con su magia y sus penurias, con su ilusión y sus desengaños. Una época inolvidable a la que alguna madrugada aún llegan trenes que salen de la estación de mi memoria.

      —Bueno, Hugo, ¿entonces qué? ¿Me vas a dejar ayudarte con Nuria? Estoy convencido de que quizá entre todos podemos dar con la clave que haga que...

      Mientras hablo siento que la llama de una idea comienza a encenderse en mi pecho. Imagino que tal vez puedo intentar localizar a Jota y Mike, reunirnos todos, reír, hacer que Hugo remonte, orientarle, dibujarle un mapa que le haga encontrar lo que pretende. Una parte de mí quiere reunir a todos sin más; la otra se convence de que si sumamos todos nuestros cerebros tal vez hagamos uno y así demos con la mejor estrategia para ganar un partido que, tras ver el semblante de Hugo, se me antoja como vencer a un gigante.

      —¿Has pensado en una carta, Hugo?

      —¿Cómo? ¿En serio crees que estoy para trucos de magia en este momento?

      —No, idiota, una carta carta, ya sabes. Sí, hoy en día a las parejas nos cuesta hablar y cuando exponemos nuestro argumento, solo deseamos que la otra parte nos dé la razón, que nos comprenda, pero a mitad explicación ya nos están cortando… Y eso en una carta no sucede.

      —Ya, pero yo no sé expresarme bien por escrito, no lo veo claro, tal vez si me echas una mano tú, puede que funcione.

      —No, joder; o sea, sí, yo puedo escribirte lo que necesites pero si no lo haces tú no tiene valor y ella notará que no es tuyo. No, hacer un Cyrano no creo que quede bien. Oye, ¿y si le grabas un vídeo? Te grabo yo mismo, si quieres.

      —No sé, ¿pretendes que improvise ahora?

      —Como quieras.

      —Pues espera que me pido otra cerveza y lo intento.

      Mientras Hugo se prepara para la grabación envío un «whats» a Lidia disculpándome por el retraso, pero ella sabe cómo está el tema con Hugo y lo comprende.

      —Al loro, Hugo, a la de tres grabo: una, dos… y tres.

      —Hola, Nuria, ¿qué tal? Mira, estoy aquí en un bar con…

      —Déjate de historias, Hugo, concreta, qué más doy yo ahora, ve al grano. A ver, lo intentamos: una, dos… y tres.

      «Hola, Nuria. Mira, cariño… yo, yo no sé qué decirte, o sea, sé que hago muchas cosas mal y que, no sé, que a veces seguramente te desilusionas o quizá piensas que no te entiendo. Joder, yo también sufro y, bueno, eso da igual, me refiero a que yo creo que tú y yo aún no hemos escrito nuestra última línea. Y a veces te digo que ya no hacemos bien nada juntos, pero no es verdad, porque luego miro a Lucía mientras duerme y pienso que hemos hecho algo precioso. ¿Y por qué dejarlo ahora? Me gustas desde que tenía quince años y salir contigo ha sido, o sea, es… una pasada, y nunca te lo digo, pero continúo pensando igual. Porque os quiero a las dos. Sí, creo que hace mucho que no nos lo decimos, pero te quiero, te quiero incluso cuando estás reprochándome algo que no he hecho bien, cuando discutimos, cuando nos alejamos… te quiero incluso ahora, que ya no sé cómo decirte que tengo miedo a perderte porque sin ti me quedaré a oscuras… y necesito tu luz y la de Lucía para seguir…».

      Ahí Hugo se detiene para llorar sobre mi hombro y solo entonces me doy cuenta de que está aún peor de lo que pensaba. De que aquello es el mundo real. Pienso en qué sucedería en mi cabeza y en mi corazón si, de pronto, algo resquebrajara las cuerdas que me unen a Lidia y a Marc, si una piedra rompiera el cristal que nos protege dejando que llueva afuera. Ahora Hugo está calándose hasta los huesos en la fría noche y yo tan solo puedo abrazarlo. Ya no sirve hacerle reír un poco, necesita ayuda y me veo desbordado, con ganas de hablar con mis hermanos para pedirles consejo, pero sobre todo, con el firme propósito de encontrar a Jota y a Mike cueste lo que cueste, porque ver tan abatido a Hugo me deja sin palabras.

      —Lo siento, tío, lo necesitaba, no pensaba que fuera a ponerme tan dramático, pero me he desahogado, me ha venido

Скачать книгу