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sus comienzos, indiscutiblemente, es el de la igualdad entre mujeres y hombres. El del primer período se inscribe en la consecución de derechos civiles, persiguiendo hacer realidad el sufragio de las mujeres. En la segunda ola, las primeras elaboraciones teóricas, tanto desde el feminismo liberal, como del socialista y del radical –apoyados por la teoría marxista–, se inscriben en la consecución de la igualdad de derechos, la igualdad social y, por tanto, en contra de las relaciones de poder. Más adelante también se profundiza en las identidades masculina y femenina, apoyándose en el concepto género para estudiar las diferencias que son construidas socialmente y por ello no son esenciales. Es aquí donde empezamos a encontrar posiciones que van permeando la igualdad y la diferencia.

      También durante la segunda ola del movimiento feminista hubo elaboraciones teóricas que se adscribieron a la diferencia. Nos referimos a los inicios del feminismo cultural y sus derivaciones, así como los ecofeminismos que empezaron con la afirmación de que las mujeres son diferentes y hay que reconocer y visibilizar esas diferencias. También desde estas corrientes se indaga sobre las identidades, produciéndose notables avances en torno a la feminidad. Esta línea se adscribe a la esencia femenina y tiene su razón de ser en la experiencia del cuerpo vivido y en la maternidad.

      Será a partir de las líneas iniciadoras de lo que se ha dado en llamar tercera ola, donde tanto el estructuralismo como el postestructuralismo o postmodernismo, incorporaron una idea que viene a cambiar sustancialmente sus planteamientos: ni las mujeres ni los hombres son iguales entre ellos. Estas diferencias, como venimos insistiendo a lo largo de este texto, vienen determinadas por la etnia, por la clase social, por la cultura y el país al que pertenecen o por la orientación sexual que han decidido tomar en sus vidas. Se supera la idea de diferencia y se toma como referencia la diversidad, concepto que plantea menos divergencias, ya que es perfectamente asumible que reconocer la diversidad de las mujeres –y de todas las personas– no impide hablar de igualdad. Para poder recuperar la identidad femenina proponen señalar y mantener los rasgos diferentes para las mujeres, lo que les proporcionará un lugar simbólico para poder superar la primacía masculina. La principal referencia dentro del ámbito de nuestro país del feminismo de la igualdad es Celia Amorós, que no puede compartir la idea de ese orden simbólico porque es asimétrico y es producto de una jerarquía de poder: “...las mujeres tendríamos que encontrarnos en una situación de equipotencia con respecto a los varones para instituir esa simbólica [ese orden simbólico] propia sin connotaciones de inferioridad y subordinación, lo cual implica el logro de la igualdad (Amorós, 1998)” (Velasco, 2009, p. 85).

      El concepto de género utilizado desde el feminismo constructivista permite incorporar en el análisis a personas de distinto sexo y condición, que tienen identidades distintas, pero no por ello tienen que disfrutar de menos derechos. Desde una postura ecléctica respecto a igualdad y diferencia nos encontramos actualmente con la necesidad de seguir reflexionando, investigando y teorizando sobre el hecho humano, la diferencia sexual, las identidades, y seguir manteniendo la presión para que haya mayor libertad y justicia. En el marco de la igualdad de derechos y oportunidades se ha de mantener la militancia política. Pero aunque es en el marco teórico donde parece que tendrán que desarrollarse las discrepancias en torno a la diferencia y a la diversidad, es en el plano político donde hay que luchar por la no discriminación de las y los diferentes.

      Dentro del campo de la salud podemos relacionar con las reivindicaciones que se han producido en la corriente de la igualdad, la consecución de Políticas de Igualdad y Equidad en los recursos de salud. Esto contempla la detección de los sesgos de género que se producen en la asistencia sanitaria, las desigualdades por sexos en las maneras de enfermar y la influencia de las relaciones de género en la medida que producen una serie de enfermedades más prevalentes en las mujeres debido a su rol de género. Por último, se presta atención a los factores de riesgo que producen desigualdades en la forma de enfermar de mujeres y varones. Las aportaciones derivadas del feminismo de la diferencia se relacionan con el análisis de la diferencia en la identidad femenina. Esto contempla el desarrollo de métodos de atención diferencial a aspectos propios de la fisiología femenina como maternidad, parto, puerperio y lactancia. Uno de los aspectos más destacables de este modo de atención es la creación de grupos de cuidados de salud entre mujeres, y que funcionan en aspectos de la salud ante los cuales las mujeres se muestran más vulnerables: salud mental, climaterio y menopausia, malos tratos y cáncer de mama entre otros.

      A lo largo del siglo XX las distintas posiciones de la teoría feminista han ido insertándose en los métodos y en la investigación relacionada con la atención al cuidado y la salud de las personas. La teoría crítica feminista a partir de los años setenta ha ido perfilando su propia epistemología a partir de dos premisas que hasta entonces no habían formado parte de la observación del fenómeno humano: la existencia de los sexos y la relación de podersubordinación que rige sus relaciones. Por tanto, su interés principal será visibilizar el sexismo y del androcentrismo presentes en el mundo de la ciencia e investigar las causas de su existencia. Se denuncia la supuesta neutralidad de la ciencia, de modo que cuestionan la afirmación de que las personas que investigan se sitúan necesariamente en una posición de objetividad. Entre los métodos de investigación utilizados es frecuente encontrar la fenomenología social para estudiar sus efectos sobre la salud pero del mismo modo se apoyan en recursos positivistas para cuantificar la magnitud y las repercusiones de tales efectos.

      Coincidimos con distintas autoras cuando hacen la propuesta de acotar los aspectos sobre los cuales habría que debatir, con el objetivo de modificar la desigual realidad existente Fox Keller (1985), Harding (1996), Lagarde (1996) y Pérez Sedeño (2001). Se trataría en primer lugar de mostrar y cuestionar las díadas tradicionales que se mueven en una lógica binaria: mujer/hombre, femenino/masculino, pasivo/activo, privado/público, emocional/racional, para evidenciar la jerarquía social que se establece desvalorizando la parte femenina de las díadas. En segundo lugar, consideran imprescindible visibilizar distintos fenómenos, por citar algunos de ellos: la exclusión, el silenciamiento y la omisión, el tratamiento sesgado, la devaluación, la discriminación y la subordinación de lo femenino en general y de las mujeres en particular, para poder cuestionarlos. En tercer lugar y refiriéndonos directamente al tema de la salud, habría que desvelar y criticar las premisas biologicistas que tratan de definir las características y las diferencias entre mujeres y hombres. Así mismo, es necesario derribar y cuestionar las premisas esencialistas que ligan los hechos de ser mujer a la biología, es decir, al sexo, en vez de reconocer que se trata de una construcción cultural: el género. Por último, es necesario huir de las premisas universalistas, que suponen que hay una identidad única para la mujer y, por ende, para todas las mujeres.

      La filósofa Sandra Harding (1993) revisó las críticas feministas de la ciencia y las investigaciones realizadas desde posiciones androcéntricas. Según la autora hay tres posiciones epistemológicas feministas que cuestionan la ciencia cada una de ellas a distintos niveles. El empirismo feminista sostiene que por la simple inclusión de las investigadoras mujeres se corregirán los sesgos sociales observados –androcentrismo y sexismo–, a pesar de que no se cuestione la metodología utilizada. Según este planteamiento el problema es la ciencia mal hecha. Por ello, con la presencia de científicas e investigadoras se corregiría el problema. En el campo de la salud estaríamos hablando de las investigaciones epidemiológicas sobre morbilidad diferencial por sexos que, valiéndose de métodos estadísticos, pueden dar a conocer la incidencia de determinadas enfermedades en cada sexo o el distinto esfuerzo terapéutico que se aplica ante el mismo cuadro clínico, en función de que los síntomas aparezcan en una mujer o en un varón. Gracias a este tipo de estudios se están evidenciando las distintas formas de enfermar de unas y otros y la distinta forma de ser atendidos en las unidades clínicas, además de que, al utilizar métodos de investigación validados por la ciencia, los resultados son reconocidos y asumidos por ella. El punto más débil de estas investigaciones es que, al situarse dentro del paradigma científico hegemónico, no cuestionan el sesgo androcéntrico existente que subyace en la selección de los problemas a investigar o en el tipo de preguntas sobre las posibles causas de dichos problemas.

      La siguiente posición es el punto de vista feminista. Entiende que basándose en la realidad, la experiencia vivida por las mujeres plantea un punto de vista

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