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el oído y resopla con alivio: su hermano ya no está dando vueltas, no oye sus pasos arriba, tal vez esté dormido.

      3

      Los dibujos animados terminaron y el abuelo se quedó profundamente dormido, ignorando las inquietantes imágenes del noticiario que ilustran del lanzamiento por la aeronáutica soviética del satélite Sputnik II al espacio exterior, llevando una cápsula espacial, en cuyas entrañas de acero viaja el primer astronauta de la historia: la perra Laika. Carnal aprovecha el leve sueño de su abuelo para bajar el volumen del televisor. Mira por la ventana y comprueba que los Carnicer se han ido, que no están rondando la casa y pisoteando las flores del jardín. Va a su cuarto, se sienta a la mesa y dispone una cuartilla en blanco, que numera con un dos en la esquina superior derecha. Antes de ponerse a escribir, observa que las manos le tiemblan ligeramente, y casi por instinto, se lleva la punta de los dedos a la nariz para cerciorarse de que no huelen a nada, y menos aun a «Rati-Xane».

      A continuación, decide reanudar la carta que dejó a medias la noche anterior, en la que imita con asombrosa precisión la letra puntiaguda de su tío Rodrigo, grafía que prácticamente ha hecho suya:

      El tiempo es bueno, a pesar del invierno, y todas las mañanas salgo a dar un paseo porque el médico me aconsejó caminar dos o tres horas al día, para oxigenar mi pobre corazón...

      No recuerda cuándo le inventó a su tío este padecimiento, pero le es muy útil a la hora de excusarse ante ciertos requerimientos de la abuela, o para demorar o evitar decisiones incómodas o demasiado inverosímiles. En cuanto a la gravedad de esta dolencia: procuró ser discreto llamándola «taquicardias funcionales», por si acaso. Juzgó que podría utilizarla acomodándola según las circunstancias fueran exigiéndolo en cada momento.

      ...Por lo demás, no tengo novedades: mi vida sigue igual de tranquila. Espero que tanto tú como Serafín y Carnal estéis bien de salud, y también deseo que papá, dentro de lo que cabe, no enferme de gripe como otros años.

      Recibe un gran abrazo de tu hijo, que os quiere mucho a todos,

      Y al llegar a la firma es cuando debe poner mayor cuidado: aunque lleva años falsificándola, todavía le cuesta hacerla idéntica a la verdadera, en cuya rúbrica, a pesar de su sencillez, casi siempre falla por torpeza.

      Rodrigo

      Carnal hace un ademán de indiferencia cuando piensa:

      Da igual, la abuela hasta ahora nunca se ha dado cuenta.

      Dobla en dos la cuartilla, la introduce en un sobre de vía aérea, lo cierra y le pone un sello de Australia, fuera de circulación desde hace varios años, que pertenece a la colección que formó su padre de jovencito, cuyos álbumes su hermano y él hallaron ocultos en uno de los muebles ciegos que construyó el abuelo.

      4

      Hacía tiempo que la abuela había puesto el cartel de alquiler; consideraba que no estarían de más unos ingresos extras para compensar su exigua jubilación y el injusto sueldo de maestro de su nieto Carnal, y así se lo hizo saber a este, que en un principio se mostró reticente, hasta que ella acabó por convencerlo recordándole, asimismo, los magros ingresos de Serafín, tan esporádicos a medida que menguan las oportunidades de trabajar como estibador en el puerto. Estuvo tanto tiempo colgado en la ventana del piso superior, que la abuela había llegado a olvidarse de que lo había puesto allí, hasta la mañana en que se presentó Nerea, llamó a la puerta, y haciéndose entender por señas, se mostró interesada. También por señas le hizo saber a la abuela que su presencia en la isla se debía a la afición de recolectar especimenes de conchas y caracolas marinas, si bien Adelina jamás supo para qué las quería.

      ¿En qué idioma hablará esa muchacha?, le preguntó luego a Carnal, intrigada con esa jerga para ella tan extraña. Pero fue la propia Nerea quien, al día siguiente, antes de encaminarse a la playa dispuesta a comenzar su trabajo, se encargó de decirles que hablaba finés, señalándoles el país en el globo terráqueo que había sido de Rodrigo, que Adelina recuperó prontamente de la caja de sombreros donde lo guarda. Y a continuación, soltó una serie de parrafadas de las que no entendieron una sola palabra, pero que a la abuela le bastaron para quedarse encantada con la chica, porque intuyó que era buena persona, y también porque de inmediato adivinó en los ojos de su nieto Serafín un brillo inequívocamente feliz.

      Carnal también se daría cuenta enseguida de que este se había quedado embobado nada más ver a la muchacha, y experimentaría una especie de brecha o desgarrón abierto en el pecho.

      Mi hermano creyó ver en ella a un ángel, pensaría esa noche, durante la duermevela, cuando a menudo confunde recuerdos y ensoñaciones. La limitada y torpe visión de Serafín le impide ver el verdadero rostro o bajo la máscara, y un corazón mezquino cuajado de oscuras intenciones. De buena gana lo hubiera abofeteado: despierta, hermano, deja de soñar y abre los ojos a la auténtica naturaleza de esta sabandija. Pero una espesa telaraña envolvía a mi hermano, y aún hoy es reacio a despojarse de sus pegajosos hilos. Nerea nos robó su cariño y fracturó la armonía de la casa interfiriendo en nuestros hábitos, abriendo grietas a la ligera en nuestras costumbres, como quien deja una puerta abierta a merced de las inclemencias del invierno por pura haraganería o displicencia. Por eso —y porque sus sentimientos jamás fueron auténticos— nunca la quise. La acepté a regañadientes, consciente de que Serafín estaba obsesionado con ella, y de que su felicidad, entonces, dependía de ese amor hallado a la deriva, como un náufrago traidor, cuyos ojos angelicales imploran socorro, mueven a la piedad, y en el preciso momento de ser rescatado, alarga un brazo mortífero y arrastra a su salvador consigo a las profundidades.

      En la madrugada del jueves, Serafín se despertó de pronto, impulsado por un misterioso vértigo, y halló entre sus brazos un cuerpo rígido y helado, con unos ojos verdes y vacuos, que aparentaban estar fijos en la lámpara del techo. Tardó horas en cobrar a medias conciencia de lo sucedido, tomar la decisión de bajar al cuarto de su hermano y decírselo, con voz desmantelada y temblorosa, porque fue incapaz de aceptarlo plenamente, y prefirió creer que estaba inmerso en una pesadilla:

      Está fría. No se mueve... y tengo miedo, pudo articular antes de abrazarse a Carnal y romper en un llanto demoledor.

      Carnal lo había mantenido aferrado a su pecho con fuerza, y, embargado por una emoción indescriptible y una ternura largamente contenida, lo había cubierto de besos y caricias. Tantas veces, de niños, Serafín hubo requerido el abrazo de su hermano, su pecho donde dejar las lágrimas, donde volcar su pánico, fruto de alguna de sus pesadillas nocturnas, de su miedo incontenible. También un mal sueño los hermana desde antaño, y en él comparten visiones de espanto, y si Carnal las supera cuando llega el alba, Serafín permanece anclado a ellas horas o días enteros, sumido en una angustia desesperante, desolado y temeroso de revivir las imágenes cuando vuelva a cerrar los ojos.

      El miedo generó en él una dependencia de su hermano enfermiza. Y Carnal tiene remordimientos por haber sido tan brusco la madrugada del jueves cuando, una vez arriba, señalándole el cadáver, le aseveró:

      No estás en una pesadilla; ella está muerta, ¿no lo ves? Y lo había sacudido por los hombros y obligado a que la mirase.

      Luego, cuando Carnal bajó y hubo despertado a la abuela Adelina, subió con ella, quien de inmediato comprobó la rigidez y frialdad de Nerea.

      En efecto, había dejado de ser la mujer de belleza exótica, cautivadora e inquietante, y perdido su hechizo al transformarse en un despojo imperturbable, carente de magia y seducción. Ni siquiera la serenidad de la muerte, que tantas veces realza la belleza, preservaba intacto alguno de sus atractivos; por el contrario, una pátina cérea tintaba su piel volviéndola abyecta, casi obscena.

      Fue entonces cuando Serafín cobró cabal conciencia de los acontecimientos, perdió su escasa templanza y se vino abajo, se dejó caer de

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