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en el patio tres fosas grandes, cuatrocientas personas fueron colocadas ante ellas y ejecutadas una detrás de otra»18. En una entrevista concedida el 3 de noviembre de 1918 al periódico Utro Moskvy, el brazo derecho de Dzerzhinski, Peters, reconoció que «en Petrogrado los chequistas sensibleros (sic) terminaron por perder la cabeza y derrocharon celo. Antes del asesinato de Uritski, no se había ejecutado a nadie —créame, a pesar de todo lo que se afirma, no soy tan sanguinario como se dice—, mientras que después hubo demasiadas pocas ejecuciones, y a menudo sin discernimiento. Por su parte, Moscú no respondió al atentado contra Lenin más que con la ejecución de algunos ministros del zar»19. Siempre según Izvestia, «solamente» veintinueve rehenes, que pertenecían al «campo de la contrarrevolución», fueron pasados por las armas en Moscú los días 3 y 4 de septiembre. Entre ellos figuraban dos antiguos ministros de Nicolás II, N. Jvostov (Interior) e I. Shcheglovitov (Justicia). No obstante, numerosos testimonios concordantes hacen referencia a centenares de ejecuciones de rehenes en las prisiones moscovitas durante las «matanzas de septiembre». En estos tiempos de terror rojo, Dzerzhinski hizo publicar un periódico Ezhenedelnik VChK (El semanario de la Cheka) abiertamente encargado de propagar los méritos de la policía política y de estimular el «justo deseo de venganza de las masas». Durante seis semanas y hasta su supresión, por orden del Comité Central, en un momento en que la Cheka era puesta en tela de juicio por bastantes responsables bolcheviques, este semanario relató sin tapujos ni pudor las detenciones de rehenes, los internamientos en campos de concentración, las ejecuciones, etc. Constituye una fuente oficial y como mínimo del terror rojo durante los meses de septiembre y octubre de 1918. En él se lee que en la cheka de Nizhni-Novgorod, particularmente dispuesta a reaccionar bajo las órdenes de Nicolás Bulganin —futuro jefe del Estado soviético de 1954 a 1957— ejecutó, desde el 31 de agosto a ciento cuarenta y un rehenes. En tres días se detuvo a setecientos rehenes en esta ciudad media de Rusia. En Viatka, la cheka regional de los Urales evacuada de Ekaterimburgo informaba de la ejecución de veintitrés «antiguos policías», de ciento cincuenta y cuatro «contrarrevolucionarios», de ocho «monárquicos», de veintiocho «miembros del partido constitucional demócrata», de ciento ochenta y seis «oficiales», de diez «mencheviques y eseristas de derechas», en el espacio de una semana. La cheka de Ivano-Voznessensk anunciaba la captura de ciento ochenta y un rehenes, la ejecución de veinticinco «contrarrevolucionarios» y la creación de un «campo de concentración con capacidad para mil personas». Por lo que se refiere a la cheka de la pequeña ciudad de Sebezhsk, «dieciséis kulaks (habían sido) pasados por las armas y un sacerdote que había celebrado una misa por el sanguinario Nicolás II». En relación con la cheka de Tevr, se informaba de ciento treinta rehenes y treinta y nueve ejecuciones. Por lo que se refiere a la cheka de Perm, habían tenido lugar cincuenta ejecuciones. Se podría prolongar este catálogo macabro, extraído de algunos extractos de los seis números aparecidos de El semanario de la Cheka20.

      Otros diarios provinciales señalaron igualmente, durante el otoño de 1918, miles de arrestos y de ejecuciones. Así, por no indicar más que dos ejemplos: el único número aparecido de Izvestia Tsaritsynkoi Gobcheka (Noticias de la cheka provincial de Tsarytsin) hacía referencia a la ejecución de ciento tres personas durante la semana del 3 al 10 de septiembre de 1918. Del 1 al 3 de noviembre de 1918, trescientas setenta y una personas comparecieron ante el tribunal local de la cheka: cincuenta fueron condenadas a muerte, las otras a «la reclusión en un campo de concentración, como medida profiláctica, y en calidad de rehenes, hasta la liquidación completa de todas las insurrecciones contrarrevolucionarias». El único número de Izvestia Penzenskoi Gubcheka (Noticias de la cheka provincial de Penza) informaba sin ningún otro comentario: «Por el asesinato del camarada Egorov, obrero de Petrogrado de misión en un destacamento de requisa, ciento cincuenta y dos guardias blancos han sido ejecutados por la cheka. En el futuro se adoptarán otras medidas aún más rigurosas (sic) contra todos aquellos que se levanten contra el brazo armado del proletariado»21.

      Los informes confidenciales (svodki) de las chekas locales enviados a Moscú, confirman, por regla general, la brutalidad con que fueron reprimidos, durante el verano de 1918, los menores incidentes entre las comunidades campesinas y las autoridades locales, que tenían por regla general su origen en el rechazo de las requisas o del reclutamiento y que fueron sistemáticamente catalogados como «disturbios kulaks contrarrevolucionarios» y reprimidos sin piedad.

      Resultaría inútil intentar calcular el número de víctimas de esta primera oleada del terror rojo. Uno de los principales dirigentes de la Cheka, Latsis, pretendía que en el segundo trimestre de 1918 la Cheka había ejecutado a cuatro mil quinientas personas, añadiendo, no sin cinismo: «si se puede acusar a la Cheka de algo, no es de exceso de celo en las ejecuciones, sino de insuficiencia en la aplicación de las medidas supremas de castigo, es decir, una mano de hierro disminuye siempre la cantidad de víctimas»22. A finales de octubre de 1918, el dirigente menchevique Yuri Martov estimaba el número de las víctimas directas de la Cheka desde inicios del mes de septiembre, en «más de diez mil»23.

      Fuera cual fuera el número exacto de las víctimas del terror rojo del otoño de 1918 —y solamente el recuento de las ejecuciones de las que informó la prensa nos sugiere que no podría ser inferior a diez o quince mil—, este terror consagró definitivamente la práctica bolchevique de tratar cualquier forma de contestación real o potencial en el marco de una guerra civil, sin misericordia, según la expresión de Latsis, de acuerdo con «sus propias leyes». Si los obreros se declaraban en huelga, como fue, por ejemplo, el caso en la fábrica de armamento de Motovilija, en la provincia de Perm, a inicios del mes de noviembre de 1918, para protestar contra el principio bolchevique de racionamiento «en función del origen social» y contra los abusos de la cheka local, la fábrica entera era inmediatamente declarada «en estado de insurrección» por las autoridades. Ninguna negociación con los huelgistas: cierre y despido de todos los obreros, arresto de los «agitadores», búsqueda de los «contrarrevolucionarios» mencheviques sospechosos de haber originado esta huelga24. Estas prácticas habían sido en realidad moneda corriente desde el verano de 1918. Sin embargo, en el otoño, la cheka local, por añadidura bien organizada y «estimulada» por los llamados al homicidio procedentes del centro, fue más lejos en la represión. Hizo ejecutar a más de cien huelguistas, sin ningún tipo de proceso.

      De por sí la magnitud de estas órdenes —de diez mil a quince mil ejecuciones sumarias en dos meses— ponía de manifiesto de aquí en adelante un verdadero cambio cuantitativo en relación con el período zarista. Basta recordar que, para el conjunto del período de 1825-1917, el número de sentencias de muerte expresadas por los tribunales zaristas (incluidos los tribunales militares) en todos los asuntos que habían tenido que juzgar «en relación con el orden político» se había elevado, en noventa y dos años, a seis mil trescientas veintiuna, con un máximo de mil trescientas diez condenas a muerte en 1906, año de reacción contra los revolucionarios de 1905. En algunas semanas, la Cheka sola había ejecutado de dos a tres veces más personas que el Imperio zarista había condenado a muerte en noventa y dos años y que, en virtud de procedimientos legales, no habían sido ejecutados en todos los casos, habiendo sido conmutada una buena parte de las sentencias por penas de trabajos forzados25.

      Este cambio cuantitativo superaba las cifras desnudas. La introducción de categorías nuevas tales como «sospechoso», «enemigo del pueblo», «rehén», «campo de concentración» o «tribunal revolucionario», de prácticas inéditas como «la reclusión profiláctica» o la ejecución sumaria, sin juicio, de centenares y de miles de personas detenidas por una policía política de nuevo cuño, situada por encima de las leyes, constituía en realidad una verdadera revolución copernicana.

      Esta revolución era de tal magnitud que algunos dirigentes bolcheviques no estaban preparados para ella. De ello da testimonio la polémica que se desarrolló en los medios dirigentes bolcheviques entre octubre y diciembre de 1918, en torno al papel de la Cheka. En ausencia de Dzerzhinski —enviado a Suiza de incógnito durante un mes para que recuperara su salud mental y física—, el Comité Central del partido bolchevique discutió, el 25 de octubre de 1918, una nueva condición para la Cheka. Criticando los «plenos poderes otorgados a una organización que pretendía actuar por

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