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y siete. Durante mucho tiempo recordado como un simple episodio de la guerra entre rojos y blancos, la matanza de Astracán se revela hoy en día, a la luz de los documentos disponibles procedentes de los archivos, según su verdadera naturaleza: la mayor matanza de obreros realizada por el poder bolchevique antes de la de Kronstadt13.

      A finales de 1919 y a inicios de 1920, las relaciones entre el poder bolchevique y el mundo obrero aún se degradaron más, después de la militarización de más de 2.000 empresas. El principal partidario de la militarización del trabajo, León Trotski, desarrolló durante el IX Congreso del partido, en marzo de 1920, sus concepciones sobre la cuestión. El hombre está inclinado de manera natural hacia la pereza, explicó Trotski. Bajo el capitalismo, los obreros deben buscar trabajo para sobrevivir. Es el mercado capitalista el que aguijonea al trabajador. Bajo el socialismo «la utilización de los recursos del trabajo reemplaza al mercado». El Estado tiene, por lo tanto, la tarea de orientar, de destinar y de encuadrar al trabajador, que debe obedecer como un soldado al Estado obrero, defensor de los intereses del proletariado. Tales eran el fundamento y el sentido de la militarización del trabajo, vivamente criticada por una minoría de sindicalistas y de dirigentes bolcheviques. Significa, en efecto, la prohibición de las huelgas, asimiladas a una deserción en tiempo de guerra, el refuerzo de la disciplina de los poderes de dirección, la subordinación completa de los sindicatos y de los comités de fábrica, cuyo papel se limitaba además a poner en funcionamiento la política productivista, la prohibición para los obreros de abandonar su puesto de trabajo, la sanción del absentismo y de los retrasos, muy numerosos en aquella época en que los obreros estaban buscando, siempre de manera problemática, alimentos.

      Al descontento suscitado en el mundo del trabajo por la militarización se añadían las dificultades crecientes de la vida cotidiana. Como lo reconocía un informe de la Cheka enviado el 6 de diciembre de 1919 al Gobierno, «estos últimos tiempos, la crisis de suministros no ha dejado de agravarse. El hambre atenaza a las masas obreras. Los obreros ya no tienen la fuerza física suficiente para continuar el trabajo y se ausentan cada vez con más frecuencia bajo los efectos conjugados del frío y del hambre. En toda una serie de empresas metalúrgicas de Moscú, las masas desesperadas están dispuestas a todo —huelga, disturbio, insurrección— si no se resuelve, en plazos muy breves, la cuestión de los suministros»14.

      A inicios de 1920, el salario obrero en Petrogrado estaba situado entre los 7.000 y los 12.000 rublos al mes. Además, este salario de base insignificante —en el mercado libre menos de medio kilo de mantequilla costaba 5.000 rublos, otro tanto de carne 3.000 y un litro de leche 750 rublos— cada trabajador tenía derecho a cierto número de productos, en función de la categoría en la que estaba clasificado. En Petrogrado, a finales de 1919, un trabajador manual tenía derecho a menos de medio kilo de pan al día, lo mismo de azúcar al mes, unos 250 gramos de materias grasas, unos dos kilos de arenques salados…

      En teoría, los ciudadanos estaban clasificados en cinco categorías de «estómagos», desde los trabajadores manuales y los soldados del Ejército Rojo hasta los «ociosos» —categoría en la que entraban los intelectuales, particularmente mal considerados— con «raciones de clase» decrecientes. En realidad, el sistema era bastante más injusto y complejo todavía. Servidos los últimos, los más favorecidos —«ociosos», intelectuales, «los de arriba»— no recibían a menudo nada en absoluto. En cuanto a los «trabajadores», se dividían en realidad en una multitud de categorías, según una jerarquía de prioridades que privilegiaba a los sectores vitales para la supervivencia del régimen. En Petrogrado, se contaban, durante el invierno de 1919-1920, treinta y tres categorías de cartillas, cuya validez nunca excedía de un mes. En el sistema de suministros centralizado que los bolcheviques habían puesto en funcionamiento, el arma alimenticia representaba un papel de primer orden para estimular o para castigar a tal o cual categoría de ciudadanos.

      «La ración de pan debe ser reducida para aquellos que no trabajan en el sector de los transportes, hoy en día decisivo, y aumentada para los que trabajan en el mismo, escribía el 1 de febrero de 1920 Lenin a Trotski. ¡Que miles de personas perezcan si es necesario, pero el país debe salvarse!»15.

      Frente a esta política, todos aquellos que habían conservado los vínculos con el campo, y eran numerosos, se esforzaban por volver al pueblo siempre que tenían la oportunidad para intentar traer comida de él.

      Destinadas a «establecer el orden» en las fábricas, las medidas de militarización del trabajo suscitaron, en contra del efecto buscado, paros muy numerosos, detenciones del trabajo, huelgas y motines reprimidos sin compasión. «El mejor lugar para un huelguista, ese mosquito amarillo y dañino», se podía leer en Pravda el 12 de febrero de 1920, «es el campo de concentración». Según las estadísticas oficiales del comisariado del pueblo para el Trabajo, el 77 por 100 de las grandes y medianas empresas industriales de Rusia fueron afectadas por huelgas durante el primer semestre de 1920. De manera significativa, los sectores más perturbados —la metalurgia, las minas y los ferrocarriles— eran también aquellos en los que la militarización del trabajo estaba más avanzada. Los informes del departamento secreto de la Cheka dirigidos a los dirigentes bolcheviques arrojan una cruda luz sobre la represión llevada a cabo contra los obreros refractarios a la militarización: detenidos, eran, por regla general, juzgados por un tribunal revolucionario por «sabotaje» o «deserción». Así en Simbirsk, por no hacer referencia más que a este ejemplo, doce obreros de la fábrica de armamentos fueron condenados a una pena de campo de concentración en abril de 1920 por haber «realizado sabotaje bajo forma de huelga italiana (…) desarrollado una propaganda contra el poder soviético apoyándose en las supersticiones religiosas y la débil politización de las masas (…) y dado una falsa interpretación de la política soviética en materia de salarios»16. Si se descifra esta jerga se puede deducir de ella que los acusados habían realizado pausas no autorizadas por la dirección, protestado contra la obligación de trabajar el domingo, criticado los privilegios de los comunistas y denunciado los salarios de miseria…

      Los más altos dirigentes del partido, entre ellos Lenin, apelaban a una represión ejemplar de las huelgas. El 29 de enero de 1920, inquieto ante la extensión de los movimientos obreros en los Urales, Lenin telegrafió a Smirnov, jefe del consejo militar revolucionario del V ejército: «P. me ha informado que existe un sabotaje manifiesto por parte de los ferroviarios. (…) Se me dice que los obreros de Izhevsk están también en el golpe. Estoy sorprendido de que os acomodéis a ello y no procedáis a ejecuciones masivas por sabotaje»17. Hubo numerosas huelgas suscitadas en 1920 por la militarización del trabajo: en Ekaterimburgo, en marzo de 1920, 80 obreros fueron detenidos y condenados a penas de campos de concentración; en el ferrocarril Riazan-Ural, en abril de 1920, 100 ferroviarios fueron condenados; en la línea de ferrocarril Moscú-Kursk, en mayo de 1920, 160 ferroviarios fueron condenados; en la fábrica metalúrgica de Briansk, en junio de 1920, 152 obreros fueron condenados. Se podrían multiplicar estos ejemplos de huelgas severamente reprimidos en el marco de la militarización del trabajo18.

      Una de las más notables fue, en junio de 1920, la de las manufacturas de armas de Tula, lugar de especial importancia en la protesta obrera contra el régimen, sin embargo ya muy duramente padecida en abril de 1919. El domingo 6 de junio de 1920, bastantes obreros metalúrgicos se negaron a realizar las horas suplementarias solicitadas por la dirección. En cuanto a las obreras, se negaron a trabajar ese día y los domingos en general, explicando que el domingo era el único día en que podían ir a conseguir suministros a los campos circundantes. Ante la petición de la administración, un nutrido destacamento de chekistas vino a detener a los huelguistas. Se decretó la ley marcial, y una troika19 compuesta por representantes del partido y de la Cheka fue encargada de denunciar la «conspiración contrarrevolucionaria fomentada por los espías polacos y los Cien Negros20 con la finalidad de debilitar el poder combativo del Ejército Rojo».

      Mientras que la huelga se extendía y que los arrestos de «agitadores» se multiplicaban, un nuevo hecho vino a turbar el desarrollo habitual que tomaba el asunto: por centenares, y después por miles, obreras y simples artesanas se presentaron en la Cheka solicitando ser también detenidas. El movimiento se amplió, exigiendo los obreros, a su vez, ser detenidos en masa a fin de convertir en absurda la tesis

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