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30 de septiembre. La retirada de los bolcheviques, que solo habían llegado a establecer su poder en las ciudades más grandes, dejando los campos a los campesinos insurrectos, vino acompañada por ejecuciones masivas de prisioneros y de rehenes, sobre las cuales volveremos. En su retirada precipitada a través del campo controlado por la guerrilla campesina, los destacamentos del Ejército Rojo y de la Cheka no dieron cuartel: aldeas quemadas por centenares, ejecuciones masivas de «bandidos», de desertores y de «rehenes». El abandono y después la reconquista, de finales de 1919 e inicios de 1920, de Ucrania dieron lugar a una extraordinaria oleada de violencia contra las poblaciones civiles de las cuales informa ampliamente la obra maestra de Isaak Babel, Caballería roja31.

      A inicios de 1920, los ejércitos blancos estaban derrotados, a excepción de algunas unidades dispersas que habían encontrado refugio en Crimea, bajo el mando del barón Wrangel, sucesor de Denikin. Quedaban frente a frente las fuerzas bolcheviques y los campesinos. Hasta 1922, una despiadada represión iba a abatirse sobre los campos en lucha contra el poder. En febrero-marzo de 1920, una nueva gran revuelta, conocida bajo el nombre de «insurrección de las horcas», estalló en un vasto territorio que se extendía del Volga a los Urales, por las provincias de Kazán, Simbirsk y Ufa. Pobladas por rusos, pero también por tártaros y bashkires, estas regiones estaban sometidas a requisas particularmente onerosas. En algunas semanas, la rebelión ganó una decena de distritos. El ejército campesino sublevado de las «águilas negras» contó en su apogeo hasta con 50.000 combatientes. Armados con cañones y ametralladoras, las tropas de defensa interna de la República diezmaron a los rebeldes armados con horcas y picas. En algunos días, miles de insurgentes fueron asesinados y centenares de aldeas quemadas32.

      Después del aplastamiento, rápido, de la «insurrección de las horcas», el fuego de las revueltas campesinas se propagó de nuevo por las provincias del Volga medio, también muy fuertemente sangradas por las requisas: Tambov, Penza, Samara, Saratov y Tsaritsin. Como lo reconocía el dirigente bolchevique Antonov-Ovseenko, que iba a conducir la represión contra los campesinos insurgentes de Tambov, si se hubieran seguido los planes de requisas de 1920-1921 habrían condenado a los campesinos a una muerte segura: les dejaban una media de 1 pud (16 kilos) de grano y de 1,5 pud (24 kilos) de patatas, por persona y año, es decir, doce veces menos del mínimo vital. Se trató, por lo tanto, de una lucha por la supervivencia la que desencadenaron, desde el verano de 1920, los campesinos de estas provincias. Iba a durar dos años sin interrupción, hasta que el hambre acabó con los campesinos insurgentes.

      El tercer gran polo de enfrentamiento entre los bolcheviques y los campesinos en 1920 seguía siendo Ucrania, reconquistada en diciembre de 1919-febrero de 1920 por los ejércitos blancos, pero cuyos campos profundos habían seguido estando bajo el control de centenares de destacamentos verdes libres de toda lealtad o de unidades más o menos relacionadas con el mando de Majnó. A diferencia de las águilas negras, los destacamentos ucranianos, compuestos esencialmente de desertores, estaban bien armados. Durante el verano de 1920, el ejército de Majnó contaba todavía con cerca de 15.000 hombres, 2.500 jinetes, un centenar de ametralladoras, una veintena de cañones de artillería y dos vehículos blindados. Centenares de «bandas» más pequeñas, reuniendo cada una de ellas desde algunas decenas a centenares de combatientes, oponían igualmente una fuerte resistencia a la penetración bolchevique. Para luchar contra esta guerrilla campesina, el Gobierno nombró, a inicios de mayo de 1920, al jefe de la Cheka, Feliks Dzerzhinski, «comandante en jefe de la retaguardia del frente suroeste». Dzerzhinski permaneció más de dos meses en Járkov para poner en pie veinticuatro unidades especiales de las fuerzas de seguridad interna de la República, unidades de elite, dotadas de una caballería encargada de perseguir a los «rebeldes» y de aviones destinados a bombardear los «nidos de bandidos»33. Tenían como tarea erradicar, en tres meses, la guerrilla campesina. En realidad, las operaciones de «pacificación» se prolongaron durante más de dos años, del verano de 1920 al otoño de 1922, al precio de decenas de miles de víctimas.

      Entre los diversos episodios de la lucha llevada a cabo por el poder bolchevique contra el campesinado, la «descosaquización» —es decir, la eliminación de los cosacos del Don y del Kubán como grupo social— ocupa un lugar particular. Efectivamente, por primera vez, el nuevo régimen adoptó abundantes medidas represivas para eliminar, exterminar y deportar —siguiendo el principio de la responsabilidad colectiva— al conjunto de la población de un territorio que los dirigentes bolcheviques habían adquirido la costumbre de calificar como «Vendée soviética»34. Estas operaciones no fueron el resultado de medidas de represalia militar adoptadas en el fragor de los combates, sino que fueron planificadas con antelación, y fueron objeto de varios decretos promulgados en la cima del Estado, implicando directamente a muy numerosos responsables políticos de alto rango (Lenin, Ordzhonikidze, Sirtsov, Sokolnikov, Reingold). Puesta en jaque una primera vez, durante la primavera de 1919, a causa de los reveses militares de los bolcheviques, la descosaquización volvió a iniciarse con una crueldad renovada en 1920, durante la reconquista bolchevique de las tierras cosacas del Don y del Kubán.

      Los cosacos, privados desde diciembre de 1917 del estatus del que se beneficiaban bajo el antiguo régimen, catalogados por los bolcheviques como «kulaks» y «enemigos de clase», habían reunido, bajo el estandarte del atamán Krasnov, a las fuerzas blancas que se habían constituido en el sur de Rusia en la primavera de 1918. Hasta febrero de 1919, durante el avance general de los bolcheviques hacia Ucrania y el sur de Rusia, no penetraron los primeros destacamentos del Ejército Rojo en los territorios cosacos del Don. De entrada, los bolcheviques tomaron diversas medidas que aniquilaban todo lo que constituía la especificidad cosaca: las tierras que pertenecían a los cosacos fueron confiscadas y redistribuidas a colonos rusos o a los campesinos locales que no tenían el estatus cosaco; los cosacos fueron obligados, bajo pena de muerte, a entregar sus armas —ahora bien, a causa de su estatus tradicional de guardianes de los confines del Imperio ruso, todos los cosacos estaban armados; las asambleas y las circunscripciones administrativas cosacas fueron disueltas—.

      Todas estas medidas formaban parte de un plan preestablecido de descosaquización así definido en una resolución secreta del Comité Central del partido bolchevique, de fecha 24 de enero de 1919: «En vista de la experiencia de la guerra civil contra los cosacos, es necesario reconocer como sola medida políticamente correcta una lucha sin compasión, un terror masivo contra los ricos cosacos, que deberán ser exterminados y físicamente liquidados hasta el último»35.

      En realidad, como reconoció en junio de 1919 Reingold, presidente del comité revolucionario del Don, encargado de imponer «el orden bolchevique» en las tierras cosacas, «hemos tenido una tendencia a realizar una política de exterminio masivo de los cosacos sin la menor distinción»36. En algunas semanas, de mediados de febrero a mediados de marzo de 1919, los destacamentos bolcheviques habían ejecutado a más de 8.000 cosacos37. En cada stanitsa (aldea cosaca), los tribunales revolucionarios procedían en algunos minutos a juicios sumarios de listas de sospechosos, generalmente condenados todos a la pena capital por «comportamiento contrarrevolucionario». Frente a esta oleada represiva, los cosacos no tuvieron otra salida que la de sublevarse.

      La sublevación se inició en el distrito de Veshenskaya el 11 de marzo de 1919. Bien organizados, los cosacos insurgentes decretaron la movilización general de todos los hombres de 16 a 55 años. Enviaron por toda la región del Don y hasta la provincia limítrofe de Voronezh telegramas llamando a la población a sublevarse contra los bolcheviques. «Nosotros los cosacos», explicaban, «estamos en contra de los soviets. Estamos a favor de las elecciones libres. Estamos contra los comunistas, las comunas (explotaciones colectivas) y los judíos. Estamos contra las requisas, los robos y las ejecuciones perpetradas por las chekas»38. A inicios del mes de abril los cosacos insurgentes presentaban una fuerza armada considerable de más de 30.000 hombres bien armados y aguerridos. Operando en la retaguardia del Ejército Rojo que combatía más al sur a las tropas de Denikin aliadas con los cosacos del Kubán, los insurgentes del Don contribuyeron, igual que los campesinos ucranianos, al avance fulminante de los ejércitos blancos en mayo-junio de 1919. A inicios del mes de junio, los cosacos del Don se unieron con el grueso de los ejércitos blancos, apoyados por los cosacos del Kubán. Toda la «Vendée cosaca» se había liberado del poder vergonzoso de los

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