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De mujeres y partos. Mª José Alemany Anchel
Читать онлайн.Название De mujeres y partos
Год выпуска 0
isbn 9788437099705
Автор произведения Mª José Alemany Anchel
Жанр Медицина
Издательство Bookwire
El otro tema que –a pesar del poco interés que suscitó entre los intelectuales de su tiempo– sería fundamental para las disciplinas humanistas es el de la construcción cultural e histórica de las identidades de los sujetos. Beauvoir negó que la vocación natural de la mujer fuera la maternidad y se opuso a los presupuestos del psicoanálisis que afirmaban que el hijo representaba para la madre lo mismo que el pene para el varón. También manifestó su disconformidad con el denominado instinto maternal apoyándose en testimonios de la literatura y en historiales clínicos. En ese sentido, treinta años después, la historiadora feminista E. Badinter realizó una investigación sobre el amor materno desde los siglos XVII al XX demostrando que no se puede hablar de instinto y sí de la influencia de los usos y las costumbres en cada momento histórico, que son los que marcan los comportamientos sociales (Badinter, 1981).
Los antecedentes de la historia de las mujeres hay que buscarlos, como sabemos, en la relación entre las diversas ciencias sociales, cuestionando planteamientos tradicionales sobre la consecución científica de la verdad. Se ha partido de los trabajos de la antropología social centrados en el estudio del otro –otras sociedades, otras culturas–, de la profundización en el tema de la familia, o de la historia de las mentalidades con su interés por el ámbito privado y por la vida cotidiana de las personas, tomando en cuenta su faceta individual y subjetiva. Surgieron las primeras intervenciones en cuanto al concepto de etnocentrismo, cuestionando la creencia generalizada en el mundo académico de la superioridad de los propios valores y creencias que había contribuido a la legitimación de la desigualdad entre poblaciones y grupos sociales1. En cuanto al debate historiográfico, las principales aportaciones realizadas por el feminismo han ido en el sentido de reformular dos términos: lo considerado político y lo tenido por cultural, admitiendo la subjetividad como mecanismo cognitivo y proponiendo una reescritura de la historia que incluya la reflexión profunda sobre el sujeto histórico consciente, como plantea Borderías (1990) (Hernández Sandoica, 2004, p. 36).
Otra aportación importantísima es la introducción del concepto de política dentro de la historia de las mujeres, superando los planteamientos antes comentados de “esferas separadas” en las cuales se situaban los conceptos binarios de sexo o política, familia o nación, mujeres u hombres, haciendo imposible una interpretación de los hechos relacional o multicausal. En ese sentido, nos sumamos a la reflexión de E. Hernández Sandoica cuando afirma que “la historia de las relaciones de género resulta ser por tanto la aplicación historiográfica de un planteamiento alternativo en las ciencias sociales” (2004, pp. 42-43). La utilización del término política se había realizado hasta entonces, casi exclusivamente, cuando se hablaba de la relación entre el feminismo y el sufragismo. Colaizzi afirma que hacer teoría del discurso de las mujeres es una toma de conciencia del carácter histórico-político de lo que llamamos realidad y, además, es “...un intento consciente de participar en el juego político y en el debate epistemológico para determinar una transformación en las estructuras sociales y culturales de la sociedad” (1990, p. 20). En definitiva, se trata de introducir las experiencias de vida y la subjetividad de las mujeres en la reflexión histórica con la misma categoría que las actividades públicas y políticas, sin olvidar la legitimidad que ha proporcionado el discurso científico, político o religioso a las actividades realizadas por los varones.
Desde el feminismo se planteó el paralelismo que se producía con la disciplina antropológica en cuanto al concepto de androcentrismo, que había generado una serie de sesgos relacionados con el sujeto que estudia –selección y definición del problema–, con la sociedad observada y, en tercer lugar, con las categorías, conceptos y enfoques teóricos utilizados en una investigación. Para resolver estos problemas se incluyó la perspectiva de las mujeres en dichas investigaciones, adoptando el género como categoría de análisis (Maquieira, 2001, pp. 128-129), procedente del debate feminista americano. Como sabemos, J. Scott (1990) definió el género como un modo de pensar y analizar los sistemas de relaciones sociales como sistemas también sexuales y una manera de señalar la insuficiencia de los cuerpos teóricos existentes para explicar la persistente desigualdad entre mujeres y hombres: “...una construcción cultural y social que se articula a partir de las definiciones normativas de lo masculino y de lo femenino, la creación de una identidad subjetiva y las relaciones de poder tanto entre hombres y mujeres como en la sociedad en su conjunto” (Scott, 1990, p. 43).
Inmediatamente se presentó el problema de clarificar si existía una uniformidad que permitiera escribir una historia común de las mujeres, haciéndose necesaria la elaboración de un concepto de género que pusiera de manifiesto el carácter cultural y social de las diferencias sexuales, superando las explicaciones biológicamente deterministas y filosóficamente esencialistas (Morant, 2000, p. 295).
Coincidimos con quienes defienden que ello permitió avanzar en el camino para desvelar el origen de la construcción de las relaciones de poder y la desigualdad entre los sexos, así como para pensar los procesos por los cuales se había construido –y todavía se mantiene– la diferencia sexual y las formas cambiantes que ésta adopta, vinculando directamente lo personal y lo social, el individuo y la sociedad, lo material y lo simbólico, la estructura y la acción humana, situando la experiencia vivida en el centro mismo del orden cognitivo (Hernández Sandoica, 2004, p. 35).
La pregunta a resolver era, en nuestra opinión, ¿son tan marcadas las diferencias biológicas entre varones y mujeres que justifican los distintos papeles y responsabilidades que ambos desempeñan en la sociedad? Ya desde los clásicos se había argumentado que las diferencias entre los sexos –y entre las clases sociales– venían determinadas por la naturaleza. Este determinismo biológico ha sido reelaborado hasta nuestros días, tomando fuerza esta teoría a partir de los estudios de Darwin sobre el origen de las especies, justificando las diferencias genéticas como un mecanismo para adaptarse al medio. Tanto desde la biología como desde la psicología se han realizado críticas a la sociobiología, porque apoyándose en la selección natural se justifican algunos comportamientos que generan desequilibrios de poder entre las personas –xenofobia, homofobia, dominación masculina o estratificación social–. Como ha señalado la bióloga (Bleier, 1984) habría mayor justificación científica para explorar y tratar de entender la gran variedad entre los individuos que la engañosa supuesta diferencia entre los sexos. También desde la antropología, Verena Stolcke afirma que “el estudio tanto de la diversidad como de las semejanzas entre los seres humanos y las sociedades es una tarea irrenunciable” (Maquieira, 2001, p. 165).
La sociedad victoriana, en la cual las ideas de Darwin rompieron con siglos de superstición, fue la que se propuso crear un modelo de relaciones de género basado no en cómo eran las mujeres en la realidad, sino en cómo ellos, los hombres, consideraban que debían ser: el varón se tenía que desenvolver en el mundo público y la mujer en la esfera doméstica. Esta dicotomía que se pretendió universal y ahistórica en la experiencia vital de los seres humanos, ha sido criticada desde el feminismo por diversas autoras que desde la antropología plantean la toma en consideración del contexto, es decir, el conjunto de características ecológicas, históricas, sociales, económicas y culturales que combinadas de una manera particular, configuran las prácticas, los procesos y las relaciones sociales (Maquieira, 2001, p. 146). M. Rosaldo afirma que existe –contrariamente al supuesto modelo homogéneo y universal– una gran diversidad por cuanto hace a los papeles desempeñados por las mujeres y por los hombres, ya que en función de la sociedad observada son realizados por unas u otros. Sí que existe, sí que se constata, esta vez sí con carácter universal, que en todas las sociedades las actividades atribuidas a los varones gozan de mayor consideración que las efectuadas por las mujeres. De esa valoración diferenciada se deriva que sean ellos quienes detenten el poder y la autoridad (Maquieira, 2001, p. 148).
Esta división del trabajo que genera desigualdades solo tiene un hecho biológico incuestionable y es que tanto la gestación como el parto se producen en el cuerpo de la mujer. El que a partir del nacimiento de los hijos, la mujer se haya dedicado no solo a la alimentación y al cuidado de sus crías, sino que también –por extensión– al del resto de los miembros de la unidad familiar, es una construcción cultural y socialmente aceptada.