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Que diga lo que desea comer, y se acueste. ¡Dios!

      No es de extrañar que haya tenido tan mala cara y tan deprimida la semana pasada y la anterior, porque imagino que esta cosa ha estado encima de ella todo ese tiempo. ¡Y la carta que le llegó hoy fue la última gota! ¡Pobre criatura! Si lo hubiera sabido, por supuesto que no le habría hecho bromas sobre ello ni por todo el oro del mundo. Pero entonces, usted sabe, ¿cómo podría haberlo adivinado? Estaba segura de que no era sino una carta de amor común y corriente, y usted sabe que a los jóvenes les gusta que uno se ría un poco de ellos con esas cosas. ¡Dios! ¡Cómo estarán de preocupados sir John y mis hijas cuando lo sepan! Si hubiera estado en mis cabales, podría haber pasado por Conduit Street en mi camino a casa y lo hubiera contado. Pero los veré mañana.

      —Estoy segura de que no será necesario advertir a la señora Palmer y a sir John para que no nombren al señor Willoughby ni hagan la menor referencia a lo que ha acontecido frente a mi hermana. Su propia bondad natural les indicará cuán cruel es mostrar en su presencia que se sabe algo de ello; y mientras menos se me hable a mí sobre el tema, más padecimientos me ahorrarán, como bien podrá saberlo usted, mi querida señora.

      —¡Ay, Dios! Sí, desde luego. Debe ser terrible para usted escuchar los dimes y diretes; y respecto de su hermana, le aseguro que por nada del mundo le mencionaré ni una palabra sobre el asunto. Ya vio usted que no lo hice durante la cena. Y tampoco lo harán ni sir John ni mis hijas, porque son muy conscientes y considerados, en especial si se lo advierto, como por cierto lo haré. Por mi parte, pienso que mientras menos se diga acerca de estas cosas mejor es y más rápido desaparecen y se olvidan. Y cuándo se ha sacado algo de bueno con hablar, ¿no?

      —En el caso actual, solo puede producir daño... más quizá que en muchos otros similares, porque este ha ido acompañado de algunas circunstancias que, por el bien de todos los interesados, tienen el inconveniente que se transforme en materia de comentario público. Tengo que reconocerle esto al señor Willoughby: no ha roto ningún compromiso efectivo con mi hermana.

      —¡Por Dios, querida! No intente justificarlo. ¡Qué me habla de ningún compromiso efectivo después de hacerla recorrer toda la casa de Allenham y mostrarle las habitaciones mismas en que iban a vivir de ahí en adelante!

      Pensando en su hermana, Elinor no deseó continuar con el tema, y también por Willoughby esperaba que no le pidieran hacerlo, pues aunque Marianne podía perder mucho, era poco lo que él podía ganar si se hacía valer la verdad. Tras un corto silencio por ambas partes, la señora Jennings, con todo su engorroso buen humor, se embarcó de nuevo en el tema.

      —Bueno, querida, como dicen, nadie sabe para quién trabaja, porque el que saldrá ganando con todo esto es el coronel Brandon. Al final la tendrá; sí, claro, la tendrá. Escuche lo que le digo, si no van a estar casados ya para el verano. ¡Dios! ¡Cómo no va a estar contento el coronel con estas noticias! Espero que venga esta noche. Apostaría todo a uno a que será una unión mucho más ventajosa para su hermana. Dos mil al año sin deudas ni cargas... excepto, claro está, la jovencita, su hija natural; claro, se me olvidaba ella, pero sin mayores gastos la pueden poner de aprendiza en alguna parte, y entonces ya no tendrá ningún problema. Delaford es un sitio muy agradable, se lo garantizo; exactamente lo que llamo un agradable sitio tradicional, lleno de comodidades y conveniencias; rodeado de un enorme huerto con los mejores frutales de toda la región, ¡y qué morera en una esquina! ¡Dios! ¡Cómo nos hartamos con Charlotte la única vez que estuvimos! Además hay un palomar, unos excelentes estanques con peces para la mesa y una preciosa canaleta; en resumen, todo lo que uno podría desear; y, más todavía, está próximo a la iglesia y a solo un cuarto de milla de un camino de portazgo, así que nunca es aburrido, pues basta ir a sentarse en una vieja glorieta bajo un tejo detrás de la casa y se puede ver pasar los carruajes. ¡Ah, es un hermoso lugar! Un carnicero cerca en el pueblo y la casa del párroco a tiro de honda. Para mi gusto, mil veces más hermoso que Barton Park, donde tienen que recorrer tres millas para ir por la carne y no hay ningún vecino más cerca que la madre de ustedes. Bueno, le daré ánimos al coronel apenas pueda. Ya sabe usted, un clavo saca otro clavo. ¡Si pudiéramos desterrarle a Willoughby de su corazón!

      —Ay, si pudiéramos hacer al menos eso, señora —dijo Elinor—, nos arreglaríamos de lo más bien con o sin el coronel Brandon.

      Levantándose, entonces, fue a reunirse con Marianne, a quien encontró, tal como se lo había esperado, en su habitación, inclinada en silenciosa depresión sobre los restos de lumbre en la chimenea, que hasta la entrada de Elinor habían sido su única luz.

      —Mejor me dejas sola —fue toda la señal de vida que dio a su hermana.

      —Lo haré —dijo Elinor—, si te acuestas.

      A esto, sin embargo, con la momentánea porfía de un ardoroso sufrimiento, se negó en un principio. Pero los insistentes, aunque gentiles, argumentos de su hermana pronto la condujeron dulcemente a la docilidad; y antes de dejarla, Elinor la vio recostar su adolorida cabeza sobre la almohada y, tal como esperaba, en camino a una cierta tranquilidad.

      En la sala, adonde entonces se encaminó, pronto se le reunió la señora Jennings con un vaso de vino, lleno de algo, en la mano.

      —Querida —le dijo al entrar—, acabo de recordar que aquí en la casa tengo un poco del mejor vino añejo de Constantia que haya probado, así que le traje un vaso para su hermana. ¡Mi pobre esposo! ¡Cómo le gustaba! Cada vez que le daba uno de sus ataques de gota hepática, decía que no habrá en el mundo remedio mejor. Por favor, lléveselo a su hermana.

      —Mi querida señora —replicó Elinor, sonriendo ante la diferencia de los males para los que lo recomendaba—, ¡qué buena es usted! Pero acabo de dejar a Marianne acostada y, espero, casi dormida; y como creo que nada le servirá más que el descanso, si me lo permite, yo me beberé el vino.

      La señora Jennings, aunque lamentando no haber llegado cinco minutos antes, quedó satisfecha con el apaño; y Elinor, mientras se lo bebía, pensaba que aunque su efecto en la gota hepática no tenía ninguna importancia entonces, sus poderes curativos sobre un corazón roto bien podían ensayarse en ella tanto como en su hermana.

      El coronel Brandon llegó cuando se encontraban tomando el té, y por su forma de inspeccionar su entorno para ver si estaba Marianne, Elinor pensó enseguida que ni esperaba ni deseaba verla ahí y, en definitiva, que ya sabía la causa de su ausencia. A la señora Jennings no se le ocurrió lo mismo, pues poco después de la llegada del coronel cruzó la habitación hasta la mesa de té que presidía Elinor y le dijo muy bajo:

      —Mire usted, el coronel está tan serio como siempre. No sabe nada de lo ocurrido; vamos, explíqueselo, querida.

      Al poco él acercó una silla a la mesa de Elinor, y con un aire que la hizo sentirse segura de que estaba totalmente al tanto, la interrogó sobre su hermana.

      —Marianne no se encuentra bien —dijo ella—. Ha estado indispuesta durante todo el día y la hemos convencido de que se vaya a la cama.

      —Entonces, quizá —respondió vacilante—, lo que escuché esta mañana puede ser verdad... puede ser más cierto de lo que creí posible en un principio.

      —¿Qué fue lo que escuchó?

      —Que un caballero, respecto del cual tenía motivos para dudar... en suma, que un hombre a quien se sabía comprometido... pero, ¿cómo se lo puedo decir? Si ya lo sabe, como es lo más seguro, puede ahorrarme el tener que repetirlo.

      —Usted se refiere —respondió Elinor con forzada calma— al matrimonio del señor Willoughby con la señorita Grey. Sí, sí sabemos todo sobre ello. Este parece haber sido un día de generales revelaciones, porque hoy mismo en la mañana recién lo descubrimos. ¡El señor Willoughby es inimaginable! ¿Dónde lo escuchó usted?

      —En una tienda de artículos de escritorio en Pall Mall, adonde tuve que ir por la mañana. Dos señoras estaban aguardando su coche y una le estaba refiriendo a la otra esta futura boda, en una voz tan poco reservada que me fue imposible no escuchar todo. El nombre de Willoughby, John Willoughby, repetido una y otra vez, atrajo primero mi

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