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de interacciones de raíz ideológica y mental que constituyeron las razones que concluirán con la rebelión y posterior independencia.

      Este contexto viene delimitado por cuatro fenómenos de diversa genealogía. Uno de ellos, la influencia de las Luces –de las teorías de la Ilustración– enmarca los tres restantes: la independencia de las Trece Colonias, la Revolución francesa y la independencia de Haití.

      Antes hemos citado la opinión de Lynch respecto al hecho de que creer que la Ilustración hizo revolucionarios a los americanos es confundir causa y efecto. Este es un asunto que ha provocado opiniones discrepantes.

      La valoración más optimista con respecto a las correspondencias entre la difusión de las ideas de los ilustrados y el desarrollo de las de los independentistas la encontramos en Jacques Lafaye (1990), para quien éstas circularon con rapidez por América desde la segunda mitad del siglo xviii y alentaron a los criollos a asumir el liderazgo cultural e intelectual del mundo hispánico. A su parecer, después de la independencia norteamericana y de la Revolución francesa, el número de adeptos a las ideas revolucionarias se incrementó sensiblemente.

      En el desarrollo de este proceso tuvo –siempre según Lafaye– una enorme influencia la expulsión de los jesuitas. Éstos controlaban la educación ideológica y espiritual de los criollos y contribuyeron de forma importante al surgimiento del patriotismo americano. La existencia creciente de una «burguesía profesional y comercial» en los principales puertos continentales, junto con la llegada de las obras de los ilustrados, catalizó un sentido de la injusticia por su casi absoluta exclusión de los altos cargos de la burocracia, la Iglesia o el Ejército.

      La expulsión de los jesuitas, más allá de las repercusiones de carácter religioso, echó a perder la vida social, cultural e intelectual. Las demandas de conocimiento científico y filosófico, y de independencia respecto de la burocracia española, empezaron a ser cubiertas con la proliferación de sociedades secretas de orientación masónica. Lafaye afirma que, desde la segunda mitad del si glo xviii, florecieron las artes y las ciencias; se crearon cátedras de derecho de las cuales surgirían los juristas que más tarde serían los teóricos de la emancipación y, después de la independencia, los miembros destacados de las asambleas constituyentes. Además, este fermento intelectual no quedó circunscrito a las universidades o a las logias masónicas, sino que fue propagado en publicaciones periódicas como la Gaceta de Madrid (que se reimprimía en América), las Gacetas de México y de Lima, o en el Diario Erudito, Económico y Comercial de Lima. Igualmente se publicaron obras que condensaban el saber acumulado por los estudiosos americanos: la Storia Antica del Messico, el Diccionario Geográfico Histórico de las Indias, o las Memorias (publicadas posteriormente) del dominico fray Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra. Todos ellos fueron hombres influidos por la Ilustración, que leían a Feijoo y Jovellanos, y también a Bentham, Voltaire y Rousseau. Su actividad permitió que las élites americanas lograran –como confirma von Humboldt– un elevado nivel cultural a finales del siglo xviii.

      Mucho más matizada es la tesis que sobre este tema defiende Céspedes del Castillo (1988), para quien la interrelación entre Ilustración y procesos independentistas debe ser estudiada a partir de una premisa básica: que la Ilustración fue en América un fenómeno de reducidas minorías, que provocó un contundente rechazo entre los conservadores (aquellos que simplemente pretendían sustituir a los españoles) y una aceptación matizada entre los progresistas (aquellos que deseaban introducir mayores o menores transformaciones estructurales). Pese a esto, el liderazgo social asumido por la minoría ilustrada supondrá a largo plazo una reorientación intelectual completa. Céspedes del Castillo diferencia lo que denomina cuatro hechos básicos con respecto a los efectos en América de las ideas de las Luces: a) que la Ilustración fue un proceso dinámico, que ofrece variantes importantes en los diferentes países europeos; b) que la recepción de estas ideas no fue homogénea en los diversos territorios americanos; c) que la mayor rapidez de las comunicaciones aumentó la velocidad de la difusión de las ideas; y d) que la influencia de la Ilustración presenta tres fases: la primera, hasta 1808; la segunda, la de los años de la emancipación; y, la tercera, la más intensa e importante, después de la independencia.

      Respecto al período que nos interesa ahora, Céspedes del Castillo defiende que se aceptan los principios intelectuales, científicos y económicos, pero no los estrictamente políticos. Las ideas de democracia, soberanía del pueblo y anticlericalismo son rechazadas. Los pocos adeptos que estas ideas pudieron captar, como es el caso de Francisco de Miranda, se cuentan –a su parecer– con los dedos de una mano. Simón Bolívar fue especialmente crítico al juzgar la Primera República venezolana (1811-1812) encabezada por Miranda:

      Lo que debilitó más al Gobierno de Venezuela fue la forma federal que adoptó, siguiendo las exageradas máximas de los derechos del hombre, que, al autorizarlo para que se rija por sí mismo, rompe los pactos sociales y constituye a las naciones en anarquía. (Marichal, 1986)

      Bolívar, un hombre que para Juan Marichal es un hijo del siglo de las Luces y de la revolución de 1789, propugnó, en la Constitución de Venezuela, una Cámara Alta o Senado hereditario; más tarde, en la Constitución de Bolivia, añadió la Cámara de los Tribunos y la Cámara Alta (ambas electivas), y una tercera, la de los Censores, que sería vitalicia (ibidem).

      Dos posiciones, pues, enfrentadas, las defendidas por Lafaye y las defendidas por Céspedes del Castillo. Centrémonos, sin embargo, en aquellos tres fenómenos de distinta genealogía sobre los cuales existe un consenso con respecto a su influencia, para así recapitular después y poder llegar a establecer conclusiones.

      La independencia de Estados Unidos, que ofrecerá, no sólo el convencimiento de la posibilidad de romper con éxito los vínculos coloniales, sino, de cara al futuro, un modelo de sociedad y de instituciones que en buena medida incidirán en el proyecto de las clases dominantes latinoamericanas, ofreciéndoles al menos, como han escrito Cardoso y Pérez Brignoli, un horizonte ideológico hacia el cual avanzar. Probablemente, la influencia de la independencia de las antiguas colonias británicas del norte fue la más duradera sobre América Latina, aunque parece acertada la tesis de Céspedes del Castillo según la cual ésta aumentará a medida que avance el siglo xix. Con anterioridad a las luchas por la independencia de las colonias hispanoamericanas, la propia existencia de Estados Unidos haría poco más que excitar la imaginación de los hispanoamericanos, por utilizar la acertada idea de Lynch. No parece, pues, que la colaboración española en la lucha de los norteamericanos contra Gran Bretaña tuviera mayores repercusiones.

      Es cierto que las obras de Paine o los discursos de John Adams, Jefferson y Washington circularon por las todavía colonias españolas; es cierto que algunos de los independentistas viajaron a la nueva nación del norte, pero no contamos con indicadores fiables de que el proceso emancipador recibiera más apoyo –aunque fue muy importante– que la idea de que el yugo colonial podía ser roto, como habían conseguido los americanos del norte después de enfrentarse a una potencia en su apogeo como era Gran Bretaña.

      Aun así, con posterioridad a 1810, podemos rastrear una mayor incidencia de la experiencia republicana de Estados Unidos, como nos lo demuestran las constituciones de países como, por ejemplo, México o Venezuela. A los intercambios comerciales que los estadounidenses establecieron desde una fecha temprana con el Caribe se añadirán, tras la emancipación, aquellos que establecerán con el Río de la Plata y con la costa del Pacífico; y no sólo serán mercancías lo que llevarán los barcos, sino también libros e ideas.

      – La Revolución francesa tendrá una relativa importancia en el campo ideológico, aunque resulta difícil establecer las dimensiones reales de ésta, a pesar de que historiadores como E. B. Burns (1989) hablan de una «monumental influencia». Conviene tener en cuenta que la idea de igualdad propugnada por los revolucionarios franceses sintonizaba mal con una sociedad en la que el segmento de población mayoritario estaba formado por indios, negros y mestizos. Quizás la influencia más notoria sea la referida a Haití –a la que nos referiremos más adelante–, por las repercusiones de la propia revolución en la isla de Santo Domingo, así como en Martinica y Guadalupe. En el plano ideológico, conviene no olvidar la huella

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