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o seu amigo e mais um”. A formação é justamente um empreendimento coletivo. Trata-se de conhecer o outro, sair de si. Isso é uma prática anti-narcísica, porque todas as profissões têm as suas doenças funcionais: pode ser dor nas costas, sinusite; o outro pode ter, enfim, problemas de intoxicação… A nossa doença profissional se chama narcisismo. A nossa doença está muito ligada a certos efeitos que podem ser descritos assim: o paciente nos procura e se estabelece uma relação de respeito, admiração, gratidão. E, facilmente, nós ficamos muito fascinados por isso, de modo que começamos a “vampirizar” os outros com esse desejo de reconhecimento e de admiração no mau sentido. Então, se você quer ser excessivamente amado, vá procurar outra coisa, pois aqui não faz bem. Você precisa conter o seu desejo de submissão, o seu desejo de obediência. Eu vejo muita gente que se atrapalha muito porque não sabe o que faz. Daí começa a questionar: “E aí como é que eu faço?”; “quero ser um psicanalista”;“quero ser um clínico”; “como é que eu faço para montar um consultório?”. Trata-se algo que faz parte da resistência da matéria prima da Psicanálise, não é possível transformar isso em um roteiro –e, quando se transforma, dá errado. Então, se você tem que fazer essa pergunta –“Ah, me diga que eu obedeço”, “me diga que eu faço”–, você está na posição errada, não vai dar certo. Esse é um cuidado a se tomar.

      Outro cuidado que acho importante diz respeito a vamos dizer assim, uma posição pessoal: procure uma instituição, um grupo de estudos, um lugar que vai te colocar em contato com conferências e encontros regulares fora do teu local (estadual, no Brasil, no mundo). As instituições em Psicanálise te levam para fora dali. Você não precisa fazer isso toda hora, mas, de fato, aquele modelo do mestre que está com seus discípulos, que produz e reproduz uma relação de pastoreio e de dominação, isso não faz bem. A nossa época não precisa disso: temos outras experiências e o psicanalista precisa ser um viajante, tem que viajar dentro e fora. Se você não cria essa situação, é possível começar a haver efeitos bem letais.

       José Amar conversa con Horacio Manrique** Universidad del Norte, Universidad EAFIT

      José Amar es Ph.D. en Counseling Psychology de Newport University (Los Ángeles, Estados Unidos), magíster en Metodología de la Investigación Educativa de la Universidad del Norte, psicólogo y profesor de Educación Primaria con énfasis en Historia de la Universidad de Chile y sociólogo de la Universidad Autónoma del Caribe. Obtuvo el Premio Nacional de Psicología en 1996 y es profesor emérito de la Universidad del Norte. Actualmente se desempeña como director del Grupo de Investigaciones en Desarrollo Humano (Gidhum) de la Universidad del Norte y como docente de posgrado en esta misma universidad. Tiene más de treinta años de experiencia en docencia universitaria y es investigador emérito de Colciencias.

      Horacio Manrique (H. M.): Profesor, en primera instancia quisiéramos saber cómo y por qué decidió estudiar Psicología.

      José Amar (J. A.): La verdad es que Psicología no estaba en mis planes. Yo estudié primero Pedagogía en Historia, pero no quedé contento con mi formación y decidí estudiar la carrera que respondía a mi vocación, que es Sociología. Cuando llegó el momento de matricularme, me encontré con que habían cerrado la escuela porque era muy conflictiva, tenía un pensamiento muy de vanguardia y habían decidido cerrarla.

      H. M.: ¿En qué año fue eso?

      J. A.: En 1963 o 1964. Yo dije: “Bueno, ¿qué hago?”. Una segunda opción era Filosofía. En esa época era muy difícil ingresar a las universidades en Chile porque solo había dos posibilidades: la Católica y la de Chile. Los puntajes eran muy exigentes, por eso estudié primero Historia, porque no me dio el puntaje. Ya después de que hice la carrera sí podía escoger qué estudiar. Entonces opté por Filosofía, pero justo cuando iba a entregar la hoja –en esa época no había computadores– apareció una amiga de la ciudad donde yo vivía. Yo le pregunté qué estaba haciendo y ella me dijo que estaba en segundo año de Psicología. Entonces le dije: “Yo venía a estudiar Sociología, pero ahora estoy en la duda”. Ese día nos fuimos a tomar un café y ella empezó a contarme en detalle sobre su carrera. Ella era una apasionada de la psicología y me convenció. Entonces dije: “Bueno, esto es lo más cercano a lo que yo quería”. Esa fue mi opción. Escogí Psicología y ahí empecé a estudiar en la Universidad de Chile. Había dos escuelas de Psicología en todo el país: la de Chile y la Católica. La Católica era de orientación muy psicoanalítica; la de Chile era una mezcla de muchos profesores que habían estudiado Reflexología en Rusia en los laboratorios de Pavlov. Había muchas materias relacionadas con Neurofisiología, Fisiología y Química del cerebro porque los profesores que teníamos venían con orientación pavloviana. Había unos poquitos que hablaban de Piaget y por supuesto había unos psicoanalistas, unos psiquiatras-psicoanalistas que eran personas muy estructuradas, muy formadas, pero que veían al psicólogo como un ayudante, como un paramédico de la psicología. Entonces, bueno, ahí me fui entusiasmando. Me eligieron presidente de la Escuela del Centro de alumnos y… ¡hicimos una huelga, botamos a todos los psiquiatras y pusimos puros profesores psicólogos!

      H. M.: ¿Qué motivó esa huelga?

      J. A.: Yo pienso que a Skinner no se le reconoce el valor gremial que tuvo. Hasta antes de Skinner, la psicología siempre fue como una rama de la medicina y el psicólogo se veía como una persona que podía ayudar al médico-psiquiatra en alguna actividad, precisamente del diagnóstico; esa era la visión que había en esos años. Y, por supuesto, no bastaba con ser psicoanalista, había que ser psiquiatra-psicoanalista. En el sur de Chile había mucha influencia de Argentina. En Argentina, el psicoanálisis era muy fuerte. Allá hay una población judía muy grande, por lo cual había mucha sintonía con el psicoanálisis y con la religión, con todo eso. Nosotros creamos un grupo de estudio en el que empezamos a indagar en la psicología existencial. Empezamos con Sartre, estudiábamos mucho a Sartre, para buscar una alternativa distinta a Freud. Pero yo pienso que fue Skinner el que le dio, con su modelo, una identidad a la psicología, ya no como algo dependiente de la medicina, sino como una disciplina independiente con sus propias fórmulas, sus propios enfoques teóricos, sus propias prácticas, sobre todo la psicología clínica. Entonces, en esa época, en Chile, eran psicoanalistas los que estudiaban en la Católica y conductistas los que estudiábamos en la de Chile. Pero más que conductistas, éramos de una línea muy pavloviana, muy reflexológica, porque la mayoría de los profesores eran del Partido Comunista y habían estudiado en Moscú (risas). Yo creo que eso fue muy valioso para la formación profesional.

      H. M.: Usted menciona que también estudió psicología existencial y teorías pavlovianas y skinnerianas. Me preguntaba si en su educación hubo como una mezcla de esas diferentes escuelas…

      J. A.: Sí. La Escuela de Psicología de la Universidad de Chile era muy heterodoxa. Había un grupo de profesores muy piagetianos que se enfocaron en la psicología educativa cuando Piaget comenzó a ser conocido en América Latina. Entonces uno se orientaba. Piaget era como una visión. Nosotros la veíamos en esos años como algo más científico. Lo que había en psicología social, muy fuerte, era la psicología organizacional, industrial, francesa. El profesor era un francés, Jean Cizaletti. Él tenía como cinco profesores porque allá existían clases donde había un titular y cinco profesores asociados al titular, entonces hacían una verdadera escuela. Así que la psicología social laboral era de la escuela francesa. Ya ni me acuerdo de los autores, pero estudiábamos autores franceses en psicología industrial, en psicología del trabajo. Las corrientes clínicas fluctuaban entre el psicoanálisis y el conductismo, que eran más heterodoxas. No había una línea de pensamiento coherente; había de todo. En esos años, todos nuestros profesores eran mayores de cincuenta años. Eran personas con un gran recorrido profesional y académico. Ahora se ve como algo negativo que una persona mayor te esté dando clase; hoy es el tiempo de los jóvenes. Pero en la época de uno, para llegar a ser profesor titular tenías que tener cincuenta o más años y una muy buena

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