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algo de valor. Encontraron aquel cofre de Veliki Ústiug que era el ajuar de Alejandra Serguéievna. El cofre tenía su secreto; estaba forrado con metal. Hubo un tiempo en que el cofre se atornillaba a la mesa de juegos. Los alemanes no lograron descubrir el secreto de los misteriosos cofres mercaderes. Por lo tanto, lo rompieron con un hacha. Para su gran decepción solo hallaron fotografías y reliquias familiares. Uno de los entretenimientos de los huéspedes era, en presencia de la familia, dirigir la ametralladora hacia la rápidamente envejecida Alejandra o hacia su nieto Míshenka, hijo de Galina, y gritar fuertemente: «¡¡¡Pooh, pooh!!!». Y reírse después. Para los alemanes eso era muy divertido. Pero la madre estaba dispuesta a aguantar el robo y todas estas «bromas» estúpidas y crueles. Lo importante era que no tocaran a sus hijos: a Yura, a Galina y a su bebé. De todos modos, estar en casa presentaba cierto peligro para Yuri. Por la edad, él se sometía a la movilización alemana. Ya ni hablar de que todos se atormentaban pensando en el destino de los demás miembros de la familia que eran militares: Valentín Dmítrievich, Serguei, Borís y Leonid.

      La última noticia que tenían sus familiares es que Valentín Knórosov había realizado brillantemente la evacuación de las fábricas ucranianas al centro del país. Luego tuvo que acompañar los últimos trenes que se iban al oriente. Alejandra Serguéievna no sabía que hasta abril de 1942 su esposo seguía en servicio, en la Organización Central de la industria de materiales de construcción del Departamento Central de la construcción ferroviaria, perteneciente al Comisariado del Pueblo de Líneas de Comunicación de la URSS, en Sarátov –este establecimiento también fue evacuado de Moscú a la ciudad de Sarátov.

      Tampoco se conocía el destino de los hijos mayores. Antes de que empezara la guerra, el hijo Serguei trabajaba como geodesista-cartógrafo en Extremo Oriente, en Dalstroi (el fideicomiso estatal de la construcción de carreteras y de la construcción industrial en el área de Kolymá Superior). ¿Dónde estaría él ahora?

      ¿Dónde podía estar el doctor militar, el toxicólogo Leonid? En vísperas de la guerra, él era doctor de tercer rango del Ejército Rojo Especial de bandera roja.

      Antes de que comenzara la guerra, Borís se encontraba en Moscú. Era el ingeniero de artillería que trabajaba en la Academia de Artillería. Todavía en 1938, a la Academia de Artillería de la Orden de Lenin del Ejército Rojo de Obreros y Campesinos (rkka) Felix Dzerzhinski la redesplegaron a Moscú. Los oficiales y profesores fueron instalados en el edificio de ladrillos recién construido por la dirección: muelle Smolenskaya núm. 31. Las ventanas del apartamento de los Knórosov salían al río Moscova.

      Pero, en aquellos horrorosos días de otoño de 1941, los Knórosov que quedaron en Yúzhnoye no sabían todo ello; tampoco sabían que los alemanes se habían acercado a Moscú el 30 de septiembre. Incluso la familia intentó cruzar la línea del frente, pero no lo logró y tuvo que regresar a Yúzhnoye.

      El 16 de septiembre, cuando la batalla por Kiev se acercaba a su final, la dirección del grupo alemán de ejércitos «Centro» ya había comenzado a prepararse para la operación de la toma de Moscú, cuyo nombre en clave era Tifón. Estaba claro que la toma de la capital soviética por Hitler era la tarea principal de la Operación Barbarroja. Prácticamente todo el equipo de la Academia de Artillería fue arrojado para defender la capital. Entre los defensores estaba por supuesto Borís Knórosov. Posteriormente, Yuri Valentínovich describiría muy inspiradamente la operación de defensa de Moscú, y después de contraofensiva. Principalmente construía su narración alrededor de las acciones del alto mando del frente Occidental Georgui Zhúkov. Por lo visto, Borís tenía una participación importante en estas operaciones, ya que después compartió sus recuerdos con su hermano.

      Pero todo esto sucedería después. En otoño de 1941, a Alejandra Serguéievna le quedaba solamente rezar por sus familiares. Casi no había comida. No había dinero. Su hijo Yuri no podía permanecer constantemente en Yúzhnoye por el temor a otra redada y al secuestro a Alemania. La mayor parte de su tiempo, él vagaba de un pueblo a otro por la región de Járkov y Poltáva intentando ganar dinero de alguna u otra manera. Era precisamente en ese momento cuando le servía su don de curar a la gente «con las manos». Por lo menos así es como podía conseguir algo de alimentos, que les llevaba a su madre y a su hermana. De paso, Yuri estudiaba las carreteras en la dirección oriental, pensaba acerca de algún método para pasar a través de los alemanes y llevar a su familia con los suyos, detrás de los frentes de batalla. Pero hacerlo no era nada fácil. Los alemanes mostraban su atrocidad por todas partes. Járkov simplemente se estaba muriendo.

      En enero de 1942, un Gaswagen (camión de gas) fue llevado a Járkov. En el pueblo lo llamaban dushegubka (asesino). Era una camioneta especial destinada a matar a las personas. A la furgoneta cerrada metían hasta 50 personas, y poco a poco la llenaban de monóxido de carbono. Las víctimas morían en medio de terribles sufrimientos.

      Pero la gente también seguía muriendo de hambre. Solamente en 1942 según los datos del ayuntamiento, aproximadamente 15 mil personas habían muerto por la hambruna. Los vivos se parecían más a los cadáveres: estaban totalmente demacrados. Para el comienzo de la primavera resultó que durante el invierno pasado más de la mitad de los muertos no habían sido enterrados: sus cuerpos seguían tumbados en casas frías. Esto se debía a que sus exhaustos familiares no tenían fuerzas ni posibilidades de llevarlos al cementerio.

      Aquellos que quedaban vivos se encontraban bajo la amenaza constante de fusilamientos, ejecuciones en la horca, robos, abusos, muerte por hambre. Al llevar a la gente hasta la desesperación, a finales de 1941 los alemanes pusieron en marcha una campaña de reclutamiento de especialistas para trabajar en Alemania. En las paredes de las casas se pegaban volantes y carteles con textos de reclutamiento. El periódico de los ocupantes Nova Ukraina (Nueva Ucrania) estaba llena de artículos acerca de «la vida feliz en Alemania de los habitantes de Járkov». Se agregaba que aquel que no deseara ir a Alemania voluntariamente, iría a trabajar a la fuerza para el Reich alemán. «¡El que no trabaja, deberá ser sometido al trabajo a la fuerza!». Sin hallar una salida, algunas familias decidieron mudarse voluntariamente, comprendiendo a la perfección que el porcentaje de la verdad en estas promesas acerca de la «vida feliz» no era muy grande. Además, constantemente llegaban rumores de que a las personas que se iban a Alemania los humillaban y maltrataban, que pasaban hambre y «se morían como moscas». Algunos se atrevían a semejante mudanza. Ellos esperaban llegar hasta Europa y huir de los «benefactores». Entre los que se fueron estaba el talentoso ingeniero hidroeléctrico Iván Redko.

      En vísperas de la guerra, Iván y su esposa Tamara tuvieron a su segunda hija. La llamaron Inna. El ingeniero, junto con su esposa y la recién nacida en brazos, no pudieron huir de los alemanes que estaban atacando. Por lo tanto, se quedaron en el Járkov ocupado. Con horror, ellos salvaron a los niños de los bombardeos y la hambruna, y se escondieron de las redadas. El hecho es que los alemanes habían obligado a su hermano Vasili, que era ingeniero constructor de puentes, a detonar sus propios puentes. Si se hubiera negado, lo habrían fusilado. Iván Redko tenía miedo de tal giro de acontecimientos, ya que no quería trabajar para los alemanes y no quería trabajar contra los suyos. No obstante, él entendía claramente que, si no lo fusilaban los alemanes, los suyos lo matarían en cuanto regresaran. El ingeniero Redko no dudaba de que los suyos regresarían.

      Iván se había preparado minuciosamente para su partida. Sucedía que su abuelo, antes de la Revolución, había juntado y escondido sus joyas, sobre las que nadie sabía. Nadie, excepto el abuelo e Iván, sospechaban que tras los marcos de las ventanas de la casa del abuelo se guardaba una fortuna. El ingeniero se suscribió para la partida a Alemania…

      Cuando el permiso fue expedido, Iván Redko cargó a su familia en una carreta y lentamente se dirigió al Occidente. Llevaba las joyas del abuelo, el increíble amor hacia Rusia y el idioma ruso, que no pensaba olvidar. Pronto, según el documento alemán, la familia Redko llegó a Alemania y después lograría moverse hasta Austria, y de ahí, ya de forma secreta y con ayuda de las joyas del abuelo, migraron a Brasil. Después de la guerra ya será demasiado peligroso regresar a la Unión Soviética. Los cautelosos Redko se asentarían en América Latina. Iván tuvo una carrera

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