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dos años más tarde, al romperse una tregua abierta con Morillo propiciada por el triunfo liberal en España. La batalla de Carabobo (24 de junio de 1821) permitió a Bolívar ocupar definitivamente Caracas y realizar la integración de la antigua Capitanía General de Venezuela en la Gran Colombia, siendo él mismo su presidente.

      Paralelamente al desarrollo de estos acontecimientos, en Buenos Aires existe la convicción de que la definitiva derrota realista en tierras peruanas era indispensable para asegurar la independencia de las Provincias Unidas de Suramérica, que había sido declarada en el Congreso de Tucumán en 1816.

      Los primeros resultados de aquella táctica se recogieron en Chile, en un intento inicial de tomar Perú por el sur. El motor del proyecto fue José de San Martín, gobernador de Cuyo, quien organizó una expedición que atravesó los Andes en enero de 1817. La osadía de aquella inesperada empresa favorece a los independentistas en sus enfrentamientos con los realistas chilenos en Chacabuco, quienes tomaron Santiago un mes después. Bernardo O’Higgins estará a la cabeza de la nueva junta creada, como director supremo. La batalla definitiva con los realistas será la de Maipú (5 abril de 1818), tras la cual se declararía la independencia de Chile (Rodríguez, 1996).

      Con aquella base chilena, San Martín retoma su proyecto de atacar Perú. Las duras condiciones del desierto de Atacama, que separa Chile de Perú, hicieron que San Martín decidiera enviar a sus 4.500 hombres por mar en agosto de 1820, con los barcos de lord Cochrane. Un último intento de negociación por parte del virrey Pezuela, más tarde derrocado por un golpe militar y sustituido por José de la Serna, resultó inútil. Por esto, y pese a que San Martín no pudo reclutar un elevado número de seguidores en Perú, Lima fue abandonada por los divididos realistas y tomada casi sin lucha por éste, quien proclamaría la independencia peruana en julio de 1821 y sería nombrado protector provisional de la nueva república. No obstante, el Alto Perú quedaría por un tiempo como reducto de los realistas.

      Será poco después cuando se unirán los caminos de los dos grandes libertadores, Bolívar y San Martín. Éste último solicitó la colaboración de Bolívar para culminar la derrota realista en el interior del antiguo virreinato peruano, retrasada por la falta de ayuda exterior y de suficientes apoyos internos. La entrevista entre ambos se produjo en Guayaquil (julio de 1822), y será poco después cuando San Martín se retire del proceso liberador, y vaya a un exilio europeo, con lo cual quedaría Bolívar como el encargado de culminar la independencia del subcontinente.

      Tras superar rebeliones internas contra su poder en Lima, Bolívar emprendería la campaña definitiva en el Alto Perú en mayo de 1824, hasta que la derrota realista en Ayacucho (9 de diciembre de 1824), a manos de José de Sucre, puso prácticamente punto y final a la resistencia realista. Desmembrado este territorio, separado de los dos virreinatos a los que había estado unido, se constituyó como la nueva República de Bolivia.

      Si hemos señalado anteriormente que la convulsa situación política en España había agravado la tensión en América y había obstaculizado la solución de los conflictos, un ejemplo claro de este impacto lo encontramos en Nueva España. Allí la independencia se origina como una revolución conservadora contra las disposiciones liberales que llegaban de Madrid desde 1821. Las medidas contra la Iglesia y la anulación de los fueros militares, entre otros, enemistaron a la élite criolla con la metrópoli liberal, contraria a cualquier cambio que modificara el estricto orden social impuesto (Domínguez, 1985). Un antiguo general realista, Agustín de Iturbide, concluyó en febrero de 1821 un acuerdo con el guerrillero indígena Vicente Guerrero, conocido como el Plan de Iguala, por el cual se garantizaban todos los privilegios de la Iglesia católica, se proclamaba la independencia (en su segundo punto) y se adoptaba la monarquía. El compromiso de defender las tres garantías –religión, independencia y unidad entre españoles y criollos– se convirtió en el nexo de unión de grupos enfrentados por otras causas, con tanta fuerza que el virrey O’Donojú reconoció en septiembre de aquel año la independencia de México.

      El rechazo de este acuerdo por las Cortes de Madrid, en febrero de 1822, impidió que se optara por un príncipe español para encabezar la nueva monarquía, y Agustín de Iturbide ocupó el trono imperial como Agustín I. El fin de este breve imperio también supondría, ya en 1823, la separación de México de las Provincias Unidas de América Central, mediante una declaración del Congreso, reunido en Guatemala, comparable a la que había decretado la anexión previa en 1821.

      La segunda colonia que consiguió emanciparse tras Estados Unidos fue Haití, pero las causas y los protagonistas de la independencia de esta colonia francesa fueron muy diferentes, como señala Luis Alberto Sánchez (1975). Esta colonia estaba situada en la mitad occidental de la antigua isla Hispaniola. Los franceses se instalaron allí tras el Tratado de Ryswick, de 1697, por el cual los españoles les cedieron esta parte de la isla; la frontera entre la parte española –Santo Domingo– y la francesa fue trazada definitivamente en 1776 (Moya, 1974). Los franceses desarrollaron una explotación cafetera con esclavos negros y unos pocos blancos que controlaban las haciendas. Por cada blanco había más de veinte esclavos negros y un mulato o negro con carta de libre. Los blancos, a pesar de ser una minoría, no estaban bien avenidos porque los hacendados criollos no podían ver a los administradores llegados de la metrópoli. En 1787 se crearon las asambleas coloniales y, desde éstas, los hacendados criollos pidieron a la metrópoli el derecho a ocupar también los cargos coloniales, igual que los blancos llegados de la metrópoli (Sevilla, 1981).

      La isla envió representantes a los Estados Generales que protagonizaron el estallido de la Revolución francesa. En París vieron la proclamación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, el reconocimiento de los derechos políticos de los mulatos y de los negros y, más tarde, durante la etapa de la Convención, la abolición de la esclavitud. Atemorizados por las repercusiones que estas medidas podían tener en la isla, los criollos de Haití rechazaron las disposiciones revolucionarias de la metrópoli, proclamaron su fidelidad a Luis XVI e incluso pensaron en la emancipación. Los jacobinos enviaron a un joven mulato educado en París, Vicente Ogné, que cuando llegó a la isla dejó de lado las reclamaciones y se incorporó a los levantamientos violentos de mulatos que pedían sus derechos legales. Vicente Ogné fue ejecutado en 1791, pero la isla caminó hacia la anarquía con constantes enfrentamientos muy violentos y sanguinarios entre blancos, negros y mulatos, y numerosas plantaciones fueron destruidas. Los blancos que sobrevivieron emigraron a las islas próximas y hacia Estados Unidos.

      Como dice Moya (1991), lo que empezó como una revuelta de esclavos se convirtió en una guerra civil y en una guerra internacional, con la participación de España, Inglaterra y Francia. Durante esta coyuntura, y con motivo de la declaración de guerra en Europa contra la Francia revolucionaria en 1793, los españoles y los ingleses intentaron conquistar el territorio haitiano pero, finalmente, desistieron. Los españoles lo hicieron en 1795 porque firmaron el Tratado de Basilea con los franceses, a quienes cedieron la parte oriental de la isla. Los ingleses, en 1798, abandonaron la isla ante los problemas que tenían en Jamaica.

      En 1796, el Gobierno de la República Francesa nombró lugarteniente del gobernador a un antiguo esclavo negro para luchar contra los ingleses: Toussaint-Louverture. Cuando los ingleses abandonaron la isla, éste se quedó en ella como principal hombre fuerte e inició una nueva guerra racial muy dura junto a sus soldados negros, que en 1800 mataron a los mestizos de Riagud. En 1801 ocupó la parte española e intentó crear un Estado nuevo donde él sería gobernador vitalicio. La tierra se trabajaría con un sistema de remuneración por el cual los trabajadores de la plantación recibirían una cuarta parte de la cosecha; los propietarios que no habían abandonado la isla o habían vuelto, otra cuarta; y el tesoro público, la mitad que quedaba. Las tierras abandonadas por sus propietarios serían expropiadas. Napoleón no aceptó el gobierno de Toussaint-Louverture y envió al general Leclerc en 1802, quien encarceló y deportó a Francia al antiguo esclavo negro, el cual murió en 1803.

      Jean Jacques Dessalines, un antiguo esclavo, lugarteniente de Toussaint-Louverture que el general Leclerc dejó como jefe militar del sur de Haití, inició de nuevo una guerra racial contra la esclavitud con ayuda de otro antiguo esclavo lugarteniente de Toussaint-Louverture,

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