Скачать книгу

de la organización. Tras incorporar como reservistas a todos los paramilitares de derechas, estaba en condiciones de afirmar que la SA tenía cuatro millones y medio de miembros. No tardó en exigir que se les otorgara a sus oficiales puestos destacados en el servicio de protección de fronteras, así como el control sobre el armamento de este cuerpo. Los altos mandos militares, como era de esperar, se resistieron, y en diciembre de 1933 dejaron de colaborar con Röhm en el programa de instrucción de las milicias.3

      Las tensiones entre el ejército y la SA suponían un grave problema para Hitler, que tenía, pese a simpatizar con las ideas de Röhm, una visión realista de la situación y sabía que necesitaba el apoyo de los soldados profesionales para llevar adelante su proyecto, por lo que no podía permitir que la SA creara un conflicto con ellos. Así pues, el 28 de febrero de 1934 convocó una reunión en el Ministerio del Ejército en la que instó a la cúpula militar y la SA a resolver sus diferencias. Por lo demás, propuso que el ejército disfrutase del derecho exclusivo a portar armas, y que el grupo de Röhm se hiciera cargo de la instrucción premilitar y posmilitar. Concluida la reunión, las dos partes fueron a comer al cuartel general de la SA. Lo sucedido entonces significó el principio del fin de Röhm y de la SA como organización relevante de la Alemania nazi. Cuando se hubieron marchado los generales, Röhm, borracho, empezó a vituperar a Hitler: “No nos importa nada lo que diga ese ridículo cabo. Hitler no tiene el menor sentido de la lealtad; deberían echarlo. Si no lo echan, podemos hacer lo nuestro y olvidarnos de él”.4 Entre los comensales que escucharon estas invectivas estaba el general de división Viktor Lutze, comandante de la SA en Hanóver, quien informó de inmediato a Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler en el NSDAP, luego al propio Hitler, y finalmente a Von Reichenau. En un primer momento, ninguno de ellos tomó represalias contra Röhm. Pero este se había granjeado la inquina de casi todos los demás grupos de poder del Tercer Reich, que tenían buenos motivos para querer deshacerse de él: era un rival para Göring, pues disponía de una red de oficiales de la SA bien situados en el gobierno y en la policía, y ponía en peligro la autoridad del ministro-presidente de Prusia; el ejército veía en él una amenaza para el tradicional monopolio militar de las armas; para el NSDAP, ejercía demasiado poder sobre las fuerzas uniformadas que patrullaban las calles; y para las SS, que seguían dependiendo en teoría de la SA, suponía un obstáculo para la expansión de la organización. Así, una vez que sellaron su alianza con Göring y tomaron el control de la policía política en abril de 1934, solo era cuestión de tiempo que Himmler y Heydrich empezaran a pensar en cómo eliminar a Röhm.

      En un primer momento, Heydrich se propuso aprovechar su control de los servicios secretos de las SS y de la Gestapo para obtener pruebas de que el comandante de la SA preparaba un golpe de mano contra Hitler.5 Pero esta pretensión resultó ilusoria: no consiguió más que información sin apenas valor sobre alijos de armas. Röhm no tenía la menor intención de organizar un putsch; en realidad, trataba de forzar a Hitler a respaldar a la SA en su pugna con el ejército, aunque para ello se valiese de métodos torpes, burdos y susceptibles de ser malinterpretados. Recorría el país agitando a sus hombres con discursos demagógicos, sin caer en la cuenta de que a los alemanes corrientes empezaba a inquietarles la posibilidad de que la SA intentara hacerse con el poder.6

      El principal obstáculo para la eliminación de Röhm era el propio Hitler, que guardaba cierta lealtad a la SA y a su viejo camarada, y por ello se resistió durante algún tiempo a actuar contra él. Hasta que, tras entrevistarse el 21 de junio de 1934 en Neudeck, la finca del presidente alemán, con el ministro de Defensa, el general Von Blomberg, resolvió hacerlo al fin. Faltaban, evidentemente, pocas semanas para que comenzara la era post-Hindenburg, y Von Blomberg le dejó bien claro a Hitler que, si quería contar con el apoyo del ejército en este nuevo periodo político, tendría que liquidar al gran rival de los militares. El líder nacionalsocialista decidió, según parece, lanzar un ataque de castigo contra la SA cuando volaba de regreso a Berlín.

      La organización andaba en ese momento sin timón, pues Röhm llevaba dos semanas tomando las aguas en Bad Wiessee. Hitler decidió convocar una reunión de sus máximos dirigentes en el balneario: las SS aprovecharían la ocasión para detenerlos y “ajustar cuentas”.7 Comenzó entonces un periodo de intensa actividad preparatoria, en el que ciertos cuarteles del ejército recibieron órdenes secretas de suministrar armamento y todo el material necesario a las tropas de las SS, formadas por miembros de la recién creada Leibstandarte [guardia personal] Adolf Hitler, unidad militarizada al mando de Sepp Dietrich, así como por personal del campo de concentración de Dachau, dirigido por Theodor Eicke, que había de ejecutar el asalto y ocuparse después de los prisioneros. Por lo demás, varias oficinas de la Gestapo y del SD tenían la consigna de vigilar a altos mandos de la SA para asegurarse de que no escaparan a la redada, y el ejército recibió un aluvión de informes elaborados bajo la supervisión de Himmler y Heydrich que atribuían falsamente actividades sediciosas a la SA. Se trataba de evitar que ningún militar se volviese atrás.8 El 28 de junio, Röhm recibió en Bad Wiessee una llamada telefónica de Hitler ordenándole que reuniera allí dos días más tarde a la cúpula de la organización al completo, así como a los comandantes e inspectores de todas las unidades.9

      Esta era la señal para emprender los preparativos finales. Heydrich y sus colaboradores dictaron nuevas instrucciones a las divisiones regionales de las SS, el SD y la policía política; Hitler, mientras tanto, partió hacia Bad Wiessee. Pero ya habían empezado a filtrarse detalles de la operación, de ahí que, en pueblos y ciudades de toda Alemania, la desesperación empujase a miembros de la SA a emborracharse y organizar tumultos,10 haciéndoles así, sin duda, el juego a sus enemigos.

      Röhm y sus compinches, en cambio, no sospechaban nada. Pasaban las noches en el balneario bebiendo cerveza y practicando el sexo, como de costumbre; hasta que, a primera hora de la mañana del 30 de junio, llegó inesperadamente Hitler con un revólver en la mano y acompañado por una pequeña escolta. Fue él mismo quien llamó a la puerta de Röhm y le acusó, para sorpresa de este, de traición. Mientras el líder de la SA proclamaba su inocencia, los hombres de Hitler se lo llevaron. Al jefe de la SA en Breslau, Edmund Heines, lo encontraron en la cama con un joven; Hitler, furioso, estuvo a punto de matarlo. Los demás dirigentes de la organización fueron detenidos y encerrados en un sótano, mientras se preparaba la flota de vehículos que había de transportarlos a Múnich.

      Entretanto, Dietrich desplazó dos compañías de su unidad a la capital bávara, y Heydrich envió a Berlín a miembros del SD y a detectives de la Gestapo con la misión de capturar y asesinar a un buen número de mandos de la SA y otros opositores del régimen, tanto reales como imaginarios. En los dos días siguientes, estos escuadrones de la muerte –uniformados y con ropa de civil, respectivamente– mataron en la cárcel de Stadelheim, en Múnich, y en los barracones Lichterfelde, en Berlín, entre ochenta y cinco y doscientas personas, en su mayoría miembros de la SA. Este acto de brutalidad extrema, con víctimas que, por lo general, habían sido compañeros de armas de sus verdugos hasta el momento mismo de su asesinato, ejemplifica a la perfección la idea que las SS tenían de su misión. El matonismo –practicado contra judíos, comunistas y demás enemigos del nacionalsocialismo– era una de las principales razones de ser de las SS desde su fundación. Pero sus miembros creían desempeñar un papel mucho más importante. Los escuadrones y sus líderes aspiraban a un estatus singular dentro del movimiento, y el asesinato en masa de opositores internos demostró lo lejos que estaban dispuestos a llegar con tal de conquistarlo. Por lo demás, la matanza indica hasta qué punto Himmler y Heydrich habían logrado inculcar la ideología de las SS en todos los niveles de la organización; según parece, ninguno de sus miembros se mostró reacio a hacer lo que se le había pedido. Así, por ejemplo, Dietrich no vaciló en cumplir la orden de liquidar a seis de los máximos dirigentes de la SA, amigos suyos en su mayor parte. En el juicio celebrado contra él en 1957, afirmaría haberse marchado “después de la cuarta o la quinta ejecución”, porque se sentía incapaz de presenciar ninguna más;11 pero lo cierto es que no hizo nada por evitar los demás asesinatos.

      Al tiempo que se ocupaba de la SA, Hitler aprovechó la oportunidad para deshacerse de algunos de sus viejos rivales políticos. Gregor Strasser fue detenido y después ejecutado en su celda de Berlín por oficiales

Скачать книгу