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para preguntarle a Lucy si deseaba ir, pero no quería dejar a Edward; así que corrí arriba y me puse un par de medias de seda, y me vine con los Richardson.

      —No entiendo bien qué quiere decir con eso de interrumpirlos —dijo Elinor—; ustedes estaban en la misma habitación, ¿o no?

      —¡Por supuesto que no! ¡Vaya, señorita Dashwood! ¿Acaso piensa que la gente se dice palabras de amor cuando hay alguien más presente? ¡Pero, cómo se le ocurre! Estoy segura de que usted sabe de eso mucho más que yo —dijo riendo de manera afectada—. No, no; estaban encerrados en la sala, y todo lo que oí fue solo escuchando a través de la puerta.

      —¡Cómo! —exclamó Elinor—. ¿Me ha estado repitiendo cosas de las que se enteró únicamente escuchando a través de la puerta? Lamento no haberlo sabido antes, pues de ninguna manera habría aceptado que me comunicara pormenores de una conversación que usted misma no debía conocer. ¿Cómo pudo actuar tan mal con su hermana?

      —¡Pero no! Qué problema va a haber con eso. Me limité a detenerme junto a la puerta y a escuchar todo lo que podía. Y estoy segura de que Lucy habría hecho lo mismo conmigo, porque hace uno o dos años, cuando Martha Sharpe y yo compartíamos tantos secretos, ella no tenía empacho en esconderse en un armario, o tras la pantalla de la chimenea, para escuchar de lo que hablábamos.

      Elinor intentó cambiar de tema, pero era imposible alejar a la señorita Steele por más de un par de minutos de lo que ocupaba el primer lugar en su cabeza.

      —Edward habla de irse pronto a Oxford —manifestó—, pero por el momento está alojado en el N° ... de Pall Mall. Qué mala persona es su madre, ¿no? ¡Y su hermano y su cuñada tampoco fueron muy correctos! Pero no le voy a hablar a usted en contra de ellos; y con todo, nos enviaron a casa en su propio carruaje, lo que fue más de lo que yo esperaba. Y por mi parte, yo estaba horrorizada de que su cuñada fuera a pedir que le devolviéramos los acericos que nos había dado uno o dos días atrás; pero nada se dijo sobre ellos, y me cuidé de mantener el mío fuera de la vista de los demás. Edward dice que tiene que arreglar algunos asuntos en Oxford, así que debe ir allá por un tiempo; y después, apenas consiga a un obispo, se ordenará. ¡Qué curiosidad me da saber qué parroquia le darán! ¡Dios bendito! —continuó con una risita boba—, apostaría mi vida a que sé lo que dirán mis primas cuando se enteren. Me dirán que le escriba al reverendo, para que le dé a Edward la parroquia de su nuevo beneficio. Sé que lo harán; pero le digo que por nada del mundo haría tal cosa. “¡Ay!”, les diré directamente, “como pueden pensar tal cosa. Yo escribirle al reverendo... ¡por favor!”.

      —Bueno —dijo Elinor—, es un consuelo estar preparada para lo peor. Ya tiene lista su respuesta.

      La señorita Steele iba a seguir con el mismo tema, pero la proximidad del grupo con el que había venido la obligó a cambiarlo.

      —¡Ay! Ahí vienen los Richardson. Tenía mucho más que contarle, pero tengo que ir a reunirme con ellos ya. Le aseguro que son personas muy respetables. Él hace montones de dinero, y tienen su propio carruaje. No tengo tiempo de hablar personalmente a la señora Jennings, pero por favor dígale que estoy muy contenta de saber que no está enfadada con nosotras, y lo mismo respecto de lady Middleton; y si ocurriese cualquier cosa que las obligara a usted y a su hermana a alejarse, y la señora Jennings quisiese compañía, tenga plena seguridad de que estaríamos felices de quedarnos con ella durante todo el tiempo que deseara. Supongo que lady Middleton no nos volverá a invitar esta temporada. Adiós; lamento que no estuviera aquí la señorita Marianne. Dele mis más afectuosos recuerdos. ¡Vaya, si está usted usando su vestido de muselina a lunares! ¿Acaso no temía estropearlo?

      Tal fue su preocupación al separarse, pues tras haberlo dicho, solo tuvo tiempo de presentar sus respetos y despedirse de la señora Jennings antes de que la señora Richardson reclamara su compañía; y así, Elinor quedó en posesión de información que serviría de alimento a sus reflexiones durante algún tiempo, aunque no se había enterado de casi nada que ya no hubiera previsto y supuesto por sí misma. El matrimonio de Edward y Lucy estaba tan firmemente decidido y la fecha en que tendría lugar tan vagamente imprecisa como ella creía que estarían; según lo había esperado, todo dependía de ese cargo que, hasta el momento, parecía no tener posibilidad alguna de conseguir.

      Tan pronto estuvieron de regreso en el carruaje, la señora Jennings se manifestó con ganas de información; pero como Elinor deseaba difundir lo menos posible aquella que, en primer lugar, había sido conseguida de forma tan poco noble, se limitó a una mera repetición de esos simples pormenores que estaba segura que Lucy, por su propio interés, desearía se extendieran. La continuidad de su compromiso y los medios que utilizarían para llevarlo a buen puerto fue todo lo que contó; y esto llevó a la señora Jennings a la siguiente y muy natural observación:

      —¡Esperar hasta que consiga un beneficio! Claro, todos sabemos cómo va a terminar eso: esperarán un año, y viendo que así no consiguen nada, se acomodarán en una parroquia de cincuenta libras anuales, más los intereses de las dos mil libras de él y lo poco que el señor Steele y el señor Pratt puedan darle a ella. ¡Y después tendrán un hijo cada año! ¡Y Dios los libre, qué pobres serán! Tengo que ver qué puedo darles para ayudarlos a instalar su casa. Dos doncellas y dos criados decía yo el otro día... ¡qué va! No, no, deben conseguirse una chica fuerte para todo servicio. La hermana de Betty de ninguna manera les serviría ahora.

      A la mañana siguiente le llegó a Elinor una carta por correo, de la misma Lucy en estos términos:

      «Bartlett’s Building, marzo

      »Espero que mi querida señorita Dashwood me dispense la libertad que me he tomado al escribirle; pero sé que sus sentimientos de amistad hacia mí harán que le complazca conocer tan buenas noticias de mí y mi querido Edward, después de todos los problemas que debimos enfrentar el último tiempo; por tanto, no me excusaré más y procederé a decirle que, ¡gracias a Dios!, aunque hemos sufrido horriblemente, ahora estamos muy bien y tan felices como siempre deberemos estar, gracias a nuestro mutuo amor. Hemos enfrentado grandes pruebas y grandes persecuciones, pero, al mismo tiempo, debemos agradecer a muchos amigos, entre los cuales usted ocupa uno de los lugares más importantes, cuya gran bondad recordaré siempre con toda mi gratitud, al igual que Edward, a quien le he hablado de ella.

      »Estoy segura de que tanto usted como la querida señora Jennings estarán contentas de saber que ayer por la tarde pasé dos felices horas junto a él, que él no quería oír hablar de separarnos, aunque yo, pensando que era mi deber hacerlo, insistí en ello en beneficio de la prudencia, y me habría separado de él en ese mismo instante, de haberlo él aceptado; pero me dijo que ello no ocurriría jamás, no le importaba el enfado de su madre mientras contara con mi amor; nuestras perspectivas no son muy brillantes, a decir verdad, pero debemos esperar y confiar en que ocurra lo mejor; muy pronto se ordenará, y si estuviera en su poder recomendarlo a quienquiera que tenga un beneficio que otorgar, estoy segura de que no nos olvidará, y la querida señora Jennings también, confiamos en que intercederá por nosotros ante sir John o el señor Palmer, o cualquier amigo que pueda ayudarnos. La pobre Anne ha tenido mucha culpa en todo esto por lo que hizo, pero lo hizo con las mejores intenciones, así que no comento más; espero que no sea un gran problema para la señora Jennings pasar a visitarnos, si alguna mañana viene por aquí, sería muy amable si lo hiciera, y mis primas estarían orgullosas de conocerla. El papel en que escribo me recuerda que ya debo finalizar, rogándole que le presente mis más agradecidos y respetuosos recuerdos, lo mismo que a sir John y lady Middleton, y a los queridos niños, cuando tenga oportunidad de verlos, y mi amor para la señorita Marianne, quedo, etc., etc.»

      Tan pronto Elinor terminó de leer la carta, llevó a cabo lo que, según sus conclusiones, era el verdadero objetivo de quien la había escrito, y la colocó en manos de la señora Jennings, que la leyó en voz alta con profusos comentarios de satisfacción y elogios.

      —¡Pero qué bien! ¡Y qué preciso escribe! Sí, pues, eso fue muy correcto, liberarlo del compromiso si él así lo quería. Eso fue muy propio de Lucy. ¡Pobre criatura! Con todo el corazón querría poder conseguirle un beneficio... Mire, me llama querida señora Jennings. Es una

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