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De mujeres y partos. Mª José Alemany Anchel
Читать онлайн.Название De mujeres y partos
Год выпуска 0
isbn 9788437099705
Автор произведения Mª José Alemany Anchel
Жанр Медицина
Издательство Bookwire
En cuanto a la parte de este capítulo dedicada a la interrelación entre las teorías de la salud con las teorías feministas, este trabajo es deudor del magnífico texto de Velasco (2009) “Sexos, género y salud. Teoría y métodos para la práctica clínica y programas de salud”. A lo largo del siglo XX se desarrollan tres grandes bloques en cuanto a teorías de la salud (Kuhn, 2001): el primero es el paradigma biomédico que contempla las teorías biomédica y social, el segundo bloque es el de teorías críticas, incluyendo la teoría socialista, la psicoanalista, la estructuralista, la postestructuralista, la ecosocial y la biopsicosocial. El tercer bloque lo constituye la teoría feminista con sus distintas corrientes. Sobre estos pilares se construirá el denominado enfoque de género en salud.
Distintas corrientes se han ido sumando dentro de las propuestas del movimiento feminista, interrelacionándose entre ellas y conviviendo, hasta el punto de que muchas coexisten en la actualidad. Por ello consideramos oportuno realizar un somero recorrido por los aspectos más importantes de dichas corrientes y las aportaciones que han realizado al tema de la salud, basándonos en los trabajos de distintas autoras que con sus exhaustivos trabajos han analizado cada una de las distintas corrientes. Nos referimos a los trabajos de Juliet Mitchell (1974), Elizabet Fee (1983), Jane Flax (1990), Celia Amorós (1997 y 2005), Silvia Tubert (1990, 2001 y 2003), Elena Beltrán y Virginia Maquieira (2001), en la lectura de cuyos rigurosos textos se basa esta aproximación.
Como sabemos, la primera oleada del feminismo se desarrolló en Europa y EEUU desde la última década del siglo XVIII hasta principios del siglo XX y estuvo vinculada a la consecución del sufragio femenino. En los años 60 del siglo pasado comienza la llamada segunda oleada del feminismo en Estados Unidos con la corriente del feminismo liberal, que aboga por la igualdad de derechos y de oportunidades entre las mujeres y los hombres en lo que respecta al acceso a la educación, al trabajo y a los bienes sociales. El límite más importante de esta corriente, también llamada feminismo “blanco”, es que habla de las mujeres como si se tratara de un grupo homogéneo sin tener en cuenta las diferencias de clase, etnia, condición social u orientación sexual. Se critica abiertamente las formas en que se manifiesta el poder de los hombres médicos en la asistencia sanitaria hacia las mujeres. Según Betty Friedan (1963, pp. 78 y 208), su máxima exponente, se ejerce un autoritarismo en las consultas de ginecología tratándolas como niñas y también en las consultas de psiquiatría abusando de la prescripción de tranquilizantes, con el objetivo de domesticarlas para que sean sumisas en el cumplimiento de las exigencias a las que están sometidas en función de la sexualidad y de la reproducción.
Para el feminismo socialista la opresión que sufren las mujeres deriva de la lucha de clases propia de las sociedades capitalistas, por tanto no consideraron necesario militar en un movimiento distinto ya que el marxismo al crear una sociedad socialista, eliminaría la posición subordinada de la mujer dentro de la familia. Estos planteamientos fueron defendidos tanto por Alejandra Kollontai, que llegó a ser ministra tras la revolución de octubre, como por Rosa Luxenburgo, dirigente de la Liga Espartaquista (origen del Partido Comunista Alemán) asesinada en enero de 1919, quien llegó a enfrentarse con las tesis de Lenin reclamando la igualdad. Para ambas, no obstante, la opresión objetiva que la mujer padece no hace necesario que cristalice una causa feminista diferenciada del partido obrero, sino que aquella es un derivado de la lucha de clases por lo que su superación entra dentro de la estrategia del partido. Las limitaciones de esta corriente se han puesto en evidencia ya que, aún en sociedades socialistas o incluso, dentro de los partidos que las propugnan, la dominación sobre las mujeres se sigue manteniendo. En cuanto a las aportaciones de esta corriente al tema de la salud podemos destacar su planteamiento de que las desigualdades en la salud entre mujeres y hombres se derivan de la división originaria del trabajo en productivo y reproductivo, de manera que, por un lado existe una segregación laboral horizontal que hace que las mujeres se concentren en ciertos sectores y en ciertos puestos de trabajo; y una segregación vertical, de modo que existe una desigualdad en cuanto a las posibilidades de acceso a las responsabilidades y a la jerarquía de puestos dentro de una misma profesión. Ponen en la palestra los riesgos para la salud derivados del entorno laboral y denuncian las cargas de trabajo que asume la mujer, debidas a los imperativos del cuidado y de la maternidad que no son reconocidas ni remuneradas y se añaden al trabajo laboral fuera del domicilio. Por tanto, dentro del feminismo socialista, hay que tener en cuenta la clase social y critican a la corriente liberal por hablar de “las mujeres” como si fueran un colectivo homogéneo.
A partir de los planteamientos enunciados por la corriente marxista, a finales de la década de los 60 y durante la del 70 del siglo XX, surge el llamado feminismo radical con el propósito de encontrar una explicación al origen de la opresión de las mujeres. Según sus autoras, la raíz de la dominación no solo tiene que ver con las consecuencias del sistema capitalista, sino que hay una estructura superior –el patriarcado– que es un constructo primario sobre el que se asienta toda sociedad (Millet, 1995, p. 70). Por tanto, es necesario actuar desde el movimiento feminista, incluso manteniendo una doble militancia con sus partidos políticos. Se considera que ejercen una crítica radical por dos motivos: en primer lugar porque buscan la raíz de la dominación de las mujeres y, en segundo, porque proponen una revolución sexual que será la que, según sus presupuestos, acabará con la estructura patriarcal. El texto más representativo de esta corriente es Política Sexual (Millet, 1995) cuya autora, analiza el patriarcado desde sus fundamentos biológicos, sociales, políticos y psicológicos. La revolución sexual se propone con un lema: “lo personal es político” (Haninsch 1969) y sugiere que es la política la que permite que dentro de los hogares, en la vida privada de las mujeres y los hombres, exista una forma de relacionarse y de asumir las responsabilidades que se derivan de la vida en común. Proponen la emancipación de las mujeres, es decir, salir de la posición subordinada en la relación de poder con los hombres.
En cuanto a los temas de salud sus aportaciones son importantes. Se plantean romper con las ataduras ligadas a la reproducción y a la maternidad como institución, se involucran en la lucha por la liberalización del aborto y en defensa de la elección libre de la maternidad. También se manifiestan contra la prostitución, la pornografía y la violencia sexual. Entienden que las relaciones patriarcales de poder se reproducen en el campo de la salud, ejerciendo el médico el papel de padre, la enfermera el papel de madre y el o la paciente el papel de niño o niña. Por tanto, paternalismo y autoritarismo se ponen de manifiesto en el ejercicio de sus funciones. Al mantenerse la familia como institución fundamental se contribuye a la perpetuación del sistema y se mantiene a las mujeres como responsables de las funciones domésticas que se derivan de la maternidad y del cuidado, se impide la libre elección de la maternidad y se esconden los deseos de autonomía de las mujeres bajo los efectos de los tranquilizantes. Dan un paso más y realizan otra crítica al sistema sanitario que según esta corriente provoca una doble discriminación hacia las mujeres: por un lado como pacientes y por otro, porque son situadas en función de la distribución sexista de las profesiones sanitarias en puestos subordinados.
En los años 70 se produjo en EEUU el Movimiento de Salud de las Mujeres con el objetivo de oponerse al poder ejercido por el sistema médico, dando un empuje cualitativo, trabajando para que las mujeres fueran agentes de su salud y para que se crearan servicios de atención a sus necesidades que se encaminaran hacia el autoconocimiento y el autocuidado. Este movimiento se extendió también por Europa. Surgen así los Grupos de Autoayuda que tan buen resultado han dado en nuestro país en la desmedicalización de la menopausia. Uno de los movimientos más representativo fue el Colectivo de Mujeres de Boston, citado anteriormente, que publicó en 1971 Nuestros Cuerpos, Nuestras Vidas, reeditado hasta la actualidad con nuevas aportaciones y que ha pretendido poner en manos de las propias mujeres el saber sobre el cuidado de su propia salud.
La siguiente corriente dentro de la teoría feminista se basa en la recuperación del cuerpo femenino por las mujeres, haciéndose cargo de su sexualidad y de su