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asolando los campos, las huelgas obreras fueron salvajemente aplastadas, los últimos militantes socialistas detenidos, y la «erradicación de los bandidos de los bosques» se prosiguió por todos los medios —fusilamientos masivos de rehenes, bombardeos de aldeas con gas asfixiante—. A fin de cuentas, fue la hambruna de 1921-1922 la que doblegó los campos más agitados, aquellos que los destacamentos de requisa habían presionado más y que se habían sublevado para sobrevivir. El mapa del hambre cubre exactamente aquellas zonas donde hubo requisas más elevadas durante el curso de los años precedentes y donde se produjeron las revueltas campesinas más virulentas. Aliada «objetiva» del régimen, arma absoluta de pacificación, la hambruna sirvió, además, de pretexto a los bolcheviques para asestar un golpe decisivo contra la iglesia ortodoxa y la intelligentsia que se habían movilizado para luchar contra el desastre.

      De todas las revueltas campesinas que habían estallado desde la instauración de las requisas en el verano de 1918, la revuelta de los campesinos de Tambov fue la más prolongada, la más importante y la mejor organizada. Situada a menos de quinientos kilómetros al sureste de Moscú, la provincia de Tambov era desde principios de siglo uno de los bastiones del partido socialista-revolucionario, heredero del populismo ruso. En 1918-1920, a pesar de las represiones que se habían abatido sobre este partido, sus militantes seguían siendo numerosos y activos. Pero la provincia de Tambov era también el granero de trigo más cercano a Moscú, y desde el otoño de 1918 más de cien destacamentos de requisa hacían estragos en esta provincia agrícola densamente poblada. En 1919 habían estallado decenas de bunty, motines sin futuro, siendo todos despiadadamente reprimidos. En 1920, las cuotas de requisa fueron elevadas sustancialmente, pasando de 18 a 27 millones de puds, mientras que los campesinos habían disminuido considerablemente la superficie sembrada, sabiendo que todo lo que no tuvieran tiempo de consumir sería inmediatamente requisado1. Cumplir con las cuotas significaba, por lo tanto, hacer morir de hambre al campesinado. El 19 de agosto de 1920, los incidentes habituales que se relacionaban con los destacamentos de suministros degeneraron en la aldea de Jitrovo. Como lo reconocían las mismas autoridades locales, «los destacamentos cometían toda clase de abusos; saqueaban todo a su paso, hasta las almohadas y los utensilios de cocina, se repartían el botín y daban palizas a los ancianos de setenta años, siendo visto y sabido por todos. Estos ancianos eran castigados por la ausencia de sus hijos desertores que se ocultaban en los bosques. (…) Lo que indignaba también a los campesinos era que el grano confiscado, transportado en carretas hasta la estación más próxima, se pudría allí a la intemperie2».

      Iniciada en Jitrovo, la revuelta se extendió como una mancha de aceite. A finales de agosto de 1920, más de catorce mil hombres, desertores en su mayor parte, armados con fusiles, horcas y hoces, habían expulsado o asesinado a «todos los representantes del poder soviético» de tres distritos de la provincia de Tambov. En algunas semanas esta revuelta campesina, que no se distinguía inicialmente de centenares de otras revueltas que desde hacía dos años habían estallado en Rusia o en Ucrania, se transformó, en este bastión tradicional de los socialistas-revolucionarios, en un movimiento insurreccional bien organizado bajo la dirección de un hábil jefe militar, Aleksandr Stepanovich Antonov.

      Militante socialista-revolucionario desde 1906, exiliado político en Siberia desde 1908 a la revolución de febrero de 1917, Antonov había estado, como otros socialistas-revolucionarios «de izquierdas», unido durante un tiempo al régimen bolchevique y había desempeñado las funciones de jefe de la milicia de Kirsanov, su distrito natal. En agosto de 1918 había roto con los bolcheviques y se había puesto a la cabeza de una de esas innumerables bandas de desertores que controlaban el campo, enfrentándose con los destacamentos de requisa y atacando a los escasos funcionarios soviéticos que se arriesgaban por los pueblos. Cuando la revuelta campesina afectó, en agosto de 1920, a su distrito de Kirsanov, Antonov puso en funcionamiento una organización eficaz de milicias campesinas, pero también un notable servicio de información que se infiltró hasta en la cheka de Tambov. Organizó igualmente un servicio de propaganda que difundía tratados y proclamas denunciando la «comisariocracia bolchevique» y que movilizó a los campesinos en torno a determinadas reivindicaciones populares, como la libertad de comercio, el fin de las requisas, las elecciones libres y la abolición de los comisarios bolcheviques y de la Cheka3.

      En paralelo, la organización clandestina del partido socialista-revolucionario fundaba una Unión del Campesinado Trabajador, red clandestina de militantes campesinos de fuerte implantación local. A pesar de las fuertes tensiones existentes entre Antonov, socialista-revolucionario disidente, y la dirección de la Unión del Campesinado Trabajador, el movimiento campesino de la provincia de Tambov disponía de una organización militar, de un servicio de información y de un programa político que le proporcionaban una fuerza y una coherencia que no habían tenido con anterioridad la mayoría de los movimientos campesinos, con la excepción del movimiento majnovista.

      En octubre de 1920, el poder bolchevique solo controlaba la ciudad de Tambov y algunos escasos centros urbanos provinciales. Los desertores se unían por miles al ejército campesino de Antonov, que iba a contar en su apogeo con más de cincuenta mil hombres armados. El 19 de octubre, Lenin, que finalmente había adquirido conciencia de la gravedad de la situación, escribió a Dzerzhinski: «Es indispensable aplastar de la manera más rápida y más ejemplar ese movimiento. (…) ¡Hay que dar muestra de la mayor energía!»4.

      A inicios de noviembre, los bolcheviques reunían apenas a cinco mil hombres de las tropas de seguridad interna de la República pero, después de la derrota de Wrangel en Crimea, los efectivos de las tropas especiales enviados a Tambov aumentaron rápidamente hasta alcanzar los cien mil hombres, incluidos los destacamentos del Ejército Rojo, siempre minoritarios, porque eran juzgados poco fiables a la hora de reprimir las revueltas populares.

      A comienzos del año 1921, las revueltas campesinas abarcaron nuevas regiones: todo el bajo Volga (las provincias de Samara, Saratov, Tsaritsin, Astracán) pero también Siberia occidental. La situación se iba convirtiendo en explosiva, y el hambre amenazaba estas ricas regiones, que habían sido despiadadamente saqueadas desde hacía años. En la provincia de Samara, el comandante del distrito militar del Volga informaba el 12 de febrero de 1921: «Multitudes de varios miles de campesinos hambrientos asedian los hangares en que los destacamentos han almacenado el grano requisado para las ciudades y el ejército. La situación ha degenerado en varias ocasiones y el ejército ha tenido que disparar sobre la turba ebria de cólera». Desde Saratov, los dirigentes bolcheviques locales telegrafiaron a Moscú: «El bandolerismo ha conquistado toda la provincia. Los campesinos se han apoderado de todas las reservas —tres millones de puds— de los hangares del Estado. Están fuertemente armados gracias a los fusiles que les proporcionan los desertores. Unidades enteras del Ejército Rojo se han volatilizado».

      Al mismo tiempo, a más de mil kilómetros al este, adquiría forma un nuevo foco de disturbios campesinos. Tras haber absorbido todos los recursos posibles de las regiones agrícolas prósperas del sur de Rusia y de Ucrania, el Gobierno bolchevique se había vuelto, en el otoño de 1920, hacia la Siberia occidental, donde las cuotas de entrega fueron arbitrariamente fijadas en función de las exportaciones de cereales realizadas en… ¡1913! ¿Pero se podían comparar las entregas destinadas a las exportaciones pagadas en rublos-oro contantes y sonantes y las entregas reservadas por el campesino para las requisas arrancadas bajo amenazas? Como en todas partes, los campesinos siberianos se sublevaron para defender el fruto de su trabajo y asegurar su supervivencia. En enero-marzo de 1921, los bolcheviques perdieron el control de las provincias de Tiumen, de Omsk, de Cheliabinsk y de Ekaterimburgo, un territorio mayor que Francia, y el Transiberiano, la única vía férrea que unía la Rusia europea con Siberia, fue cortado. El 21 de febrero, un ejército popular campesino se apoderó de la ciudad de Tobolsk, que las unidades del Ejército Rojo no llegaron a recuperar hasta el 30 de marzo5. En el otro extremo del país, en las capitales —la antigua, Petrogrado, y la nueva, Moscú— la situación a inicios de 1921 era casi igual de explosiva. La economía estaba prácticamente paralizada. Los trenes ya no circulaban. Carentes de combustible, la mayoría de las fábricas estaban cerradas o trabajaban a un ritmo lento. El suministro de las ciudades no estaba asegurado. Los obreros estaban o en la calle o buscando alimento en los pueblos de alrededor, o discutiendo en los talleres glaciales y medio

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