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“espionaje en beneficio de una potencia extranjera intervencionista”, etc.»6.

      De todos los episodios de represión, uno de los más cuidadosamente ocultados por el nuevo régimen fue la violencia ejercida contra el mundo obrero, en nombre del cual los bolcheviques habían tomado el poder. Comenzada en 1918, esta represión se desarrolló en 1919-1920 para culminar en la primavera de 1921 con el episodio, bien conocido, de Kronstadt. El mundo obrero de Petrogrado había manifestado desde inicios de 1918 su desafío frente a los bolcheviques. Después del fracaso de la huelga general de 2 de julio de 1918, el segundo período álgido de problemas obreros en la antigua capital estalló en marzo de 1919, después de que los bolcheviques hubieron detenido a numerosos dirigentes socialistas-revolucionarios, entre los cuales se encontraba Maria Spiridonova, que acababa de efectuar un recorrido memorable de las principales fábricas de Petrogrado en todas las cuales había sido aclamada. Estos arrestos desencadenaron, en una coyuntura ya muy tensa a causa de las dificultades de aprovisionamiento, un vasto movimiento de protesta y de huelgas. El 10 de marzo de 1919, la asamblea general de obreros de las fábricas Putilov, en presencia de diez mil participantes, adoptó una proclama que condenaba solemnemente a los bolcheviques: «Este Gobierno es solo la dictadura del Comité Central del Partido comunista que gobierna con la Cheka y de los tribunales revolucionarios»7.

      La proclama exigía el paso de todo el poder para los soviets, la libertad de elecciones en los soviets y en los comités de fábrica, la supresión de las limitaciones sobre las cantidades de alimentos que los obreros estaban autorizados a traer desde el campo hasta Petrogrado (1,5 puds, es decir, 24 kilos), y la liberación de todos los prisioneros políticos de los «auténticos partidos revolucionarios» y muy especialmente de Maria Spiridonova. Para intentar frenar un movimiento que cada día adquiría mayor amplitud, Lenin en persona se dirigió, los días 12 y 13 de marzo de 1919, a Petrogrado. Pero, cuando quiso tomar la palabra en las fábricas en huelga ocupadas por los obreros, fue abucheado al mismo tiempo que Zinoviev a los gritos de: «¡Abajo los judíos y los comisarios!»8. El viejo fondo de antisemitismo popular, siempre dispuesto a volver a salir a la superficie, asoció inmediatamente a judíos y bolcheviques, en cuanto que estos hubieron perdido el crédito del que habían disfrutado de manera momentánea, inmediatamente después de la revolución de octubre de 1917. El hecho de que una proporción importante de los dirigentes bolcheviques más conocidos (Trotski, Zinoviev, Kamenev, Rykov, Radek, etc.) fueran judíos justificaba, a los ojos de las masas, esta identificación de bolcheviques con judíos.

      El 16 de marzo de 1919, los destacamentos de la Cheka tomaron al asalto la fábrica Putilov, defendida con las armas en la mano. Alrededor de novecientos obreros fueron detenidos. En el curso de los días siguientes, cerca de doscientos huelguistas fueron ejecutados sin juicio en la fortaleza de Schüsselburg, distante una cincuentena de kilómetros de Petrogrado. Según un nuevo ritual, los huelguistas, todos despedidos, solo fueron readmitidos después de haber firmado una declaración en la cual reconocían haber sido engañados e «inducidos al crimen» por agitadores contrarrevolucionarios9. Además, los obreros iban a verse sometidos a una profunda vigilancia. A partir de la primavera de 1919, el departamento secreto de la Cheka puso en funcionamiento en muchos centros obreros toda una red de informadores encargados de informarles regularmente sobre el «estado de la moral» en tal o cual fábrica. Clases laboriosas, clases peligrosas…

      La primavera de 1919 estuvo marcada por huelgas muy numerosas salvajemente reprimidas en varios centros obreros de Rusia, en Tula, Sormovo, Orel, Briansk, Tver, Ivanovo-Vozsnessenk, Astracán10. Las reivindicaciones obreras eran casi idénticas en todas partes. Reducidos al hambre por salarios de miseria que cubrían solamente el precio de una cartilla de racionamiento que aseguraba unos 250 gramos de pan por día, los huelguistas reclamaban en primer lugar la equiparación de sus raciones con las de los soldados del Ejército Rojo. Pero sus demandas eran también y ante todo políticas: supresión de los privilegios para los comunistas, liberación de todos los presos políticos, elecciones libres al comité de fábrica y al soviet, interrupción del reclutamiento en el Ejército Rojo, libertad de asociación, de expresión, de prensa, etc.

      Lo que convertía a estos movimientos en peligrosos a los ojos del poder bolchevique, era que atraían a menudo a las unidades militares acuarteladas en las ciudades obreras. En Orel, Briansk, Gomel, Astracán, los soldados amotinados se unieron a los huelguistas, a los gritos de «muerte a los judíos, abajo los comisarios bolcheviques», ocupando y saqueando una parte de la ciudad que no fue reconquistada por los destacamentos de la Cheka y las tropas que permanecieron fieles al régimen más que después de varios días de combate11. Frente a estas huelgas y estos motines la represión fue diversa. Fue del lock-out masivo del conjunto de las fábricas, con confiscación de las cartillas de racionamiento —una de las armas más eficaces del poder bolchevique era la del hambre— hasta la ejecución masiva, por centenares, de huelguistas y de amotinados.

      Entre los episodios represivos más significativos figuran, en marzo-abril de 1919, los de Tula y Astracán. Dzerzhinski se dirigió en persona a Tula, capital histórica de la fabricación de armas en Rusia, el 3 de abril de 1919, para liquidar la huelga de los obreros de las fábricas de armamento. Durante el invierno de 1918-1919 estas fábricas, vitales para el Ejército Rojo —se fabricaba en ellas el 80 por 100 de los fusiles producidos en Rusia— ya habían sido teatro de paros y de huelgas. Mencheviques y socialistas revolucionarios eran ampliamente mayoritarios entre los militantes políticos con peso en este medio obrero altamente cualificado. El arresto, a inicios de marzo de 1919, de centenares de militantes socialistas suscitó una oleada de protestas, que culminó el 27 de marzo durante una inmensa «marcha por la libertad y contra el hambre», que reunió a miles de obreros y de ferroviarios. El 4 de abril, Dzerzhinski hizo detener todavía a ochocientos «agitadores» y evacuar por la fuerza las fábricas ocupadas desde hacía varias semanas por los huelguistas. Todos los obreros fueron despedidos. La resistencia obrera fue quebrantada mediante el arma del hambre. Desde hacía varias semanas no se había atendido a las cartillas de racionamiento. Para obtener nuevas cartillas, que dieran derecho a 250 gramos de pan, y a recuperar su trabajo después del lock-out general, los obreros tuvieron que firmar una petición de readmisión que estipulaba fundamentalmente que cualquier detención del trabajo sería además asimilada a una deserción castigada con la pena de muerte. El 10 de abril, la producción se reinició. El día antes, veintiséis «agitadores» habían sido pasados por las armas12.

      La ciudad de Astracán, cerca de la desembocadura del Volga, tenía, en la primavera de 1919, una importancia estratégica muy especial. Constituía el último cerrojo bolchevique que impedía la unión de las tropas del almirante Kolchak, en el noreste, y las del general Denikin, en el suroeste. Sin duda esta circunstancia explica la extraordinaria violencia con la que fue reprimida en marzo de 1919 la huelga obrera en esta ciudad. Comenzada a inicios de marzo por razones a la vez económicas —las normas de racionamiento muy bajas— y políticas —el arresto de los militantes socialistas—, la huelga degeneró el 10 de marzo, cuando el regimiento número 45 de infantería se negó a disparar sobre los obreros que desfilaban por el centro de la ciudad. Tras unirse a los huelguistas, los soldados se pusieron a saquear la sede del partido bolchevique, matando a varios responsables. Serguei Kírov, presidente del comité militar revolucionario de la región, ordenó entonces «el exterminio sin piedad de los sucios guardias blancos por todos los medios». Las tropas que permanecieron fieles al régimen y los destacamentos de la Cheka bloquearon todos los accesos de la ciudad antes de emprender metódicamente la reconquista. Cuando las prisiones estuvieron llenas hasta reventar, amotinados y huelguistas fueron embarcados en gabarras desde donde fueron precipitados por centenares en el Volga con una piedra al cuello. Del 12 al 14 de marzo, se fusiló y ahogó entre dos mil y cuatro mil obreros huelguistas y amotinados. A partir del 15, la represión golpeó a los «burgueses» de la ciudad, bajo el pretexto de que habían «inspirado» la conspiración «guardia blanca», de la que los obreros y los soldados no habrían sido más que la infantería. Durante dos días, las ricas moradas de los comerciantes de Astracán fueron entregadas al pillaje, y sus propietarios detenidos y fusilados. Los cálculos, inseguros, del número de víctimas «burguesas» de las matanzas de Astracán oscilan ere 600 y 1.000 personas. En total, en una semana, entre 3.000 y 5.000 personas

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