Скачать книгу

la propuesta al que era ministro de Educación, que era conocido, amigo, y le dije: “Mira esto”. Entonces él hizo que el Ministerio asumiera el colegio y ya contrataron profesores; yo ahí ya perdí la pista. Pero entonces tenía mucho conocimiento del trabajo de las parvularias, las educadoras infantiles que podían hacer lo que hacían por los niños. Así fue como creamos este programa.

      H. M.: ¿Este programa fue en Chile?

      J. A.: Aquí. Se lo propuse al rector aquí, porque en Chile era muy común. Este fue el primer programa de ese tipo en Colombia. Había uno en Neiva y uno aquí. La Pedagógica Nacional lo acogió después. Había tres programas en todo el país y el rector me dijo: “Pepe, yo quiero que usted se preocupe por la gente que realmente lo necesita. Yo tengo unos amigos ahí”. Aquí hay una población que se llama La Playa. En esos años había alrededor de cinco mil habitantes y eran puros pescadores. Entonces él, el doctor Sanín, me llevó allá, me presentó a la gente y montamos un proyecto social. Bienestar Familiar apenas estaba empezando y nosotros creamos un centro infantil con Bienestar Familiar.

      Un día, el papá de Ingrid Betancur y un señor que se llamaba Tito Zubiría –que fue rector de la Universidad de los Andes– vinieron de visita y dijeron: “Nosotros conocemos a un señor que dirige una fundación de programas de la infancia muy importante en Europa; este programa le puede interesar, tal vez pueda financiarlo”. Entonces, la Universidad invitó a esa fundación y desde ese momento empezó una relación que prácticamente marcó mi vida. Yo no había pensado que iba a dedicar toda mi vida a la investigación de la infancia, pero como dice Ortega: “Uno es uno y sus circunstancias”. O sea, no es lo que uno quiere ni es lo que uno anhela, sino que las circunstancias te van llevando y, por supuesto, esa fundación me marcó porque era una fundación muy grande: ¡cuarenta países! Esa fue mi otra universidad, mi verdadero posgrado. En esos años éramos una red muy activa, hacíamos dos eventos al año en distintos lugares del mundo. Allí estábamos juntos africanos, latinoamericanos, estadounidenses, europeos, asiáticos. Los eventos eran grandes, eran de siete u ocho días. Todos íbamos exponiendo nuestras experiencias. Yo empecé a aprender cosas de Sudáfrica que en mi vida no habría podido conocer de otro modo. Tuve amigos de todas partes del mundo, hasta palestinos que trabajaban en programas de Israel. Todo se fue dando. La fundación aquí tuvo mucho éxito.

      Al principio, yo no tenía muy claro qué iba a hacer porque yo era político. Pero me acordé de mis tiempos de Lenin (me había leído a Lenin) y del partido de izquierda en Chile, que se organizaba en una estructura de célula. La célula era una cuadra; había tres militantes, cuatro militantes, según la célula. El conjunto de células hacía una seccional y de ahí salía la regional. Aquí había un programa de Enfermería que no tenía dónde hacer las prácticas y entonces yo empecé a formar esas células en toda La Playa.1 Ya la causa no era la política, sino la niñez. Juntamos las cinco familias en esa cuadra y les asignamos una joven enfermera que iba una vez a la semana. La familia se reunía con ella, le contaba sus necesidades, le hacía sus preguntas, y la enfermera iba respondiendo. Después se integraron al preescolar, después a psicología. Eso llamó mucho la atención porque ya los niños no venían al centro, sino que a la casa a donde tú fueras había una titular que cuidaba, que estaba más o menos actualizada; eso fue muy exitoso. El problema que había en Colombia en esos tiempos era que no había plata para atender a los niños. Morían 150 niños de cada 1000 antes de cumplir el primer año. Ahora mueren 17 de cada 1000. En la Costa, las muertes superaban los 200 de cada 1000, los 300 de cada 1000. Entonces, nosotros, con el profesor Camilo Madariaga y el doctor Raimundo Abello –que eran alumnos míos– empezamos a trabajar en las poblaciones con estos modelos de hogares comunitarios. La cosa nos fue dando resultados.

      Una vez llegó un director de Bienestar Familiar y le mostramos la experiencia. Aquí también había un economista que nos ayudaba y el economista determinó que un niño de hogar comunitario valía la cuarta parte de lo que valía un niño de los hogares tradicionales que tenía el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). Entonces el señor se entusiasmó y me dijo: “¿Tú me estás diciendo que con la misma plata puedo atender ochocientos mil niños?”. Y le dijimos que sí. Entonces envió una misión del Banco Mundial a que estuviera aquí quince días mirando todo y se estimó que este proyecto costaba una tercera parte. Al señor le siguió sonando la idea y me dijo: “Yo veo aquí muchos estudiantes universitarios; saquemos esto a otra parte”. Entonces escogimos el departamento del Magdalena y metimos a ciento cuarenta y siete comunidades para crear hogares comunitarios. Estábamos midiendo la parte económica, el desarrollo de los niños, todo. Teníamos allí una minería de datos inmensa. Y cuando terminamos, claro, a medida que el programa iba ampliándose, los resultados iban siendo menores. Pero de todas maneras eran buenos resultados. Cuando el director vio el programa, dijo: “Bueno, esto me lo llevo yo para el comité técnico de Bienestar Familiar”. Estuvo un año trabajando con el comité técnico nacional del ICBF y a partir de eso se creó el programa Hogar de Bienestar. Él convenció al presidente Virgilio Barco y el presidente Barco lo seleccionó. Le dijo que sí, que lo aplicaran. Pero el director del ICBF le dijo: “Me da mucha pena contigo, pero yo soy caleño y lo voy a inaugurar en Cali, en Agua Blanca”. Al ver todo el trabajo que hice me nombraron evaluador del programa. Me mandaban a trabajar, a evaluar o a montar programas en diversas partes del mundo. Yo estuve en toda América Latina trabajando: me iba un mes, mes y medio. Estuve trabajando en Europa en muchas partes. Eso te va dando un bagaje tremendo. Todo el tiempo estás leyendo documentos, libros, estás viendo experiencias en la práctica. La Fundación Bernard van Leer siempre nos exigía investigación y publicaciones para mantener la financiación, y uno sin querer ser investigador y sin tener un derrotero (risas). Pero nosotros queríamos seguir, entonces muchos de los que eran mis alumnos, como Camilo, como Raimundo, María Marís, trabajaron conmigo en el proyecto.

      Yo creo que este fue un aporte bueno de la universidad al país, sobre todo en el ámbito de las políticas públicas. Hay un millón de niños que estudian en esa modalidad. No la inventamos nosotros, pero sí le dimos los elementos técnicos al Gobierno para que la montara. Nuestra tarea no es suplir la ineficiencia del Estado; se trata de poderle mostrar que hay una alternativa para que la vea y la estudie.

      H. M.: Usted decía, doctor Amar, que ese fue su verdadero posgrado; es decir, usted aprendió muchísimo allí de la experiencia. Pero ¿usted cuándo estudió sus posgrados?

      J. A.: La Universidad del Norte hizo un convenio con la Universidad de los Andes para hacer la primera maestría, pero la de los Andes era una maestría en metodologías de la investigación educativa. Al final tú puedes ser ingeniero o psicólogo, pero si trabajas en la universidad, eres profesor; no eres psicólogo ni ingeniero, eres profesor. Yo tenía la idea de la investigación, entonces nos sentábamos treinta profesores los viernes en la tarde, los sábados y los domingos; una vez al mes venían profesores de los Andes. Pero yo seguía con mi sueño de estudiar Sociología. Aquí había una universidad que tenía un programa de Sociología y yo empecé a tomar materias para ver si me podía cambiar de Psicología a Sociología. Cuando yo llegué, aquí estaba la doctora María Mercedes de la Espriella, que era alumna mía, y me dijo: “Yo estudio aquí Psicología de día y Sociología de noche”, y yo le dije: “¿Cómo así?”, y ella me respondió: “Es muy buena, somos poquitos alumnos”. Entonces yo me fui para la Autónoma con María Mercedes. La decana del pregrado en Sociología de ese entonces era una psicóloga. Vio mi pénsum y me valió la mitad de las materias. Me dijo: “En dos años te gradúas”. Entonces yo empecé a estudiar Sociología en las noches. Los fines de semana estudiaba acá, estaba recién casado, dictaba veintiocho horas de clase y además tenía el proyecto, que era bien complicadito. También había eventos con la comunidad todo el tiempo. Pero como la vida política en Chile era muy agitada en esos años, yo me acostumbré a trabajar dieciséis o dieciocho horas sin problema, porque el trabajo político es así. Es un trabajo muy absorbente y como uno tenía el anhelo de ir a cambiar la sociedad y todo el cuento… Entonces me acostumbré a trabajar duro. Me casé con una mujer maravillosa que a las ocho y media de la noche se quedaba dormida (risas), entonces teníamos un solo televisor y estaba en el cuarto. Mientras ella dormía, yo estudiaba Sociología. Yo iba tres veces a la semana a la Universidad Autónoma y, además, como tenía ya una formación

Скачать книгу