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como comenzases despues de amanecer á dormir, poco más habrias dormido; mas porque me creas, mira por esta fenestra y verás á Febo, como, por estar en medio de nuestro horizonte, las terrestres sombras ha del todo disminuido.

      Fler. Cierto ansí es como dices, en lo qual veo cómo se muestra en mí el nuevo hábito que he profesado; que no solamente mis potencias interiores, mas áun las costumbres exteriores en otras muy diversas y diferentes ha trasformado; dame, dame presto de vestir, que no conforma el descuido presente con el concepto que en mi ánimo se muestra.

      Velm. ¿Qué vestidos quieres, señor?

      Fler. El jubon y calzas leonadas me conviene por la congoxa que me atormenta. El sayo será el morado recamado de oro, pues mi ventura lo ha querido. Asimesmo la gorra de la medalla de Cupido me darás, pues ya por mi divisa le tengo.

      Velm. ¡Oh, señor, y cómo perfectamente eres alindado y gentil-hombre! De verdad que con más razon viéndote en un espejo de tí te debrias enamorar, que aquel niño fermoso Narciso en la fuente, como los poetas cuentan, que por no poder gozar de lo que amaba, fué en flor de su nombre convertido.

      Fler. ¡Ay de mí, que con todo eso delante de mi querida señora me siento por más disforme que Tersítes, por causa de ser ella la summa de hermosura y perfeccion seráfica que hasta hoy ha sido en el mundo descubierta!

      Velm. Dime, señor, ¿sufres afan en ser enamorado?

      Fler. Por mi fe, que estás donoso en el preguntar. Dime, ¿de tan torpe naturaleza estás formado que en mi apariencia no lo vees?

      Velm. No tomes pasion que no lo digo por tanto; mas dime, ¿tomarias de tu voluntad tu libertad primera si te fuese dada?

      Fler. No por cierto, aunque con ella me rogasen, porque el amor es de tal condicion que la pena que á sus súbditos da tiene dentro de sí una delectable gloria y muy apacible descanso.

      Velm. Pues ¿qué será la causa que siempre os mostrais ser congoxosos?

      Fler. Esto causa que todos los que aman son avaros, y porque los ignorantes en el amor no le deseen, muestran tal apariencia, tiniendo otra cosa en lo secreto encerrada.

      Velm. De esa manera aunque os veamos quexar no os darémos crédito, pues, como habemos dicho, es todo falso.

      Fler. A pocas me habrias cogido á pelo, mas porque siento en tí que no eres digno para que tales misterios manifestados te sean del todo, te lo quiero encubrir, sino vé que me aparejen de comer, que pues veo ser hora y yo tengo gana, no me será dañoso.

      Velm. Señor, hecho está, quando fuéredes servido te puedes sentar.

      Fler. Sea luégo, mas tú tendrás entre tanto cuidado de me hacer aparejar el caballo blanco con el jaez de carmesí, que tengo de salir luégo fuera.

      Velm. Como lo mandas, señor, se hará. ¿Habeis visto cómo le así de las piguelas quando me negaba que el amor no tiene especie de pena? y á la verdad, si bien lo miramos, no dexaban de tener razon sus palabras, porque el amor la pena que á sus verdaderos servidores pone, siendo en sí rigurosa, dellos por gloria apacible es recebida; donde se sigue que fuerza el cuerpo á que muestre en exteriores señales su sér, que es penoso, puesto caso que el sentido goce de la encubierta y engastada gloria. Por esta causa los de semejante tiro tocados, mostrando mucha tristeza, están llenos de apacible descanso; mas ¿qué digo yo? ¿este que aquí viene no es Selvago? él es cierto; bien será irlo á denunciar á mi señor, que no creo le pesará de su venida, y con razon pues siempre el médico fué apacible al enfermo. ¡Señor, señor!

      Fler. ¿Qué dices, Velmonte?

      Velm. En el zaguan se apea el señor Selvago.

      Fler. Tan saludable sea para mí su venida como la de Cincinato al afligido pueblo.

      Velm. Vesle, ya entra.

      Fler. ¡Oh señor Selvago, escusado habés mi ida á vuestra posada!

      Selv. Por tanto vengo yo por quitaros de trabajo; mas ¿qué ha sido la causa que no habeis hoy parecido por la iglesia?

      Fler. No otro sino que habiendo toda la noche gastado en diversos pensamientos, ya cerca de la aurora me vino un profundo sueño, en el qual cosas maravillosas, aunque bien oscuras, me fueron representadas; en esto, pues, gasté hasta poco más há de una hora, en que he dado la refeccion quotidiana al cuerpo.

      Selv. Pues, señor, ¿no nos dirés alguna cosa de lo que entre sueños os fué demostrado?

      Fler. Fácilmente se concederá lo que dices, pues el mesmo deseo tengo yo para ver si de vos es entendido lo que á mí tan ajeno se me hace.

      Selv. Aunque por temeridad tengo pensar de entender lo que á vos se muestra oscuro, todavía para ver su dificultad, deseo que me lo esplaneis por entero.

      Fler. Habeis pues de saber, señor, que no sería yo bien en aquella imágen, que apropiada es á la muerte, convertido, quando la señora que en captividad mi corazon tiene puesto, se me demostró con tanta ira y enojo contra mí, quanta hermosura y beldad para con todos tiene; yo, pues, con mayor temblor en mis miembros que la hoja seca en el alto roble combatida del indomable Boreas, con mucha humildad esperaba á qué muerte más severa me quieren condenar sus crueles razones. Habiendo, pues, algun tanto mis muchos miedos considerado, con algo más apacible rostro, desta manera me habló. ¡Oh tú, que por tan mi verdadero captivo te has mostrado, forzando tu fuerza á la que de mi parte te ha venido, demostrando asimesmo por palabra la gran pena que en obra por mí padeces, como á la verdad eres digno á que rigurosamente mi crueldad contra tu locura proceda, pues no solamente violaste mi limpieza con tu dañado pensamiento, mas, áun poniendo mi honra en condicion, te jactas y vanaglorias en á todos manifestarlo; cierto de gran pena te has hecho digno, y no tanto por lo ya declarado, quanto por tener voluntad de posponer mi amor por el de aquella que otro que fraternal por ley humana y divina es vedado, pues mira quien tal crímen cometió con qué cara pedirá misericordia, pues cierto que con razon le será negada! Yo entónces, puesto en grave congoxa por oir semejantes razones, vueltos mis ojos en dos fuentes, de hinojos delante aquel seráfico aspecto me pongo, pronunciando tales palabras, con abundancia de sospiros esmaltadas. ¡Oh gloria por quien la mia en rabiosa pena fué tornada, dulce y apacible recordacion y memoria de mis trabajosos afanes, ruégote (si rogarias en tu alto merecimiento tienen lugar) que si mi persona por obra ó pensamientos maliciosamente tu soberano valor ha maculado, solamente porque yo ignoro la culpa, por tí me sea demostrada, para que, como fénix, yo mesmo de tu ofensa en mí ejecute la debida venganza! Entónces ella, con rostro amoroso y apacible, me respondió en esta manera. Por ver tu mucha contricion, y que áun el pecado no se puso por obra, yo quiero por agora perdonarte; mas avísote que mires por tí, que en gran peligro estás puesto, y más te digo, que el mono mofador muy presto mudará su sér, y en manso unicornio será convertido, perdiendo de tal manera su libertad, que sólo de coraje en el filo de la muerte será puesto, donde por el mesmo que su pena causára, la vida le será restaurada con muy crecido placer y soberano gozo, de que no pequeña parte te vendrá. Pues dichas estas palabras, subitáneamente de mi vista se desapareció, y yo de aquel profundo sueño fuí libre.

      Selv. Maravillosas cosas me habeis dicho, señor Flerinardo, y á la verdad en gran turbacion por ello soy puesto; dado que de lo que sea estoy bien ignorante, por lo qual será sano consejo privarlo de la memoria; que por la mayor parte los sueños siempre son vanos, y que el presente no lo sea y amenace trabajos, no por eso los debemos sentir dos veces, agora con la recordacion, y despues con la obra.

      Fler. Ansí es, señor, como decis; por tanto, si os parece, vamos fuera, que ya es tiempo del ruar.

      Selv. Sea quando fuéredes servido.

      Risd. Señor Flerinardo, por cumplir lo que os prometí, sabed que mañana tengo de ir con recaudo de mi señora Rosiana para Isabela; por tanto ved qué me mandais que por vos haga, que de grado lo tomaré á cargo.

      Fler.

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