Скачать книгу

a la universidad, a los salones de clase; entonces empezamos a leer y a discutir. También teníamos un profesor psicoanalista que nos enseñaba pruebas psicológicas, nos enseñaba el Rorschach, que era la prueba máster de ese tiempo.

      H. M.: ¿Podría contarnos un poco sobre su formación y su trayectoria a lo largo de estos años, desde que estaba en Chile hasta cuando llegó a Colombia?

      J. A.: Bueno, mi trayectoria en Chile fue muy breve. Yo fui profesor de una sede de la Universidad de Chile que se había abierto en mi ciudad. Allí no había carrera de Psicología, sino Pedagogía. Entonces empecé a darle clase a gente que estudiaba licenciatura en diversas áreas, como una materia general, psicología general. Pero en Chile, la verdad, fui dirigente político desde los dieciséis años; entonces, para ser muy honesto, un ochenta por ciento de mi tiempo lo gastaba en el quehacer político y el veinte por ciento restante en el estudio. Eso mismo me hizo comprometer mucho. Yo vivía en una zona del país donde estaba la población mapuche. Hay una deuda histórica con este pueblo porque un presidente tuvo una vez la idea de quitarles un millón quinientas mil hectáreas de terreno a los mapuches y traer inmigrantes suizos, españoles, europeos en general, la mayoría alemanes, de esos que venían huyendo de la Segunda Guerra Mundial. Casi todos habían sido cabos, sargentos del ejército de Hitler, entonces la gente era muy racista, bueno, nazi. La usurpación de esas hectáreas generó una situación de violencia muy fuerte en el país que hasta el día de hoy no se ha resuelto. La semana pasada, los mapuches quemaron cuarenta camiones. Están luchando todavía por la restauración de sus tierras. Yo me comprometí mucho en esa lucha, en esa causa. Cuando salió el presidente Allende hubo muchas tomas de tierra. Los mapuches sintieron, por primera vez, que había un respaldo a su causa y empezaron a tomarse la tierra; yo estuve muy cerca de todo ese proceso. Algún día quiero tener tiempo para poder escribir sobre esto… Fue un proceso extraordinario de la emancipación de un pueblo postergado. Yo fui elegido diputado con una mayoría abrumadora, miembro del Congreso Nacional. Entonces, la psicología fue quedando cada vez más a un lado. Yo fui el que coordinó la campaña del presidente Allende; es como decir que en el Atlántico yo era el jefe de la campaña. Entonces, cuando Allende salió, por supuesto yo asumí mucho control político, mucho poder político. Y estaba muy joven.

      H. M.: ¿Qué edad tenía?

      J. A.: Tenía veintiocho años, veintisiete años. Pero vino el Golpe de 1973 y me enseñó que hay que vivir el día (risas). Uno no sabe qué va a pasar al otro día. Salí al exilio y llegué acá, a la universidad. Estuve primero dos meses en Bogotá, buscando una nueva vida. Tengo una deuda muy grande con Rubén Ardila; él era decano en la Universidad de los Andes cuando yo llegué. Un profesor de la Universidad Nacional me hizo el contacto con él y fui a hablarle. Fue muy atento y me dijo: “Mira, yo te puedo ayudar; no te conozco, pero yo tengo amigos en Chile”. El primer nombre que me dio era el de un amigo mío, compañero de curso. Incluso fuimos compañeros de residencia. Entonces me dijo: “Si él me manda una carta, yo te recomiendo”. Y mi amigo, Julio Villegas, me mandó una carta. Mi esposa estaba en Chile todavía; habló por teléfono con él y él escribió inmediatamente la carta. Yo fui con la carta adonde Rubén y él me dijo: “Mira, hay empleo en Barranquilla, en Bogotá y en Cali, en la Universidad del Valle”. La Universidad del Norte fue la primera que me contestó. Había cierta prevención porque esta es una universidad privada, pero en ese momento había un rector muy sensible, una cosa impresionante. Rubén Ardila me dijo: “Pide cinco mil pesos de sueldo”. Cuando yo llegué estaba el decano José Luis Torres y él me dijo: “No, yo creo que te podemos pagar siete”. Cuando fui adonde el rector, él me pidió que le contara qué había pasado. Yo estaba todavía muy impactado, se me salían las lágrimas mientras le contaba. Ahí me subió el sueldo a nueve mil pesos (risas). Casi me dan el doble de lo que yo pedí. Y además me dieron un préstamo para que trajera a mi esposa, un préstamo condonable para que comprara muebles; es decir, fue una ayuda impresionante. Entonces, desde ese momento yo me sentí muy comprometido con la Universidad. Cuando llegué aquí no había nada. El decano José Luis Torres estaba recién nombrado y ya teníamos visita del Icfes, que venía a ver si el programa de Psicología podía seguir o se cerraba. Era el año 1974 y había comentarios en Bogotá de que aquí no había nada. Entonces José Luis, urgentemente, contrató a dos psicólogos muy buenos que terminaron trabajando en la Universidad de San Francisco: Regina Otero y Fabio Sabogal. Pero ellos, a los seis meses, empezaron a comparar los Andes con esta universidad y empezaron a decir que aquí no había nada, que esto era malo y, claro, José Luis no tenía una hoja escrita del programa, nada, porque estaba recién llegado. Por suerte, cuando mi esposa llegó, me trajo dos maletas de libros; eso fue lo único que le pedí que me trajera. Yo me quedaba hasta las cuatro de la mañana todas las noches armando los programas de todas las asignaturas, porque no había nada, no había absolutamente un programa, nada. Yo traté de reconstruir un poco el pénsum de la Universidad de Chile y José Luis había estudiado en la Nacional, entonces logramos estructurar un pénsum y después hicimos todos los programas de cada materia. En ese tiempo eran 180 créditos y había como ocho materias por semestre, ¡era una locura! (Risas). Pero cuando llegó el doctor Luna, que era profesor de la Nacional, a validar con Floralba Cano, vinieron a lo que vinieron aquí. Les pudimos entregar el documento completo (risas), pero muertos de miedo, porque antes el Icfes era como el Ministerio de Educación, el que daba el aval. Bueno, y finalmente sí dieron el aval que le permitía a la Universidad dar el título de psicólogo. ¡Siquiera! Porque ya estaban los alumnos en quinto año y la Universidad no sabía si podía dar los títulos o no. Fue una guerra, una lucha. Además, eran otros tiempos: yo dictaba veintisiete horas de clase, sin aire acondicionado (risas).

      H. M.: ¿Tuvieron que iniciar prácticamente todo el programa?

      J. A.: Claro. Pero eso a mí me sirvió mucho personalmente, porque me actualizó. Me tocó estudiarme la carrera entera en seis meses haciendo los programas (risas), por lo menos lo central.

      H. M.: ¿En ese momento usted tenía el título de psicólogo, o ya había hecho algún posgrado?

      J. A.: No, solo el pregrado. En esos tiempos nadie hacía maestría ni nada de eso. Tú, con el pregrado, podías hacer lo que tú quisieras. Cuando yo llegué aquí, éramos siete psicólogos en toda la ciudad y, claro, uno tenía aquí dedicación exclusiva. A uno le ofrecían tantos trabajos que uno cumplía con sus veintisiete horas y bien y todo, pero había mucha oportunidad porque las empresas ya estaban pensando en selección de personal, entonces nos buscaban para hacer la selección o para capacitación. De hecho, José Luis se retiró y montó una empresa, porque había demasiadas opciones de contratos y de empleo.

      H. M.: ¿Su línea era solo organizacional o también clínica?

      J. A.: Empezó siendo organizacional. La materia que más me gustó, en la que me fue mejor, fue Psicología Social; como siempre tenía mis inclinaciones por la Sociología, vi que era lo más cercano a mi formación. En Chile había un programa que se llamaba Educación Parvularia, que formaba especialistas, profesoras especialistas en atención al niño. Cuando llegué aquí a la ciudad no vi nada de eso. Hablé con el rector y le dije: “Mire, en Chile hay una carrera así. Yo veo aquí mucha población femenina que quiere estudiar, ¿por qué no creamos esa carrera?”. Y el rector y José Luis me dijeron: “Bueno, créela. Tráiganos la propuesta”. Dentro de las clases que dictaba, ese curso era el que más me gustaba porque eran puras pelaítas bonitas; yo era joven y soltero (risas). Sí, ese era mi grupo. Aparte de eso tenía conocimiento y era lo que yo había trabajado dentro de mi carrera política. Un día me llegó una educadora especial y esa ha sido una de las cosas que más me han gustado de mi vida, que nunca la cuento, ni nadie la sabe. Ella llegó y me dijo: “Yo trabajo con un grupo de niñitos con retraso mental –en esos tiempos se hablaba así: retraso mental, síndrome de Down– y no tengo quién me haga las evaluaciones de los niñitos”. Entonces yo le dije: “Bueno, yo te las hago”, y ella me dijo: “Pero sin costo”. Pues yo me conseguí a un pediatra amigo que me prestaba su consultorio y me puse a hacer las evaluaciones de los niñitos ahí. Una cantidad impresionante. De repente llegó un señor que tenía buena situación y que tenía un niñito con síndrome de Down y me dijo: “Mire, yo tengo una casa en un barrio, en un barrio pues proletario, de trabajadores. ¿Por qué

Скачать книгу