Скачать книгу

Por aquí, por San Cristóbal, echemos, que es el mejor camino.

      Esc. Sea por do quisiéredes; mas, decid, ¿quién son los que están á la puerta?

      Velm. Vuelve, vuelve, no huygas, Escalion, que no es sino Risdeño el enano, que toma aire á la puerta.

      Esc. ¡Oh pesar del terrible Nembroth, que así has de afrentar la persona, como si fuese quien quiera, diciendo que huyese! Va la persona á ponerse á la calleja por asegurar sus espaldas pensando que tiene los enemigos á ojo, y ultrájasme dese modo.

      Velm. Perdóname, que pensé que por otra causa lo hicieses.

      Esc. Bueno está el pensé, por vida de mi agüela la tuerta; pues dime agora, ¿por un pensamiento que tenga has de lastimar la honra de un hombre como yo? reniego de los huesos de Brumandilon, mi padre, si una cuchillada en la cara no sufriera mejor que tal ultraje; cómo, ¿y hombre soy yo que tengo de huir?

      Velm. Acaba ya, que pues te pido perdon y conozco mi yerro, no soy á más obligado; mira que ya vienen aquí los criados de Selvago, Rubino y Sagredo, que nos deben haber conoscido; no se les diga lo pasado, que sé que me culparán, porque te conocen bien.

      Esc. Destos he yo menester, que de presto los torno bobos haciendo del cobarde esforzado.

      Rubino. ¡Oh, señores, qué buena venida es ésta á tal hora!

      Esc. El señor Velmonte nos ha menester á todos esta noche, y á Carduel con su guitarra, que todavía nos darémos una buena holgadura.

      Sagredo. Alto, voto á Mares, que yo llevaré tambien mi ruiseñor, que no sonará mal con la guitarra.

      Esc. Pues haced llamar al paje.

      Sagr. Veisle aquí do viene con Risdeño, que él nos entró á decir cómo veníades.

      Risd. ¡Oh mi amigo Escalion! no quiero perder un abrazo.

      Esc. Eso como mandéredes, que yo soy el que gano.

      Risd. Ántes estais en eso engañado, que porque abaxándoos me hiciésedes acatamiento os abracé.

      Esc. Aunque eso sea, soy á más obligado; mas decidme, señor Risdeño, ¿quereis ir á dar una vuelta por la ciudad en la compañía?

      Risd. ¿Y si llama Selvago entre tanto?

      Carduel. De eso bien seguro que ántes del alba será la vuelta.

      Risd. Sea pues, que, en fin, por llevar con vosotros á quien os defienda de quien os enojáre, me habeis sacado de mis casillas.

      Velm. Pues, señor Carduel, ¿está buena la guitarra?

      Card. De verdad que hoy la encordé, porque tenía pensado de ir á dar una gateada al alba en cierto cabo; empero, pues viene á cuenta, no sabrá mal en el primer sueño.

      Risd. ¿Cómo, Carduel? ¿eres por ventura enamorado?

      Card. Sí, por cierto, que no lo negaré, y áun en cabo que me siento por muy dichoso.

      Risd. Ya, triste de vos, padre, ¿no considerais el caso? á quien no pusimos vida va con chapines á misa. Pues dime, ¿qué ves en el mundo, que te cuentas por enamorado?

      Card. ¿Qué tengo de ver? ¿Soy algun enano como vos para no sello?

      Risd. Ya duelos le dé Dios al camaron de alberca; decí, ¿no os parece que cual soy tengo mejor disposicion para serlo que vos, que áun no sois, como dicen, fuera del cascaron?

      Card. Si por cierto, y áun para chirriar de una jaula como tordo.

      Risd. ¿Pasais por esto? ¿No veis qué dice? al fin fin que tantas á Pedro como á tu amo, cada ruin zapato há lazo; pues no medre yo si á mi señor no lo dixere cómo ya andais emputecidillo.

      Card. Señor Escalion, ruégale por tu salud que no se lo diga, que dirá al mayordomo que me azote.

      Esc. Señor Risdeño, por mi vida, que no lo has de decir.

      Risd. No me lo ruegues, señor, que aquel rapacillo no se ha de igualar con un hombre barbado como yo.

      Velm. Por mi fe, que lo has de callar, porque te lo ruego yo.

      Risd. Ora si él me pide perdon de rodillas y me besa la mano, soy contento; si no, bien será escusado.

      Esc. Hazlo, señor Carduel, que por vida de mi amiga, otro tanto me pasó á mí este dia con él por mandado de mi señor Flerinardo.

      Card. Alto, que sí haré.

      Risd. Pues con mucha contriccion.

      Card. Señor Risdeño, yo os pido que me perdoneis si de mis palabras recebis enojo.

      Risd. Alto, que yo os perdono; levantaos, hijo.

      Esc. Hi, hi, hi, pese á la puta que me parió, señor Risdeño, qué gracioso eres; sús, alto, vamos de aquí, que las doce han dado.

      Velm. Ea tú, señor Carduel, toca la guitarra, veamos en qué mundo vivimos.

      Esc. Por el dorado vellocino de la Reina de Nápoles que va divino, y áun el ruiseñor no suena mal. Por vida de tus amores, señor Carduel, que digas una coplita de las que sueles.

      Card. De tal manera me conjurastes, que me conviene hacello.

      Esc. Sea, pues aquí no será en vano, que una mochacha me suele mirar quando de dia paso por aquí, y no de mal ojo.

      Card. Callad pues:

      Ojos garzos há la niña,

      ¿Quién se los enamoraria?

      Es tan linda y tan hermosa

      La niña con su mirar,

      Que causa pena rabiosa;

      Sólo por la contemplar,

      A todos quiere matar

      Con sus ojos de alegría

      ¿Quién se los enamoraria?

      Esc. Por la temerosa figura de la serpiente Hidra, con mayor gracia y más al propósito no vi cosa decir en toda mi vida; dome á Dios, Carduel, si mujer me hallára, si por tí yo no perdiera oyendo las gargantas que tu tan deleitosa voz levanta, matizadas con la bien ordenada música cordial que tus dedos componen.

      Risd. Agora digo que con razon eres enamorado, Carduel.

      Card. ¿Qué os parece, señor Risdeño? pues sabed que ello y yo estamos prestos á lo que os cumpliere.

      Velm. Aquí es el lugar; bien podeis, señor Carduel, cantar alguna cosita buena.

      Card. Luégo se hará, habiendo conocido bien la estancia; ¡ay si nos oyen, con paciencia, no nos envien por colacion algunas lágrimas de Moysen ú sopas de arroyo!

      Velm. Señor Escalion, allegaos un poco más comigo, por merced.

      Esc. El señor Rubino irá, que quiero gozar de la música.

      Velm. No hace al caso, quédense los dos, que si algo fuere menester, cerca es; un silbo lo puede hacer todo.

      Esc. Sea como mandáredes.

      Velm. De verdad, que bien digo yo que de cobarde tiene Escalion más que de esforzado, que ansí con la música se escusó de llegarse aquí comigo. Mas, ¿qué digo yo? ¿es mi señora Alpina la de la fenestra? Ella es, cierto; ¡oh mi muy amada señora! mirad lo que ordenais deste vuestro criado que por vuestro mandamiento aquí es venido.

      Alpina. ¡Oh mi señor Velmonte! rato há que os estoy esperando; decidme, señor, ¿traésme los botines que me mandastes?

      Velm.

Скачать книгу