Скачать книгу

una vuelta, porque hay ventanas, y de presto os entraréis, que yo tendré la puerta como conviene, que ya todos los de casa duermen.

      Velm. Como mandais, señora, se hará. ¡Oh Velmonte, cómo este dia con piedra blanca le has de señalar, pues tan presto gozarás de tan buena y desenvuelta mochacha! La puerta me parece que abre, á la Magdalena me encomiendo.

      Alp. Paso, señor, mirad no hagais estruendo, que duermen aquí cerca los mozos, no nos sientan.

      Velm. Mi vida, así será como decis.

      Alp. Por mi vida, que vuestras obras no concuerdan con vuestras palabras; mas decidme, ¿aquellos que allá fuera tañen vienen con vos?

      Velm. Mi señora, sí, que amigos son todos, y áun os digo que está allí un rapaz que canta maravillosamente.

      Alp. Oid, oid, que por mi salud ya cantan.

      Card.

      ¡Oh qué gozo tan gozoso,

      Cómo goza mi sentido

      Gozando de ser querido!

      Velm. ¡Dome á Dios, y cuán á proposito ha cantado!

      Alp. ¡Oh qué gracioso rapaz! por cierto que parece que los ángeles cantan con él.

      Velm. Oiga, ¿qué dice la vuelta?

      Card.

      Ya mi gozo se ha gozado

      Con el gozo que buscaba;

      Gozoso y regocijado,

      Del sumo gozo gozaba;

      Este gozo me causaba

      Que se goce mi partido

      Gozando de ser querido.

      Quien goza de gozo tal,

      Con gozo debe mostrarse,

      Que gozar de gozo igual,

      Sin gozo puede gozarse,

      Y pues gozo puede darse

      A mi gozoso partido,

      Gózese siendo querido.

      Risd. Por mi vida, Carduel, que juegas lindamente de vocablo; mas por me hacer merced que digas una copla á una moza que está en aquella ventana.

      Card. Por serviros, señor Risdeño, más que eso me profiero hacer.

      Risd. La voluntad os tengo, señor, por servir; mas haced lo que agora os ruego.

      Card.

      ¡Oh ventana muy dichosa,

      Cómo fué tal tu ventura,

      Que gozes, sin sentir cosa,

      D’una dama tan graciosa

      Y de tanta hermosura!

      ¡Oh si yo tú me volviera,

      Y me quedára sentido,

      Cómo muy dichoso fuera,

      Porque así gozar pudiera

      De los gozos de Cupido!

      Esc. ¡Oh Carduel, qué bien lo haces! juro al bendito rosario de Santa Marta, que de presente y tan al propósito no vi en mi vida mejor cosa; ¿qué dices en esto, señor Risdeño?

      Risd. Digo que tenés razon; mas oidme un poco, veréisme requebrar con la dama, que no será de poco pasatiempo.

      Esc. Vé presto, por tu fe, Risdeño, que de cosa no holgaré más que de oirte; mas mira que rajes largo.

      Risd. A mi cargo. Despues que mis ojos con temeraria osadía (norte de mi procelosa vida) miraron tu divina y angélica figura, de tal manera quedaron captivos, que más un punto de libertad no han tenido; ¡oh, pues, mi verdadera señora! pídote humildosamente que me digas, pues jamas pensé sino en te servir, por qué así con tanta crueza me quieres de contino tratar. ¿No sabes que en me dar la muerte pierdes un siervo muy leal á tu servicio, y que más que quantos viven firmemente te ama? mas, pues de tu acostumbrada crueza quieres usar, yo te ruego que del todo me des la muerte, porque con ella reciba el descanso que viviendo tan perdido tengo; de lo qual, si bien miras en ello, no te viene otro provecho sino adquirir en tu soberano valor un pernicioso renombre de violenta matadora del que con mayor lealtad jamas sirvió á Cupido.

      Moza. ¿Quién es vuestra merced, señor, que en verdad á nadie veo, que no sé si habla alguna piedra?

      Risd. Deso reniego yo, mi señora, que mi flaco merecimiento delante de vuestro soberano merecimiento sea nada y en tal por vos siempre tenido.

      Moz. Por mi fe, señor, que estaba yo bien ajena que así por mi causa alguno tan perdido estuviese; mas mirad, señor, que por ventura estais engañado, y no soy quien vos pensais.

      Risd. ¡Ay mi señora! por mi vida, no me deis tales disfavores, que no tendré poder para los sufrir, que habiéndoos tanto tiempo servido, á manera de desden me digais que no sois vos la que sin vida viviendo me hace andar; que si mi intencion ántes de agora no os he descubierto, no ha sido sino por temor de os enojar; verdaderamente os digo, mi señora, que si las penas que por vos he padecido y de cada dia padezco del todo os fuesen demostradas, no dudo sino que concederíades en mi ruego, movida solamente de piedad de mis ansiosas querellas y penosos trabajos.

      Moz. Pues que así es, señor, que tantas penas por mis amores habeis pasado, haced dos cosas que os diré, y con ellas podréis salir de pena.

      Risd. ¡Oh mi señora, y cómo me puedo llamar dichoso, pues algo me quereis mandar! por tanto decid, señora, que mil haré, quanto más dos.

      Moz. Lo uno es que me digais quién sois, y lo otro que os caseis comigo, que de otra manera será escusado; que de verdad os digo que estotro dia me traian al sacristan de mi lugar, y áun por bien poco se dexó de efectuar, que no fué sino que él ni sus padres ni los mios quisieron; por tanto, ó me responded concediendo, ó partíos de mi puerta, que no parece bien las mozas como yo estar á tal hora hablando con quien no conocen.

      Esc. ¡Oh pese á rus con la zuratica! ¿no la ois? de casamiento habla y que no se dará ménos.

      Card. Bien vendrá, mas oid qué responde Risdeño.

      Risd. El mayor beneficio que mi ventura me pudie hacer es el presente; por tanto, señora, en lo que decis del casamiento, yo me siento por muy dichoso; en lo decir quién soy, para allá dentro lo guardo; por tanto mirad cómo quereis que se haga.

      Moz. Señor, primero me lo habeis de decir y jurar que me tomaréis por esposa, que no querria que me engañásedes.

      Risd. ¡Oh perla, cómo eres graciosa! Y no quiera Dios que á quien yo tanto quiero engañe; por tanto méteme allá, que á voces no lo he de decir.

      Moz. Señor, haré lo que decis; pero la entrada no hay otra si no os atais en una soga que yo os echaré, y con mi ayuda y vuestra ligereza subais; mas hagoos cierto que no estais acá muy seguro, porque si los dos hijos de mi señor nos oyen, no os podréis librar bien si no sentis en vos fuerza para contra ellos.

      Risd. Deso, señora, no tengais pena, que aunque los contrarios fuesen siete armados de corazas y capellinas, para el mundo que me tiene, mozo tenés delante, que á todos hiciese cara y los quitase los despojos; por tanto no dubdeis de echar la soga.

      Moz. Señor, pues una cosa os encomiendo, que de dos mancebos que son los hijos de mi amo, al menor en ninguna manera hagais mal, porque me dió una sortija de plata y le quiero yo mucho.

      Risd. Pues, entrañas mias, pídoos de merced que primero vais á fregar, porque si de fuerza lo habeis de hacer, hecho estará ántes de mi subida, y más porque no lo sientan los que allí hácia nosotros vienen, que me parece mucha gente.

      Esc. Gente y mucha, pese

Скачать книгу