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señoritas Steele se mudaron a Harley Street, y todo cuanto llegaba a Elinor sobre su influencia allí la hacía estar más en guardia del evento. Sir John, que las visitó más de una vez, trajo noticias asombrosas para todos sobre el favor en que se las tenía. La señora Dashwood nunca en toda su vida había encontrado a ninguna joven tan simpática como a ellas; le había regalado a cada una un acerico, hecho por algún emigrado; llamaba a Lucy por su nombre de pila, y no sabía si alguna vez iba a poder separarse de ellas.

       Joseph Bonomi (1739—1808), arquitecto, miembro de la Royal Academy.

      Capítulo XXXVII

      La señora Palmer se encontraba tan bien al término de dos semanas, que su madre sintió que ya no era necesario ocuparse de ella todo el día; y contentándose con visitarla una o dos veces durante la jornada, así dio fin a esta etapa para volver a su propio hogar y a sus propios hábitos, encontrando a las señoritas Dashwood muy dispuestas a retomar la parte que habían desempeñado en ellos.

      Al tercer o cuarto día tras haberse reinstalado en Berkeley Street, la señora Jennings, que acababa de regresar de su visita cotidiana a la señora Palmer, entró con un aire de tan urgente importancia en la sala donde Elinor se encontraba a solas, que esta se preparó para escuchar algo prodigioso; y tras haberle dado solo el tiempo necesario para formarse tal idea, comenzó de inmediato a fundamentarla diciendo:

      —¡Cielos! ¡Mi querida señorita Dashwood! ¿Supo la noticia?

      —No, señora. ¿De qué se trata?

      —¡Algo tan extraño! Pero ya le contaré todo. Cuando llegué a casa del el señor Palmer, encontré a Charlotte armando todo un alboroto en torno al niño. Estaba segura de que estaba muy enfermo: lloraba y estaba incómodo, y estaba todo cubierto de granitos. Lo examiné entonces de cerca, y “¡Cielos, querida!”, le dije. “No es nada, solo un sarpullido”, y la niñera opinó lo mismo. Pero Charlotte no, ella no estaba satisfecha, así que enviaron por el señor Donovan; y por suerte acababa de llegar de Harley Street, así que fue enseguida, y apenas vio al niño dijo lo mismo que nosotras, que no era nada sino un sarpullido, y así Charlotte se tranquilizó. Y entonces, justo cuando se iba, me vino a la cabeza, y no sé cómo se me fue a ocurrir pensar en eso, pero se me vino a la cabeza preguntarle si había alguna noticia. Y entonces él puso esa sonrisita afectada y tonta, y fingió todo un aire de gravedad, como si supiera esto y lo otro, hasta que al fin susurró: “Por temor a que algún informe desagradable llegara a las jóvenes bajo su cuidado sobre la indisposición de su cuñada, creo aconsejable decir que, en mi opinión, no hay motivo de alarma; espero que la señora Dashwood se recupere totalmente”.

      —¡Cómo! ¿Está enferma Fanny?

      —Es lo mismo que yo le dije, querida. “¡Cielos!”, le dije. “¿Está enferma la señora Dashwood?”. Y allí salió todo a la luz; y en pocas palabras, según lo que me pude enterar, parece ser esto: el señor Edward Ferrars, el mismísimo joven con quien yo solía hacerle a usted bromas (aunque, como han resultado las cosas, ahora estoy contentísima de que ciertamente no hubiera nada de eso), el señor Edward Ferrars, al parecer, ¡ha estado comprometido desde hace más de un año con mi prima Lucy! ¡Ahí tiene, querida! ¡Y sin que nadie supiera ni una palabra del asunto, salvo Nancy! ¿Lo habría creído posible? No es en absoluto extraño que se gusten, ¡pero que las cosas avanzaran tanto entre ellos, y sin que nadie lo sospechara! ¡Eso sí que es extraño! Jamás llegué a verlos juntos, o con toda seguridad lo habría descubierto enseguida. Bueno, y entonces mantuvieron todo esto muy en secreto por temor a la señora Ferrars, y ni ella ni el hermano de usted ni su cuñada sospecharon nada de todo el asunto... hasta que esta misma mañana, la pobre Nancy, que, como usted sabe, es una criatura muy bien intencionada, pero nada en el terreno de las conspiraciones, lo soltó todo. “¡Cielos!”, pensó para sí, “le tienen tanto cariño a Lucy, que seguro no se opondrán a ello”; y así, vino y se fue a casa de su cuñada, señorita Dashwood, que estaba sola bordando su tapiz, sin imaginar lo que se le venía encima... porque acababa de decirle a su hermano, apenas hacía cinco minutos, que pensaba armarle a Edward un casamiento con la hija de algún lord, no me acuerdo cuál. Así que ya puede imaginar el golpe que fue para su vanidad y orgullo. En seguida le dio un ataque de histeria, con tales gritos que hasta llegaron a oídos de su hermano, que se encontraba en su propio gabinete abajo, pensando en escribir una carta a su mayordomo en el campo. Entonces corrió escaleras arriba y allí ocurrió una escena terrible, porque para entonces se les había unido Lucy, sin soñar siquiera lo que ocurría. ¡Pobre criatura! Lo siento por ella. Y créame, pienso que se comportaron muy duros; su cuñada la reprendió hecha un basilisco, hasta hacerla desmayar. Nancy, por su parte, cayó de rodillas y lloró amargamente; y su hermano se paseaba por la habitación diciendo que no sabía cómo obrar. La señora Dashwood dijo que las jóvenes no podrían quedarse ni un minuto más en la casa, y su hermano también tuvo que arrodillarse para convencerla de que las dejara al menos hasta que hubiesen hecho el equipaje. Y entonces ella tuvo otro ataque de histeria, y él estaba tan asustado que mandó a buscar al señor Donovan, y el señor Donovan encontró la casa toda hecha un manicomio.

      El carruaje estaba listo en la puerta para llevarse a mis pobres primas, y justo estaban subiendo cuando él salió; la pobre Lucy, me contó, se encontraba en tan malas condiciones que apenas podía caminar; y Nancy estaba casi igual de mal. Déjeme decirle que no tengo paciencia con su cuñada; y espero con todo el corazón que se casen, a pesar de su oposición. ¡Dios! ¡Cómo se va a poner el pobre señor Edward cuando lo sepa! ¡Que hayan maltratado así a su amada! Porque dicen que la quiere muchísimo, con todas sus fuerzas. ¡No me extrañaría que sintiera la mayor de las pasiones! Y el señor Donovan opina lo mismo. Conversamos mucho con él sobre esto; y lo mejor de todo es que él volvió a Harley Street, para estar presente cuando se lo dijeran a la señora Ferrars, porque enviaron por ella apenas mis primas dejaron la casa y su cuñada estaba segura de que también ella se iba a poner histérica; y bien puede ponerse, por lo que a mí me importa. No le tengo compasión a ninguno de ellos. Nunca he conocido a gente que haga tanto jaleo por asuntos de dinero y de grandeza. No hay ningún motivo en el mundo por el que el señor Edward y Lucy no puedan casarse; estoy segura de que la señora Ferrars puede permitirse velar muy bien por su hijo; y aunque Lucy personalmente casi no tiene nada, sabe mejor que nadie cómo sacar el mayor provecho de cualquier cosa; y yo diría que si la señora Ferrars le asignara aunque fueran quinientas libras anuales, podría hacerlas lucir lo mismo que otra persona haría con ochocientas. ¡Cielos! ¡Qué cómodos podrían vivir en una casita como la de ustedes, o un poco más grande, con dos doncellas y dos criados; y creo que yo podría ayudarlos en lo de las doncellas, porque la mía, Betty, tiene una hermana sin trabajo que les vendría de perlas!

      La señora Jennings acabó su discurso, y como Elinor tuvo el tiempo necesario para ordenar sus pensamientos, pudo responder y hacer los comentarios que se suponía debía despertar en ella el asunto en cuestión. Contenta de saber que no era sospechosa de tener ningún interés particular en él y que la señora Jennings (como últimamente varias veces le había parecido ser el caso) ya no se la imaginaba encariñada con Edward; y feliz sobre todo porque no estuviera ahí Marianne, se sintió muy capaz de hablar del asunto sin amilanarse y dar una opinión imparcial, según creía, sobre la conducta de cada uno de los interesados.

      No sabía Elinor muy bien cuáles eran en verdad sus propias expectativas al respecto, aunque se esforzó empecinadamente en alejar de ella la idea de que pudiera terminar de otra forma que con el matrimonio de Edward y Lucy. Sí estaba ansiosa de saber lo que diría y como obraría la señora Ferrars, aunque no cabían muchas dudas en cuanto a su naturaleza, y más ansiosa todavía de saber cómo se comportaría Edward. Sentía bastante compasión por él; por Lucy, muy poca... e incluso le costó algo de trabajo mantener ese poco; por el resto, ninguna.

      Como la señora Jennings continuaba con el tema, muy pronto Elinor se dio cuenta que sería necesario preparar a Marianne para discutirlo. Sin pérdida de tiempo había que desengañarla, ponerla al tanto de la verdad y conseguir que escuchara los comentarios de los demás sin revelar ninguna zozobra por su hermana, y tampoco ningún resentimiento hacia Edward.

      Ardua era

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