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muy modestas al principio: no era más que un departamento dentro de la sede central de Múnich que estaba en contacto con los oficiales de inteligencia adscritos a las sedes secundarias.

      Heydrich se esforzó mucho en los dos años siguientes por ampliar su organización, sirviéndose para ello de la relación muy estrecha que logró desarrollar con Himmler. No hubo nunca, sin embargo, la menor duda sobre quién mandaba, pues Heydrich mostró siempre un gran respeto al Reichsführer de las SS. Este, por su parte, apreciaba enormemente el trabajo del jefe de inteligencia, que le iba suministrando cada vez más información sobre los enemigos en potencia –interiores y exteriores– del movimiento. Más tarde, al asumir la jefatura de la policía de Múnich, Himmler quiso, como es lógico, que Heydrich siguiera trabajando para él.

      Nada más llegar a la cancillería, el 30 de enero de 1933, Hitler convenció al presidente Hindenburg de que volviera a convocar elecciones, pues confiaba en obtener una mayoría suficiente en el Reichstag para aprobar la Ley Habilitante, que le permitiría gobernar por decreto. El 5 de marzo fue la fecha fijada para los comicios. Durante la campaña, el NSDAP aprovechó al máximo el control que ejercía sobre una parte del aparato del Estado: el 22 de febrero, el ministro del Interior prusiano, Göring, creó una fuerza policial formada por cincuenta mil hombres, entre ellos veinticinco mil miembros de la SA y quince mil de las SS.14 De este modo se legitimaba la violencia nacionalsocialista contra los enemigos políticos –en especial los socialdemócratas y los comunistas–, y el Estado pasaba a financiar una parte importante de la maquinaria paramilitar del NSDAP. Los nacionalsocialistas justificaron la medida por la necesidad de evitar una rebelión inminente por parte de la izquierda. Esta explicación suscitó un clima de histeria que iba a favorecer electoralmente al partido.

      La noche del 27 de febrero de 1933 ardió el Reichstag. La policía de Berlín consiguió detener al pirómano, que corría de un lado a otro, sin camisa, en el interior del edificio. Se trataba de Marinus van der Lubbe, un izquierdista holandés de veinticuatro años.4 A lo largo de los años se ha especulado mucho sobre el incendio; se ha dicho que fueron los nacionalsocialistas quienes lo provocaron. Pero ahora parece claro que el suceso les sorprendió por completo.15 Puede, incluso, que vieran en él el preludio de una revolución izquierdista. Todo indica, sin embargo, que Van der Lubbe actuó por su cuenta, movido por la indignación que le habían causado la llegada al poder del NSDAP y la subsiguiente pasividad del Partido Comunista Alemán. Como era de esperar, los nacionalsocialistas lo presentaron de inmediato como el agente de una conspiración de la izquierda; y los comunistas, como un hombre trastornado que servía a los fines del NSDAP.16 La mayoría de la gente corriente no sabía a quién creer.

      Fuesen cuales fuesen las motivaciones de Van der Lubbe, el incendio tuvo una consecuencia inmediata y funesta: el llamado “Decreto del Incendio del Reichstag”, promulgado el 28 de febrero tras una serie de discusiones apresuradas, que terminó con las libertades civiles en Alemania. Quedaron suspendidos el hábeas corpus y las libertades de expresión, asociación y reunión, así como el derecho a la confidencialidad de las comunicaciones, a la inviolabilidad del domicilio y a la protección de la propiedad.17 Esta disposición se había redactado originalmente en el Ministerio del Interior de Prusia con validez exclusiva en esta región, pero el ministro del Interior alemán, Wilhelm Frick, no había tardado en presentar una versión susceptible de ser aplicada en todo el país, y que aprobó el gobierno de Hitler y firmó Hindenburg el mismo día. Lo cierto es que el presidente padecía demencia senil y, en general, andaba mal de salud, hasta tal punto que su hijo Oskar lo manejaba en gran medida.

      El decreto vino a legitimar una campaña de terror contra la oposición y contribuyó de forma decisiva a la creación del estado policial nacionalsocialista. Permitía, ante todo, ejercer el poder de detención al margen de los jueces. Los agentes del gobierno, incluidos los miembros de las fuerzas auxiliares recién creadas por Göring, podían capturar a cualquier sospechoso y retenerlo indefinidamente sin que ningún magistrado examinara los cargos que se le imputaban. A raíz de ello fue frecuente que los parientes y amigos de una persona detenida desconocieran el motivo de su arresto, así como el lugar donde se la retenía.

      En noviembre de 1932, en las últimas elecciones libres celebradas en la Alemania de Weimar, los comunistas habían obtenido el 16,9% de los votos, y la suma de este porcentaje y el de los socialdemócratas no había llegado al 38%. Apenas cuatro meses después Hitler y el NSDAP controlaban la administración y gran parte del aparato de seguridad del Estado, y la mayoría de los diputados y dirigentes del Partido Comunista estaban detenidos o habían huido del país. En la Prusia de Göring fueron arrestados diez mil miembros y simpatizantes de este partido en la semana anterior a las elecciones del 5 de marzo, y, a finales de ese mes, alrededor de veinticinco mil estaban en la cárcel o en alguno de los campos de concentración que se habían creado apresuradamente.18 Al comienzo del verano habían sido detenidos cien mil comunistas, socialdemócratas, sindicalistas y otros opositores del NSDAP, de los que, según una estimación prudente, como mínimo seiscientos morirían en cautiverio.19

      Los nacionalsocialistas ganaron las elecciones con un 43,9% de los votos, lo que suponía un incremento de diez puntos con respecto al resultado obtenido en noviembre. Si bien no logró la mayoría que había previsto Hitler, el NSDAP estaba en condiciones de formar un gobierno de coalición con el Partido Nacional del Pueblo Alemán, de ideología nacionalista-conservadora, sin necesidad de recurrir a ninguna otra fuerza política. Pese a la persecución que había sufrido, el Partido Comunista obtuvo más del 12% de los sufragios y ochenta y un diputados; pero, dado que sus dirigentes estaban presos, en el exilio o escondidos, había un buen número de escaños vacíos en el Reichstag. El gobierno ya no tenía más que buscar el apoyo del Partido de Centro Católico para reunir la mayoría de dos tercios que hacía falta para la aprobación de la Ley Habilitante.20 Y así fue. En la primera sesión del nuevo parlamento, celebrada el 23 de marzo, los diputados de ese partido, impulsados por una serie de promesas falsas que les había hecho Hitler, votaron con los nacionalsocialistas, lo que puso fin a la democracia de Weimar.21 La palabra de Hitler ya era ley. Mientras tanto, el presidente Hindenburg, cuya salud se había ido deteriorando, anunció que abandonaba los asuntos corrientes del gobierno y que, en general y de acuerdo con la Ley Habilitante, ya no sería necesario consultarle antes de aprobar ninguna disposición.

      El 27 de marzo, Hitler nombró a uno de sus colaboradores más antiguos, Franz Ritter von Epp, Reichskommissar [gobernador] de Baviera, lo que propició la designación de Himmler como jefe de la policía de Múnich. Nada más asumir el cargo, este puso a Heydrich al frente de la sección política de la policía,22 o, lo que es lo mismo, le encargó dirigir el espionaje de los potenciales enemigos del estado bávaro.

      El 1 de abril Himmler vio afianzado su poder en Múnich con su doble nombramiento como asesor especial del Ministerio del Interior de Baviera y jefe de la policía política en esta región. Heydrich se convirtió en su lugarteniente (acompañándolo así, una vez más, en su ascenso), y como tal emprendió la reforma del cuerpo, que hasta entonces había sido una división de las fuerzas de seguridad. Consiguió hacer de él una organización autónoma, sin vínculos administrativos con la policía regular, cuyos recursos, sin embargo, podía utilizar todavía en caso de necesitarlos. Al principio estuvo integrada en su mayor parte por miembros de la policía política ya existente, pero luego fue incorporándose a ella personal de los servicios de inteligencia –rebautizados Sicherheitdienst [servicio de seguridad] o SD–, que Heydrich había ido ampliando poco a poco en los dos años anteriores. Como parte de su nuevo trabajo, Himmler tomó el control de los campos de concentración que se habían creado a raíz del incendio del Reichstag. Cerró los que existían en Baviera, sustituyéndolos por uno solo, situado en el suburbio muniqués de Dachau, cuya dirección confió al comandante de batallón de las SS Hilmar Wäckerle, un nacionalsocialista de primera hora que había sido compañero suyo de estudios en Múnich.23

      Se propuso aumentar su poder utilizando como plataforma la jefatura de la policía política bávara, y para ello tuvo por aliado al ministro del Interior, Frick. Antes de la llegada al poder de los nacionalsocialistas, los Länder o regiones (como Baviera y Sajonia, por ejemplo) habían ejercido la mayoría

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