Скачать книгу

en que creía se lo merecían, y prometió llevar a cabo el encargo con gran placer, si en verdad era su deseo dar a otra persona una tarea tan agradable.

      Pero, al mismo tiempo, no pudo evitar pensar que nadie la cumpliría mejor que él. Era, en pocas palabras, una misión de la cual le habría gustado verse libre, por no infligir a Edward el dolor de recibir un favor de ella; pero el coronel Brandon, a quien guiaba idéntica delicadeza para preferir no hacerlo él mismo, parecía tan empeñado en que ella se hiciera cargo, que de ninguna manera pudo Elinor negarse. Pensaba que Edward aún se encontraba en la ciudad, y por fortuna le había escuchado su dirección a la señorita Steele. Podía, entonces, cumplir con dárselo a conocer ese mismo día. Tras haberse acordado esto, el coronel Brandon comenzó a hablar de las ventajas que para él representaba haber conseguido un vecino tan respetable y agradable; y fue entonces que lamentó que la casa fuera pequeña y de regular calidad, un problema al cual Elinor, tal como la señora Jennings supuso que había hecho, no dio mayor importancia, al menos en lo concerniente al tamaño de la vivienda.

      —A mi ver —le dijo—, no significará ninguna traba para ellos el que la casa sea pequeña, porque será proporcional a su familia y a sus ingresos.

      El coronel se sorprendió al descubrir que ella pensaba en el matrimonio de Edward como la consecuencia directa de la propuesta, pues no imaginaba posible que el beneficio de Delaford pudiera aportar el tipo de ingreso con el que alguien acostumbrado al estilo de vida del joven se atrevería a establecerse, y así lo manifestó.

      —Esta pequeña rectoría no da más que para mantener al señor Ferrars como soltero; no le permite casarse. Lamento decir que mi ayuda termina aquí, y tampoco mi participación va más lejos. Sin embargo, si por alguna imprevista casualidad estuviera en mi poder prestarle una nueva ayuda, tendría que haber cambiado mucho mi opinión sobre él si en ese instante no estuviera tan dispuesto a serle útil como sinceramente quisiera poder serlo ahora. Lo que hoy hago parece poco, dado que le permite avanzar tan escasamente hacia el que debe ser su principal, su único motivo de felicidad. Su matrimonio todavía debe seguir siendo un bien lejano; al menos, creo que no pueda realizarse muy pronto.

      Tal fue la frase que, al equivocar su sentido, ofendió de manera tan justa los delicados sentimientos de la señora Jennings; pero tras este relato de lo que en verdad ocurrió entre el coronel Brandon y Elinor mientras estaban junto a la ventana, la gratitud expresada por esta al separarse quizás aparezca, en general, no menos razonablemente encendida ni menos adecuadamente enunciada que si su causa hubiera sido una oferta de matrimonio.

      Capítulo XL

      —Bien, señorita Dashwood —dijo la señora Jennings con una sonrisa perspicaz apenas se hubo ido el caballero—, no le preguntaré lo que le ha estado diciendo el coronel, pues aunque, por mi honor, intenté no escuchar, no pude evitar oír bastante para entender lo que él pretendía. Le aseguro que nunca en mi vida he estado más feliz, y le deseo de todo corazón que ello la llene de júbilo.

      —Gracias, señora —dijo Elinor—. Es motivo de gran alegría para mí, y siento que hay una gran sensibilidad en la generosidad del coronel Brandon. No muchos hombres actuarían como él lo ha hecho. ¡Pocos tienen un corazón tan dadivoso! En toda mi vida había estado tan asombrada.

      —¡Buen Dios, querida, qué modesta es usted! A mí no me extraña nada, porque en los últimos días he pensado muchas veces que era muy probable que ocurriera.

      —Usted juzgaba a partir de la benevolencia general del coronel; pero al menos no podía prever que la oportunidad se presentaría tan pronto.

      —¡La oportunidad! —repitió la señora Jennings—. ¡Ah! En cuanto a eso, una vez que un hombre se ha decidido en estas cosas, se las arreglará de una u otra forma para encontrar una oportunidad. Bien, querida, la felicito de nuevo; y si alguna vez ha habido una pareja feliz en el mundo, creo que pronto sabré dónde buscarla.

      —Piensa ir a Delaford tras ellos, supongo —dijo Elinor con una débil sonrisa.

      —Claro, querida, por supuesto que lo haré. Y en cuanto a que la casa no sea buena, no sé a qué se referiría el coronel, porque es de las mejores que he visto.

      —Decía que necesitaba algunos arreglos.

      —Bien, ¿y de quién es la culpa? ¿Por qué no la arregla? ¿Quién sino él tendría que hacerlo?

      Las interrumpió la entrada del criado, con el anuncio de que el carruaje ya estaba en la puerta; y la señora Jennings, preparándose de inmediato para salir, manifestó:

      —Bien, querida, tengo que irme antes de haber dicho ni la mitad de lo que quería. Pero podremos conversarlo minuciosamente a la noche, porque estaremos solas. No le pido que venga conmigo, porque me imagino que tiene la mente demasiado llena para querer compañía; y, además, debe estar ansiosa de ir a contarle todo a su hermana.

      Marianne había abandonado la habitación antes de que empezaran a conversar.

      —Desde luego, señora, se lo contaré a Marianne; pero por el momento no se lo mencionaré a nadie más.

      —¡Ah, está bien! —dijo la señora Jennings algo desencantada—. Entonces no querrá que se lo cuente a Lucy, porque pienso llegar hasta Holborn hoy.

      —No, señora, ni siquiera a Lucy, si me hace el favor. Una tardanza de un día no significará mucho; y hasta que no le escriba al señor Ferrars, pienso que no hay que contarlo a nadie más. Lo haré pronto. Es importante no perder tiempo en lo que a él concierne, porque, por supuesto, tendrá mucho que hacer con su ordenación.

      Este discurso al comienzo dejó totalmente perpleja a la señora Jennings. Al principio no entendió por qué había que escribirle a Edward sobre el asunto con tanto apuro. Unos momentos de reflexión, sin embargo, tuvieron como resultado una muy feliz idea, que le hizo exclamar:

      —¡Ahá! Ya la entiendo. El señor Ferrars va a ser el hombre. Bien, mejor para él. Claro, por supuesto que tiene que darse prisa en tomar las órdenes; y me alegra mucho que las cosas estén tan adelantadas entre ustedes. Pero, querida, ¿no es algo inusitado? ¿No debiera ser el coronel quien le escriba? Seguro que él es la persona adecuada.

      Elinor no entendió el significado de las primeras palabras de la señora Jennings, y tampoco le pareció que valía la pena aclararlo; y así, contestó solo a la parte final.

      —El coronel Brandon es un hombre tan cortés, que preferiría que fuera cualquier otra persona la que le comunique sus intenciones al señor Ferrars.

      —Y entonces usted tiene que hacerlo. Bueno, ¡esa sí que es una curiosa amabilidad! Pero —añadió al ver que se preparaba a escribir— no la molestaré más. Usted conoce mejor sus propios asuntos. Así que adiós, querida. Es la mejor noticia que he tenido desde que Charlotte dio a luz.

      Y marchó, solo para volver de nuevo rápidamente.

      —Acabo de acordarme de la hermana de Betty, querida. Estaría feliz de conseguirle un ama tan buena. Pero en verdad no sé si servirá para doncella de una dama. Es una excelente sirvienta, y maneja muy bien la aguja. Pero usted decidirá todo eso cuando lo necesite.

      —Por supuesto, señora —replicó Elinor, sin escuchar mucho lo que le decían, y más deseosa de estar sola que de su cháchara.

      Cómo comenzar, cómo explicarse en su nota a Edward, era todo lo que le preocupaba ahora. Las singulares circunstancias existentes entre ellos hacían difícil eso que a cualquier otra persona le habría resultado lo más fácil del mundo; pero ella temía por igual decir demasiado o demasiado poco, y se quedó pensando frente al papel, con la pluma en la mano, hasta que la interrumpió la entrada del propio Edward.

      Había ido a dejar su tarjeta de despedida y se había encontrado en la puerta con la señora Jennings, cuando esta se dirigía al carruaje; y ella, tras excusarse por no regresar con él, lo había obligado a entrar diciéndole que la señorita Dashwood estaba arriba y quería hablar con él sobre un asunto muy especial.

      Hacía poco Elinor había estado felicitándose

Скачать книгу