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necesita también cultivar y desarrollar identidad y subjetividad en el femenino, sin renunciar a sí mismas. Los valores de los que las mujeres son portadoras no son suficientemente reconocidos y apreciados, incluso por las mismas mujeres. Sin embargo, son valores de los que el mundo hoy tiene necesidad urgente, sea que se trate de un mayor cuidado de la naturaleza o de una capacidad de entrar en relación con el otro (Irigaray, 2010).

      Propone crear un espacio entre mujeres que trabaje al margen del modelo masculino de la cultura occidental y que recupere los valores de la esencia femenina, pero afirmando que de la biología y de la naturaleza formamos parte tanto las mujeres como los hombres y lo que hay que conseguir es acabar con la jerarquía en los atributos que desvalorizan a la mujer.

      “...de esa porosidad turbadora de las mujeres. (...)” ...el yo femenino es ‘vaporoso’. Ves que asocio el destino del erotismo femenino con el de la maternidad: aunque se trate de dos vertientes totalmente distintas de la experiencia femenina, el cuerpo vaginal, ese habitáculo de la especie, impone de todas formas a la mujer una experiencia... ‘de la realidad interior’, que no se deja sacrificar fácilmente por lo prohibido, (...) Por ello se comprende que esa profundidad vital constituya también un peligro social (Clèment y Kristeva, 2000, pp. 25-26).

      Siguiendo con el permanente debate que se produce dentro de la corriente feminista (Alcoff, 1989, pp. 18-41), cuestiona el esencialismo con que se desarrollan algunas hipótesis. Plantea la necesidad de elaborar una teoría de la subjetividad que se base en la experiencia vivida de cada persona y se aleje del esencialismo biológico, de las prescripciones y de las normas culturales y sociales propias de determinismo social. En el mismo sentido se desarrolla el trabajo de Teresa de Lauretis, siempre preocupada por la desarticulación de los mecanismos sociales e históricos de la dominación y de la invisibilización de las mujeres. En cuanto a la construcción de la subjetividad femenina de Laurentis afirma que los seres humanos, como seres sociales, nos construimos cotidiana y precozmente a partir de los efectos del lenguaje. Con esas premisas se conforma la auto-representación, que lleva implícita la diferencia entre sujetos mujeres y sujetos varones y también la valoración jerárquica y negativa del sujeto mujer. También incorpora sus reflexiones afirmando que, por un lado, estaría la mujer como una construcción ficticia y, por otro, las mujeres como seres históricos reales. A partir de ahora ya no se hablará de la mujer como algo universal, sino de las mujeres.

      Hay “lenguajes”, estrategias lingüísticas y mecanismos discursivos que producen significados; hay diferentes modos de producción semiótica, formas distintas de invertir esfuerzos para producir signos y significados. En mi opinión, la manera de emplear ese esfuerzo, y los modos de producción implicados, tienen una relevancia directa, incluso material, para la constitución de los sujetos dentro de la ideología: sujetos diferenciados por la clase, la raza, el sexo y cualquier otra categoría diferencial que pueda tener valor político en situaciones vitales concretas y momentos históricos determinados (De Laurentis, 1992, p. 55).

      Será Judith Butler quien cuestionará el tratamiento que se está dando al género desde la teoría feminista en su libro El género en disputa: el feminismo y la subversión de la identidad (1990), uno de los libros más influyentes del pensamiento feminista contemporáneo. La filósofa analiza Introducción al narcisismo y Duelo y Melancolía de Freud para bucear sobre las bases más arcaicas de una identidad, donde se produce ‘la pérdida primordial’ y el dolor psíquico inscrito en el inconsciente. A partir de esas lecturas reconoce el dolor por la pérdida de identidad que padecen las personas cuyas identidades sexuales no son reconocidas, como homosexuales y lesbianas, bisexuales o transexuales. Más adelante lo llamará ‘dolor de género’ cuando a través de sus trabajos filosóficos, complejos y muy difíciles de interpretar sin desvirtuarlos, acuñe la teoría Queer. Butler plantea que el ‘sexo’ entendido como la base material o natural del género, como un concepto sociológico o cultural, es el efecto de una concepción que se da dentro de un sistema social ya marcado por la normativa del género. Este planteamiento, a partir del cual el sexo y el género son apartados de cualquier planteamiento esencialista, desestabilizó la categoría de ‘mujer’ o ‘mujeres’, y obligó a la perspectiva feminista a repensar sus supuestos, y entender que ‘las mujeres’, más que un sujeto colectivo dado por hecho, era un significante político. Butler no quiere decir que el sexo no exista, sino que la idea de un ‘sexo natural’ organizado en base a dos posiciones opuestas y complementarias, es un dispositivo mediante el cual el género se ha estabilizado dentro de la normativa heterosexual que caracteriza a nuestras sociedades actuales. Plantea la performatividad de género, donde cada cual hace su puesta en escena que puede ser tan diversa como identidades haya, en función de una normativa genérica que promueve y legitima o sanciona y excluye (Butler, 2001).

      Las repercusiones tanto del feminismo estructuralista como del postestructuralista en cuanto al concepto y a la planificación de programas de salud, se derivan de no aceptar la definición de ‘mujer’ como un sujeto único y universal. Hay que tener en cuenta en el momento de la planificación de estos programas distintas variables: los estereotipos en cuanto a etnia y país, la edad, la clase social, la ideología, el sexo y la orientación sexual, así como las experiencias –tal y como han sido entendidas y vividas–, con el objetivo de atender verdaderamente las necesidades de las personas. Y, desde luego, se contempla la visibilidad de las identidades sexuales y de género sean cuales sean, sin caer en parámetros recurrentes de patologización de lo diferente.

      En esta síntesis de la evolución del pensamiento feminista, llegamos a lo que se conoce como la tercera ola del feminismo, con la corriente postfeminista que incluye la teoría queer y el transgénero, cuyas máximas principales son la diversidad, la subversión y destrucción de los roles sexuales, al tiempo que se mantiene la lucha por los derechos igualitarios. Se produce una importante brecha con el feminismo, al que se acusa de haber elaborado sus aportaciones teóricas desde un planteamiento universal y heterosexual. La identidad lésbica ha asomado tímidamente y sin hacer demasiado ruido en el movimiento feminista, del mismo modo que en el resto de la sociedad del siglo XX. Ello se explica porque el lesbianismo ha estado condenado hasta hace pocos años al campo de la patología y empieza a tener marco teórico en los inicios del siglo XX al amparo de la teoría Queer.

      En estas últimas páginas hemos realizado un escueto recorrido por las distintas corrientes que fueron conformando y enriqueciendo la teoría feminista a lo largo del siglo XX y en los inicios del XXI. Las características de este trabajo no permiten una extensión más detallada, lo que aportaría matices y facilitaría la comprensión de las divergencias y las confluencias entre las distintas vertientes que han convivido durante estos años. Ahora nos proponemos llegar al estado de la cuestión actual, acercándonos a los dos grandes bloques que, a

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