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escribir Olivetti –que todavía usa hoy– los chimentos del espectáculo que aparecían en La Pavada, en la contratapa del diario Crónica.

      En el canal recuerdan que más de una vez subió al control, desplazó al director de turno y se puso a “ponchar” las cámaras. Otras veces se sentaba junto a Alberto Thaler, su editor de confianza, para supervisar alguno de los informes especiales, como aquel que repasó “Vida y lucha de Norma Pla” o “Ídolos nacidos en los ochenta”, un atrapante material de archivo con imágenes inéditas de la actriz Celeste Cid, el cantante Luciano Pereyra y el futbolista Javier Mascherano cuando eran niños.

      García le escapa a los eventos sociales, especialmente si se trata de compromisos con gente que no conoce. “Yo soy muy poco diplomático, no hago relaciones públicas. No ando con corbata a menos que tenga que ir a Tribunales (tuvo que hacerlo varias veces en los últimos años). No me gusta ir a comer con señores que no conozco”, insiste.

      La mayor parte del día la pasaba recluido en su oficina, hasta entrada la noche, de domingo a viernes. “Esta empresa es una droga, yo paso todo el día pensando en esto”. Solo los sábados dejaba de ir al canal y aprovechaba a descansar o hacer las compras en un hipermercado de Palermo camuflado como un vecino más, aunque difícilmente se desentendía de la actualidad.

      Hay un rasgo de su personalidad que quizá explica esa eterna pelea por llegar primero: es competitivo. “No me gusta perder ni jugando a la bolita”, reconoce. Y es ansioso, no soporta las esperas. Quienes compartieron con él alguna cena cuentan que ha llegado a quemarse con la comida al no dejar que se enfriara el plato. Cinco minutos para García son una eternidad.

      “¿Vio que hay gente que juega al golf y que camina siete horas con la bolsa al hombro? A mí me apasiona hacer televisión. Me apasiona mandar la imagen de Carlos Monzón muerto y saber que siete millones de tipos la están viendo”. A la hora de buscar comparaciones lo han llamado el “Ted Turner del subdesarrollo”, pero él rechazaba el parangón. Cuando lo escuchaba se reía, aclaraba que no quiere sonar pedante, y señalaba: “Yo no tengo a Jane Fonda, pero tengo la mejor señal de noticias del país”.

      En 2016 se desprendió de las últimas acciones que tenía en Crónica TV y cerró una de las etapas más brillantes de su vida. En 2011 les había vendido el cincuenta y uno por ciento del canal a los empresarios mendocinos Raúl y Alejandro Olmos, quienes se quedaron con el total de la empresa en medio de un escándalo con acusaciones cruzadas.

      En mayo de 2017, todavía en litigio, García los denunció a través de una solicitada que tituló “Ocupas en un canal de televisión”. En el texto indicaba: “al día de la fecha el Grupo Olmos no cumplió el convenio firmado y homologado en el juzgado correspondiente, quedando como ‘ocupas’ sin contrato de alquiler, duplicando la seguridad del edificio con ‘patovicas’ de traje negro y apoderándose del edificio”.

      Finalmente, los hermanos Olmos mudaron los estudios de Crónica TV al Bajo, donde funcionaba la redacción del diario. García recuperó el control de Riobamba 280 y allí, con una inversión en equipamiento que supera los cuatro millones de dólares, planea volver a crear un canal al que llamará Sucedió y mantendrá como lema “el canal de las noticias”.

      Nació en Buenos Aires el 18 de noviembre de 1932, el mismo día que Mickey Mouse, el legendario ratoncito que había sido creado por Walt Disney cuatro años antes. Y es fanático de ese personaje. Conserva una colección de más de dos mil muñecos, relojes y otros objetos con la figura del ratón al que dedicó su último libro. El mítico empresario se entretiene de a ratos con alguna de esas miniaturas en la misma oficina desde la cual se permitió jugar con las noticias.

      Creció a cuatro cuadras del Obelisco, en un modesto departamento de dos ambientes, donde vivían sus padres: María de los Dolores Elisa Vadillo y Héctor Manuel García. Su mamá, apodada Lola, era entrerriana y se ganaba la vida tejiendo ropa para amigos de la familia. Su papá, porteño, fue empleado en la Dirección General de Aduana.

      “Era un laburante de esos convencidos de que el trabajo dignifica. Se levantaba a las seis de la mañana, hacía horas extras y recién volvía a casa a las diez de la noche”, recordó García en una de las pocas referencias públicas que ha hecho sobre su padre.

      Su infancia transcurrió en el centro, entre los partidos de fútbol que jugaba con vecinitos en un terreno baldío ubicado en las avenidas Córdoba y Carlos Pellegrini, algunos viajes “de colado” en el tranvía y esporádicas visitas a los circos que levantaban sus carpas en esa misma esquina donde improvisaban la canchita.

      Mientras cursaba la primaria en la escuela Julio Argentino Roca, y a poco de aprender a leer y a escribir, descubrió los diarios. Cuenta que lo atraían más los periódicos de la época que los libros escolares. “Cuando tenía diez centavos, en vez de comprarme caramelos me compraba diarios”.3

      Crítica y Noticias Gráficas eran sus preferidos. Los coleccionaba, observaba en detalle las diagramaciones y las fotografías. No compartía ese interés con ninguno de sus amigos; tenía apenas siete años. Y para agrandar su biblioteca y llenarla de diarios y revistas decidió salir a trabajar. Lo emplearon como canillita cerca de su casa. Más tarde consiguió el puesto de repartidor a domicilio en un almacén hasta que, por fin, debutó como periodista.

      En quinto grado junto a dos compañeros hizo El Estudiante, un boletín escolar en el que aquel niño emprendedor se animó a escribir algunas de sus opiniones sobre la actualidad. Imprimían los ejemplares con un mimeógrafo que les habían regalado en el diario Noticias Gráficas, cuya redacción, curiosamente, funcionaba en Riobamba 280, el mismo lugar donde montaría los estudios de Crónica TV y antes el diario Crónica.

      En 1944, a los doce años, tuvo una oportunidad única: publicó por primera vez una noticia fuera de la escuela y a la vista de todos. Gracias a su prolija caligrafía, con tiza mojada en agua y un pincel, empezó a escribir los títulos destacados del día en las pizarras del diario El Nacional, en el balcón del primer piso de Corrientes 938.

      “Lo mío es el periodismo”, sentía. Pero mamá Lola se ilusionaba con verlo con el título de perito mercantil o doctor en ciencias económicas y lo inscribió en el Carlos Pellegrini para que cursara el secundario. “Era un colegio bravísimo. Y además, estaba en el turno mañana y a mí siempre me costó un triunfo madrugar. Muchas veces me rateaba, entonces me iba a la placita que está en Charcas y Callao y leía el diario”, se sincera García.4

      “Yo tenía muchas vocaciones y todas tenían que ver con rajar del colegio”. Se refugiaba en El Nacional y pasaba largos ratos entre los escritorios de los periodistas hasta que se vinculó con el equipo de fotografía: “Empecé revelando, abrillantando fotos”.5

      “El laboratorio es un lugar que siempre llama la atención y más cuando uno es pibe. Las máquinas fotográficas de entonces eran muy grandes, los fotógrafos llevaban trípode, magnesio, todo un equipamiento para hacer una nota. Empecé llevándoles la valija, un poco para colarme en la cancha”.

      “Un día cayó gente en la redacción del diario y no había fotógrafo. Me dijeron ‘¿Te animás a sacar fotos?’. Cacé la máquina de madera, viejísima, tenía cinco velocidades; un fogonazo y la foto salió perfecta”.

      No transcurrió mucho tiempo hasta que le confiaron el trabajo como ayudante de fotografía en los partidos de fútbol. Debutó en el antiguo estadio de San Lorenzo. Lo ubicaron detrás de un arco, con una cámara Speed Graphic con teleobjetivo, pero ninguna de las dos fotos que captó fue publicada.

      Recién el 27 de septiembre de 1947, en el diario peronista Democracia, apareció su nombre sobre una foto aérea de la ciudad de Buenos Aires que había tomado durante su vuelo de bautismo. Fue un momento importante para su precoz carrera, pero no lo pudo festejar porque ese mismo

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