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aquel y otorgando la autoridad suprema de cada Land al Reichskommissar, que se encargaría de asegurar la observancia de “los principios políticos formulados por el canciller del Reich”.24 Por lo demás, emprendió la tarea de integrar las fuerzas de seguridad regionales en un cuerpo nacional unificado, dependiente del Ministerio del Interior. A este proyecto se opuso su correlegionario Göring, quien, como ministro del Interior prusiano, controlaba de facto más de la mitad de la policía de Alemania.

      A Göring le preocupaba la violencia que se había desencadenado tras el incendio del Reichstag, por lo que recurrió a lo más parecido que había entonces en Alemania a unos servicios de inteligencia política a nivel nacional: la IA, un departamento pequeño y poco conocido del cuartel general de la policía prusiana. Nombró jefe de esta sección al abogado y funcionario Rudolf Diels, que había dirigido hasta entonces la policía política en Berlín. Pese a ser un mero simpatizante del movimiento, y no un nacionalsocialista comprometido, Diels estaba dispuesto a colaborar con Göring en la creación de una fuerza policial semejante a la que Himmler y Heydrich estaban organizando en Baviera, y de la que se serviría el Estado como instrumento de represión política; es decir, para perseguir a los enemigos que tenían –o creían tener– los nacionalsocialistas dentro y fuera del partido. Diels reclutó para ello a detectives procedentes de las divisiones de investigación criminal de la Policía del Orden, mientras Göring desarrollaba el marco legal que les permitiría actuar sin trabas. Se trataba, ante todo, de atribuir a los miembros del cuerpo la facultad de capturar y retener sospechosos, sin ningún control judicial. A finales de abril, la sección de Diels, rebautizada Geheime Staatspolizeiamt [Policía Secreta del Estado], se transformó en una fuerza policial autónoma, obligada a rendir únicamente cuentas al ministro-presidente de Prusia, es decir, a Göring. La nueva organización, cuyo nombre oficial se abrevió a “Gestapa”, sería, sin embargo, más conocida por su sobrenombre popular de “Gestapo”. Poco después estableció su sede en una antigua escuela de artes y oficios situada en Prinz-Albrecht-Strasse, en el centro de Berlín.25

      Diels comenzó a ejercer sus nuevas atribuciones a fin de atajar los desafueros de la SA y restaurar de ese modo el orden en Prusia. Una de las principales causas del problema era que los miembros de las unidades auxiliares creadas por Göring tras la aprobación del Decreto del Incendio del Reichstag se debían sobre todo a sus comandantes en la SA (o en las SS), por lo que la movilización de estas fuerzas no solo no aumentaba, sino que reducía la capacidad de influencia política del ministro-presidente. Diels se dedicó, por tanto, a obtener información sobre las actividades de la SA y a restringirlas, si era preciso. Así, sus hombres hicieron redadas en varios campos de concentración “ilegales” controlados por la SA, liberando a los reclusos y deteniendo a los carceleros.

      Habiendo reafirmado su autoridad en Prusia por medio de la Gestapo, Göring no tenía el menor interés en ceder a Frick el control de las fuerzas policiales que capitaneaba. El conflicto entre ambos llegó, pues, a un punto muerto. El ministro del Interior nacional necesitaba un aliado, alguien que lo ayudara a vencer la resistencia de Göring a la creación de un cuerpo nacional de policía. Himmler era, sin duda, la persona idónea. De ahí que Frick maniobrara, entre el mes de noviembre de 1933 y el de junio del año siguiente, para conseguir que este se hiciese con el mando de las fuerzas de seguridad en todas las regiones a excepción de Prusia.

      En un primer momento, Göring se defendió reforzando su control sobre la Gestapo, a fin de evitar que Himmler se apoderase también de ella. Pero pronto comprendió que no valía la pena presentar batalla –principalmente porque se enfrentaba, como veremos, a una amenaza aún mayor–, y que haría bien en establecer una nueva alianza política de carácter táctico. En abril de 1934 nombró a Himmler “inspector”5 de la Gestapo, con lo que este pasaba a dirigir, de hecho, toda la policía política del país. Heydrich se convirtió en jefe operativo de la organización, quedando demostrado una vez más que, con Himmler, se había arrimado a un buen árbol.

      Poco después, en noviembre de 1934, Daluege, que seguía al mando de la policía uniformada prusiana, vio extendida su autoridad a todo el territorio alemán, ya que, al fundirse el Ministerio del Interior prusiano con el nacional, se creó un cuerpo de policía único para todo el país. Y a Arthur Nebe, que pertenecía al partido y a las SS desde hacía mucho tiempo y había sido hasta entonces jefe ejecutivo de la Gestapo, se le puso al frente de la Kriminalpolizei [Policía Criminal] prusiana o Kripo.

      A las personas citadas las habían designado oficialmente para sus cargos el Ministerio del Interior nacional, el gobierno prusiano o el de una región más pequeña, por lo que, en teoría, le debían lealtad a una de estas instituciones. En la práctica, sin embargo, las SS tardaron menos de dos años en hacerse con el control efectivo de toda la policía alemana.26

      VI

      LA ORGANIZACIÓN SE CONSOLIDA

      El peligro que impulsó a Göring a ponerse de parte de Himmler, entregándole el control de la Gestapo, venía de Ernst Röhm y el grupo que este capitaneaba. A pesar de que ciertos oficiales de la SA se habían beneficiado de la llegada al poder de los nacionalsocialistas, el conflicto entre la organización y el Estado alemán se agravaba. Así como Himmler estaba dispuesto a ir afianzando poco a poco la autoridad de las SS sobre la policía, Röhm tenía objetivos más inmediatos para la SA. Era un militarista radical desde que sirviera como comandante de compañía en la Primera Guerra Mundial; en aquella época había llegado a la conclusión de que la inmensa mayoría de los oficiales de carrera tenían una mentalidad reaccionaria y tacticista que llevaba a un gran número de sus hombres a una muerte inútil. Después de la guerra, como miembro de los Freikorps y de la Einwohnerwehr, había descubierto una forma de combate diferente y, según creía, más eficaz: la practicada por un ejército popular que se guiaba por principios igualitarios y un espíritu de camaradería, así como por el ideario nacionalista.

      Es razonable afirmar que en la personalidad de Röhm estaba una de las causas de su extremismo político. Homosexual declarado, sentía una atracción especial por los jóvenes de clase obrera, lo que era bien sabido desde mediados de la década de 1920. A muchos de sus antiguos compañeros de armas les inspiraba repulsión y desprecio, y Hindenburg se negaba a darle la mano. Röhm correspondió a este agravio desdeñando todos los consejos y directrices de la cúpula militar. Desde que se legalizara de nuevo en 1925, la SA había crecido (sobre todo a raíz del éxito espectacular obtenido por el NSDAP en las elecciones de 1930) hasta alcanzar el medio millón de miembros, por lo que su líder creía posible cumplir una antigua aspiración que nunca había ocultado: hacer de ella el germen de un nuevo ejército. Röhm daba por sentado que todos los nacionalsocialistas le apoyarían sin reservas, como recompensa por el gran empeño que la SA había puesto en facilitarle a Hitler la conquista del poder.1

      Las fuerzas armadas, sin embargo, pretendían hacerse con el control de la SA. Si bien el Tratado de Versalles restringía el tamaño del ejército, que no podía contar con más de cien mil hombres, los altos mandos militares tenían un enorme interés en sentar las bases de la ampliación que les había prometido Hitler. Con el fin de incrementar las “fuerzas de defensa nacional” –proyecto que entrañaba la creación de un servicio de protección de fronteras para la zona oriental del país–, propusieron que la SA se integrara en el ejército y que este adiestrase a los miembros de aquel grupo como a una milicia. En mayo de 1933, los militares y la organización de Röhm llegaron a un acuerdo con el que las dos partes creían salir ganando. Se pondría en práctica un programa de adiestramiento destinado a preparar todos los años a unos doscientos cincuenta mil hombres para su ingreso en el ejército2 y la SA captaría a los miembros de los otros grupos paramilitares que aún existían, el más numeroso de los cuales era Stahlhelm, formado por más de un millón de excombatientes de ideología nacionalista-conservadora. Su líder, Theodor Düsterberg, y el general del ejército Von Reichenau habían urdido un plan para debilitar a Röhm: pensaban que, si los miembros de Stahlhelm se incorporaban en masa a la SA, al tiempo que Von Reichenau colocaba a oficiales del ejército en puestos de mando en la milicia y en el servicio de protección de fronteras, el poder del comandante de la

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