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      Como señala Melgunov, es no obstante «difícil de distinguir lo que sería una puesta en práctica sistemática de un terror organizado de lo que aparece como “excesos” incontrolados». Hasta agosto-septiembre de 1918 no se menciona nunca una cheka local que dirigiera las matanzas. Ciertamente, hasta esa fecha la red de chekas seguía siendo bastante tenue. Las matanzas, dirigidas a sabiendas no solamente contra los combatientes del bando enemigo, sino también contra los «enemigos del pueblo» civiles —así, entre las doscientas cuarenta personas muertas en Yalta a inicios del mes de marzo de 1918 figuraban, además de ciento sesenta y cinco oficiales, alrededor de siete políticos, abogados, periodistas, profesores— fueron por regla general perpetradas por «destacamentos armados», «guardias rojos» y otros «elementos bolcheviques» no especificados. Exterminar al «enemigo del pueblo» no era más que la prolongación lógica de una revolución a la vez política y social en la que unos eran los «vencedores» y los otros los «vencidos». Esta concepción del mundo no había aparecido bruscamente después de octubre de 1917, pero las tomas de posición bolcheviques, completamente explícitas sobre la cuestión, la habían legitimado.

      Recordemos lo que escribía, ya en marzo de 1917, en una carta bien perspicaz, un joven capitán a propósito de la revolución en su regimiento: «Entre nosotros y los soldados, el abismo es insondable. Para ellos somos y seguiremos siendo barines (amos). Para ellos, lo que acaba de pasar no es una revolución política, sino más bien una revolución social de la que son los vencedores y nosotros los vencidos. Nos dicen: «¡Antes erais los barines, ahora nos toca a nosotros serlo!». Tienen la impresión de obtener finalmente su desquite tras siglos de servidumbre17.

      Los dirigentes bolcheviques estimularon todo lo que en las masas populares podía afirmar esta aspiración a un «desquite social» que pasaba por una legitimación moral de la delación, del terror y de una guerra civil «justa» según los términos mismos de Lenin. El 15(28) de diciembre de 1917, Dzerzhinski publicó en Izvestia un llamamiento invitando «a todos los soviets» a organizar chekas. El resultado fue un formidable aumento de «comisiones», «destacamentos» y otros «órganos extraordinarios» que las autoridades centrales tuvieron muchas dificultades para controlar cuando decidieron, algunos meses más tarde, poner término a la «iniciativa de las masas» y organizar una red estructurada y centralizada de chekas18.

      Describiendo los seis primeros meses de la Cheka, Dzerzhinski escribía en julio de 1918: «Fue un periodo de improvisación y de tanteos, durante el cual la organización no estuvo siempre a la altura de las circunstancias»19. En esa fecha, no obstante, el balance de la acción de la Cheka como órgano de represión contra las libertades ya era considerable. Y la organización, que contaba apenas con un centenar de personas en diciembre de 1917, ¡en seis meses había multiplicado por 120 sus efectivos!

      Ciertamente los inicios de la organización fueron muy modestos. El 11 de enero de 1918, Dzerzhinski envió una nota a Lenin en la que le comunicaba: «Nos encontramos en una situación imposible, a pesar de los importantes servicios ya rendidos. No contamos con ninguna financiación. Trabajamos día y noche sin pan, ni azúcar, ni té, ni mantequilla, ni queso. Tome medidas para que haya raciones decentes o autorícenos a realizar requisas entre los burgueses»20. Dzerzhinski había reclutado a un centenar de hombres, en buena medida antiguos camaradas de clandestinidad, en su mayoría polacos o bálticos, que habían trabajado casi todos en el Comité Militar Revolucionario de Petrogrado, y entre los cuales figuraban ya los futuros cuadros de la GPU de los años veinte y del NKVD de los años treinta: Latsis, Menzhinski, Meing, Moroz, Peters, Trilisser, Unchlicht, Yagoda.

      La primera acción de la Cheka fue aplastar la huelga de funcionarios de Petrogrado. El método fue expeditivo —arresto de los «agitadores»— y la justificación simple: «quien no quiere trabajar con el pueblo no tiene lugar en él», declaró Dzerzhinski, que ordenó arrestar a un cierto número de diputados socialistas-revolucionarios y mencheviques, elegidos para la asamblea constituyente. Este acto arbitrario fue inmediatamente condenado por el comisario del pueblo para la Justicia, Steinberg, un socialista-revolucionario de izquierdas que había entrado en el Gobierno unos días antes. Este primer incidente entre la Cheka y la justicia planteaba la cuestión capital de la condición extralegal de esta policía política.

      «¿Para qué sirve un comisariado del pueblo para la justicia? —preguntó entonces Steinberg a Lenin—. ¡Que lo llamen comisariado del pueblo para el exterminio social y se entenderá la razón!

      —Excelente idea—, respondió Lenin. —Es exactamente como yo lo veo. ¡Desgraciadamente no se le puede llamar así!»21.

      Naturalmente, Lenin arbitró el conflicto entre Steinberg, que exigía estricta subordinación de la Cheka a la justicia, y Dzerzhinski, que se rebelaba contra el juridicismo puntilloso de la vieja escuela del antiguo régimen, en favor de este último. La Cheka no debía responder de sus actos más que ante el Gobierno.

      El 6 (19) de enero de 1918 marcó una etapa importante en el reforzamiento de la dictadura bolchevique. Por la mañana temprano, la asamblea constituyente, elegida en noviembre-diciembre de 1917, y en la que los bolcheviques estaban en minoría, puesto que no disponían más que de ciento setenta y cinco diputados sobre un total de setecientos siete elegidos, fue dispersada por la fuerza, después de haber celebrado sus sesiones durante un día tan solo. Este acto arbitrario no provocó ningún eco apreciable en el país. Una pequeña manifestación organizada para protestar contra la disolución fue reprimida por las tropas. Se produjeron veinte muertos, un pesado tributo para una experiencia de democracia parlamentaria que solo había durado algunas horas.22

      En los días y semanas que siguieron a la disolución de la asamblea constituyente, la posición del Gobierno bolchevique en Petrogrado se hizo cada vez más incomoda, en el momento mismo en que Trotski, Kamenev, Yoffé y Radek negociaban en Brest-Litovsk, las condiciones de paz con las delegaciones de los imperios centrales. El 9 de enero de 1918, el Gobierno consagró su orden del día a la cuestión de su traslado a Moscú23.

      Lo que inquietaba a los dirigentes bolcheviques era menos la amenaza alemana —el armisticio había entrado en vigor a partir del 15 (28) de diciembre— que una sublevación obrera. Efectivamente, en los barrios obreros que dos meses antes los apoyaban, crecía el descontento. Con la desmovilización y el final de los pedidos militares, las empresas habían despedido a decenas de miles de personas. La agravación de las dificultades de los suministros había hecho caer la ración cotidiana de pan hasta medio kilo. Incapaz de enderezar la situación, Lenin estigmatizaba a los «acaparadores» y a los «especuladores» designados como chivos expiatorios. «Cada fábrica, cada compañía, debe organizar destacamentos de requisa. Hay que movilizar para la búsqueda de alimentos no solamente a los voluntarios, sino a todo el mundo bajo pena de confiscación inmediata de la cartilla de racionamiento», escribía el 22 de enero (3 de febrero) de 1918.

      El nombramiento de Trotski a su regreso de Brest-Litovsk, el 31 de enero de 1918, a la cabeza de una comisión extraordinaria encargada del suministro y del transporte, señala bien a las claras la importancia decisiva otorgada por el Gobierno a la «caza de suministros», primera etapa de la «dictadura del suministro». En esta comisión Lenin propuso, a mediados de febrero, un proyecto de decreto, que incluso los miembros de este organismo —entre los que figuraba, además de Trotski, Tsiuroupa, comisario del pueblo para suministros— juzgaron oportuno rechazar. El texto preparado por Lenin preveía que todos los campesinos fueran obligados a entregar sus excedentes a cambio de un recibo. En caso de no entrega en los plazos señalados, los transgresores serían fusilados. «Cuando leimos este proyecto, nos quedamos sobrecogidos, escribió Tsiuroupa en sus memorias. Aplicar semejante decreto habría llevado a ejecuciones masivas. Finalmente el proyecto de Lenin fue abandonado»24.

      Este episodio resulta, no obstante, muy revelador. Desde inicios del año 1918, Lenin, paralizado en el punto muerto al que le había conducido su política, inquieto ante la situación catastrófica de los suministros de los grandes centros industriales contemplados como los únicos islotes bolcheviques en medio de un océano campesino, estaba dispuesto a todo para «apoderarse de los cereales», salvo a modificar un ápice su política.

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