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testifican de la extraordinaria violencia de esta guerra de pacificación llevada a cabo por las autoridades contra la guerrilla campesina, alimentada por la deserción, pero calificada como «revuelta de kulaks» o de «insurrección de bandidos». Los tres extractos citados revelan los métodos de represión más corrientemente utilizados: arresto y ejecución de rehenes, tomados de las familias de desertores o de los «bandidos», y aldeas bombardeadas y quemadas. La represión ciega y desproporcionada descansaba en el principio de la responsabilidad colectiva del conjunto de la comunidad aldeana. Generalmente, las autoridades daban a los desertores un plazo para entregarse. Pasado ese plazo, el desertor era considerado como un «bandido de los bosques» sujeto a una ejecución inmediata. Los textos de las autoridades tanto civiles como militares precisaban, además, que si «los habitantes de una aldea ayudan de la manera que sea a los bandidos a esconderse en los bosques vecinos, la aldea será completamente quemada».

      Algunos informes de síntesis de la Cheka dan indicaciones cifradas sobre la amplitud de esta guerra de pacificación de los campos. Así, para el período que fue del 15 de octubre al 30 de noviembre de 1918, en doce provincias de Rusia solamente estallaron cuarenta y cuatro revueltas (bunty), en el curso de las cuales 2.320 personas fueron detenidas, 620 muertas y 982 fusiladas. Durante estas revueltas 480 funcionarios soviéticos fueron muertos, así como 112 hombres de los destacamentos de suministros, del Ejército Rojo y de la Cheka. Durante el mes de septiembre de 1919, para las diez provincias rusas sobre las cuales se dispone de una información sintética, se cuentan 48.735 desertores y 7.325 «bandidos» detenidos, 1.826 muertos, 2.230 fusilados, y 430 víctimas del lado de los funcionarios y militares soviéticos. Estas cifras muy incompletas no tienen en cuenta las pérdidas experimentadas durante las grandes insurrecciones campesinas.

      Estas insurrecciones conocieron varios momentos álgidos: marzo-agosto de 1919, fundamentalmente en las regiones del Volga medio y de Ucrania; febrero-agosto de 1920, en las provincias de Samara, Ufa, Kazán, Tambov y, de nuevo, en la Ucrania reconquistada por los bolcheviques a los blancos, pero siempre controlada en el campo por la guerrilla campesina. A partir de finales de 1920 y durante toda la primera mitad del año 1921, el movimiento campesino, mal dirigido en Ucrania y en las regiones del Don y del Kubán, culminó en Rusia en una inmensa revuelta popular centrada en las provincias de Tambov, Penza, Samara, Saratov, Simbirsk y Tsarisin28. El ardor de esta guerra campesina no se extinguirá más que con la llegada de una de las más terribles hambrunas que haya conocido el siglo XX. En las ricas provincias de Samara y de Simbirsk, que debían por sí solas entregar en 1919 cerca de una quinta parte de las requisas en cereales de Rusia, las revueltas campesinas puntuales se transformaron en marzo de 1919 en una verdadera insurrección por primera vez desde el establecimiento del régimen bolchevique. Decenas de aldeas fueron tomadas por un ejército insurrecto campesino que contó con hasta 30.000 hombres armados. Durante cerca de un mes, el poder bolchevique perdió el control del la provincia de Samara. Esta rebelión favoreció el avance hacia el Volga de las unidades del ejército blanco mandadas por el almirante Kolchak al tener que enviar los bolcheviques varias decenas de miles de hombres para acabar con un ejército campesino tan bien organizado, que defendía un programa político coherente en virtud del cual se reclamada la supresión de las requisas, la libertad de comercio, elecciones libres para los soviets, y el fin de la «comisarocracia bolchevique». Haciendo balance de la liquidación de las insurrecciones campesinas a inicios de abril de 1929, el jefe de la cheka de Samara indicaba 4.240 muertos del lado de los insurgentes, 625 fusilados, y 6.210 desertores y «bandidos» detenidos…

      Apenas se había extinguido momentáneamente el fuego en la provincia de Samara cuando volvió a prender con una amplitud desigual en la mayor parte de Ucrania. Después de la marcha de los alemanes y de los austro-húngaros, a finales de 1918, el Gobierno bolchevique había decidido reconquistar Ucrania. La región agrícola más rica del antiguo Imperio zarista, debía «alimentar al proletariado de Moscú y de Petrogrado». Aquí, más todavía que en otros sitios, las cuotas de requisa eran muy elevadas. Cumplirlas era condenar a un hambre segura a miles de poblaciones ya sangradas por los ejércitos de ocupación alemanes y austro-húngaros durante todo el año 1918. Además, a diferencia de la política que habían tenido que aceptar en Rusia a finales de 1917 —el reparto de tierras entre las comunidades campesinas—, los bolcheviques rusos deseaban en Ucrania nacionalizar todas las grandes propiedades agrarias, las más modernas del antiguo Imperio. Esta política, que pretendía transformar los grandes dominios cerealistas y azucareros en grandes propiedades colectivas, donde los campesinos se convertirían en obreros agrícolas, solo podía suscitar el descontento del campesinado. Este se había curtido en la lucha contra las fuerzas de ocupación alemanas y austro-húngaras. A inicios de 1919 existían en Ucrania verdaderos ejércitos campesinos de decenas de miles de hombres mandados por jefes militares y políticos ucranianos, tales como Simón Petliura, Néstor Majnó, Hryhoryiv, o incluso Zeleni. Estos ejércitos campesinos estaban firmemente decididos a que triunfara su concepto de la revolución agraria: la tierra para los campesinos, libertad de comercio y soviets libremente elegidos «sin moscovitas ni judíos». Para la mayoría de los campesinos ucranianos, marcados por una larga tradición de antagonismo entre los campos mayoritariamente habitados por ucranianos y las ciudades mayoritariamente pobladas de rusos y judíos, era tentador y sencillo llevar a cabo la identificación: moscovitas = bolcheviques = judíos. Todos debían ser expulsados de Ucrania.

      Estas particularidades propias de Ucrania explican la brutalidad de la duración de los enfrentamientos entre los bolcheviques y una amplia fracción del campesinado ucraniano. La presencia de otro actor, los blancos, combatidos a la vez por los bolcheviques y por los diversos ejércitos campesinos, convertía en algo todavía más complejo el embrollo político y militar en esta región donde ciertas ciudades, como Kiev, cambiaron hasta catorce veces de dueño en dos años.

      Las primeras grandes revueltas contra los bolcheviques y sus vergonzosos destacamentos de requisa estallaron a partir de abril de 1919. Durante este único mes tuvieron lugar 93 revueltas campesinas en las provincias de Kiev, Chernigov, Poltava y Odessa. Durante los veinte primeros días de julio de 1919, los datos oficiales de la Cheka hacen referencia a 210 revoluciones, lo que implica cerca de 100.000 combatientes armados y varios centenares de miles de campesinos. Los ejércitos campesinos de Hryhoryiv —cerca de 20.000 hombres armados, entre ellos varias unidades amotinadas del Ejército Rojo, con 50 cañones y 700 ametralladoras— tomaron, en abril-mayo de 1919, una serie de ciudades del sur de Ucrania, entre ellas Cherkassi, Jerson, Nikolayev y Odessa, estableciendo en ellas un poder autónomo cuyas consignas no admitían equívocos: «¡Todo el poder para los soviets del pueblo ucraniano!», «¡Ucrania para los ucranianos sin bolcheviques ni judíos!», «Reparto de tierras», «Libertad de empresa y de comercio»29. Los partidarios de Zeleni, aproximadamente 20.000 hombres armados, controlaban la provincia de Kiev, con excepción de las ciudades principales. Bajo el lema «¡Viva el poder soviético, abajo los bolcheviques y los judíos!», organizaron decenas de pogromos contra las comunidades judías de las aldeas y de las provincias de Kiev y de Chernigov. Mejor conocida gracias a numerosos estudios, la acción de Néstor Majnó a la cabeza de un ejército campesino de decenas de miles de hombres presentaba un programa a la vez nacional, social y anarquizante elaborado en el curso de verdaderos congresos, como el «congreso de los delegados campesinos, rebeldes y obreros de Guliay-Polie», celebrado en abril de 1919 en el centro mismo de la rebelión majnovista. Como tantos otros movimientos campesinos menos estructurados, los majnovistas expresaban en primer lugar el rechazo de cualquier injerencia del Estado en los asuntos campesinos y el deseo de un autogobierno campesino —una especie de autogestión— fundada en soviets libremente elegidos. A estas reivindicaciones de base se añadieron cierto número de demandas comunes a todos los movimientos campesinos: la paralización de las requisas, la supresión de los impuestos y de las tasas, la libertad para todos los partidos socialistas y los grupos anarquistas, el reparto de tierra y la supresión de la «comisarocracia bolchevique», de las tropas especiales y de la Cheka30.

      Los centenares de insurrecciones campesinas de la primavera y del verano de 1919 acontecidas en las retaguardias del Ejército Rojo desempeñaron un papel determinante en la victoria sin futuro de las tropas blancas del general Denikin. Saliendo del sur de Ucrania el 19 de mayo de 1919, el Ejército Blanco avanzó con mucha rapidez frente a las unidades

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