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—pero entonces probablemente la invadió el temor de haber sido demasiado amable, demasiado entusiasta en su alabanza, porque de inmediato agregó— ¿No le parece, señora, que tienen algo del estilo de pintar de la señorita Morton? Su pintura es realmente preciosa. ¡Qué bien realizado estaba su último paisaje!

      —Muy bien. Pero ella hace todo muy bien.

      Marianne no pudo soportar esto. Ya estaba extraordinariamente disgustada con la señora Ferrars; y tan inoportuna alabanza de otra a expensas de Elinor, aunque no tenía la menor idea de lo que ello significaba, la impulsó a decir con gran énfasis:

      —¡Qué manera más extraña de elogiar algo! ¿Y qué es la señorita Morton para nosotras? ¿Quién la conoce o a quién le importa? Es en Elinor que estamos pensando y a quien nos referimos.

      Y así diciendo, tomó las pinturas de manos de su cuñada para admirarlas como se merecía.

      La señora Ferrars pareció extremadamente furiosa, y poniéndose más tiesa que nunca, devolvió la ofensa con esta acre filípica:

      —La señorita Morton es la hija de lord Morton.

      Fanny también parecía muy enfadada, y su esposo se veía aterrado ante la osadía de su hermana. Elinor se sentía mucho más mortificada por el ímpetu de Marianne que por lo que lo había originado; pero la mirada del coronel Brandon, fija en Marianne, mostraba claramente que él solo había visto cuanto había de amable en su reacción: el afectuoso corazón incapaz de soportar ni la más mínima desatención dirigida a su hermana.

      Los sentimientos de Marianne no se pararon allí. Le parecía que la fría insolencia del comportamiento general de la señora Ferrars hacia su hermana preconizaba para Elinor esa clase de obstáculos y aflicciones que su propio corazón herido le había enseñado a temer; y apremiada por el fuerte impulso de su propia sensibilidad y afecto, después de algunos instantes se acercó a la silla de su hermana y, echándole un brazo al cuello y acercando su mejilla a la de ella, le dijo en voz baja pero urgente:

      —Querida, querida Elinor, no les prestes atención. No dejes que a ti te roben la felicidad.

      No pudo decir más; cansada, ocultó el rostro en un hombro de Elinor y estalló en llanto. Todos se dieron cuenta, y casi todos se preocuparon. El coronel Brandon se puso en pie y se dirigió hacia ellas sin saber lo que hacía. La señora Jennings, con un muy juicioso “¡Ah, pobrecita!”, rápidamente le alargó sus sales; y sir John se sintió tan desesperadamente furioso contra el autor de esta aflicción nerviosa, que de inmediato se cambió de lugar a uno cerca de Lucy Steele y, en susurros, le pormenorizó todo el desagradable problema.

      En pocos minutos, sin embargo, Marianne se recuperó bastante para poner fin a todo el tumulto y volver a sentarse con los demás, aunque en su ánimo quedó grabada durante toda la tarde la impresión de lo acontecido.

      —¡Pobre Marianne! —le dijo su hermano al coronel Brandon en un susurro apenas pudo contar con su atención—. No tiene tan buena salud como su hermana; es muy nerviosa... no tiene la fortaleza de Elinor; y hay que admitir que para una joven que ha sido una belleza, debe ser muy lamentable perder su encanto personal. Quizás usted no lo sepa, pero Marianne era terriblemente hermosa hasta unos pocos meses atrás... tan hermosa como Elinor. Y ahora, puede usted ver que de eso ya no le queda ni rastro.

      Capítulo XXXV

      La curiosidad de Elinor por ver a la señora Ferrars estaba cumplida. Había encontrado en ella todo lo que hacía indeseable una mayor unión entre ambas familias. Había visto bastante su arrogancia, su miseria y su decidido prejuicio en contra de ella para comprender todos los obstáculos que habrían dificultado su compromiso con Edward y pospuesto el matrimonio, si él hubiera estado libre; y casi había visto bastante para agradecer, por su propio bien, que el enorme impedimento de su falta de libertad la salvara de sufrir bajo aquellos que podría haber creado la señora Ferrars; la salvara de tener que depender de su albedrío o de tener que conquistar su buena opinión. O al menos, si no era capaz de alegrarse por ver a Edward encadenado a Lucy, decidió que, si Lucy hubiera sido más agradable, tendría que haberse alegrado.

      Elinor pensaba con sorpresa cómo Lucy podía sentirse tan halagada por las muestras de cortesía de la señora Ferrars; cómo podían cegarla tanto sus intereses y vanidad como para hacerla creer que la atención que se le prestaba únicamente porque no era Elinor, era un cumplido dirigido a ella... o para permitirle sentirse animada por una preferencia que solo se le concedía por desconocimiento de su auténtica condición. Pero que así era no solo lo habían manifestado en ese instante los ojos de Lucy, sino que al día siguiente se hizo más claro todavía: obedeciendo a sus deseos, lady Middleton la dejó en Berkeley Street con la esperanza de ver a Elinor a solas, para confesarle lo feliz que era.

      La ocasión resultó ser favorable, porque después de su llegada un mensaje de la señora Palmer hizo salir a la señora Jennings.

      —Mi querida amiga —exclamó Lucy en cuanto estuvieron solas—, vengo a hablarle de cuán feliz soy. ¿Hay acaso algo más halagador que la forma en que ayer me trató la señora Ferrars? ¡Qué extremadamente cortés fue! Usted sabe cuánto temía yo la sola idea de verla; pero apenas le fui presentada, su trato fue tan agradable que casi parecía haberse prendado de mí. ¿Verdad que así fue? Usted lo vio todo; ¿y no la dejó totalmente sorprendida?

      —En verdad fue muy amable con usted.

      —¡Amable! ¡Cómo puede haber visto solo amabilidad a secas! Yo vi mucho más... ¡una amabilidad dirigida a nadie más que a mí! Ningún orgullo, ninguna altanería, y lo mismo su cuñada: ¡toda dulzura y afabilidad!

      Elinor habría querido hablar de otra cosa, pero Lucy la seguía presionando para que reconociera que tenía motivos para sentirse tan feliz, y Elinor se vio obligada a seguir.

      —Sin duda, si hubieran sabido de su compromiso —le dijo—, nada podría ser más halagador que la forma en que la trataron; pero no siendo ese el caso...

      —Me imaginé que diría eso —replicó Lucy con rapidez—; pero por qué razón la señora Ferrars iba a aparentar que yo le gustaba, si no era así... y agradarle es todo para mí. No podrá privarme de mi satisfacción. Estoy segura de que todo finalizará bien y que desaparecerán todas las trabas que yo preveía. La señora Ferrars es una mujer cautivadora, al igual que su cuñada. ¡Las dos son adorables! ¡Me sorprende no haberle escuchado nunca decir cuán adorable es la señora Dashwood!

      Para esto Elinor no tenía alguna contestación que ofrecer, y no buscó ninguna.

      —¿Está enferma, señorita Dashwood? Parece deprimida, no habla... con toda seguridad no se siente, bien.

      —Nunca mi salud fue mejor.

      —Me alegra con sinceridad, pero ciertamente no lo parecía. Lamentaría mucho que usted se enfermara... ¡usted que ha sido el mayor lenitivo del mundo para mí! Solo Dios sabe qué habría sido de mí sin su apoyo.

      Elinor intentó una respuesta amable, aunque dudando mucho de su capacidad de conseguirlo. Pero pareció satisfacer a Lucy, quien respondió rápido:

      —Ciertamente estoy plenamente convencida de su afecto por mí, y junto al amor de Edward, es mi mayor consuelo. ¡Pobre Edward! Pero ahora hay algo bueno: podremos vernos, y con frecuencia, porque como lady Middleton quedó encantada con la señora Dashwood, me parece que iremos a menudo a Harley Street, y Edward pasa la mitad del tiempo con su hermana. Además, lady Middleton y la señora Ferrars se van a visitar ahora; y la señora Ferrars y su cuñada fueron tan agradables en decir más de una vez que siempre estarían complacidas de verme. ¡Son tan encantadoras! Estoy segura de que si alguna vez le cuenta a su cuñada lo que pienso de ella, no podrá alabarla lo suficiente.

      Pero Elinor no quiso darle ninguna esperanza en cuanto a que le diría algo a su cuñada. Lucy continuó:

      —Estoy segura de que me habría dado cuenta enseguida si no le hubiera gustado a la señora Ferrars. Si solo me hubiera hecho una inclinación de cabeza muy formal, sin decir una palabra, y después hubiera actuado como si yo no existiera,

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